28/09/2019, 06:38
Para ayame habría resultado indudablemente satisfactorio ver el rostro de Naia, quien se sentía confiada y en su elemento; transmutar de esa calma fortuita a la más desfasada sorpresa. Las cejas contraídas, la nariz tupida y los labios fruncidos, con pinceladas de evidente confusión. Lástima que la guardiana estuviera tan ocupada lidiando con el dolor de la mordida escalándole la pierna —un veneno de serpiente no podía considerarse como poca cosa—. y a su vez tratando de atinar al pequeño animal allí encima de aquella estatua que de alguna forma cubrió a la serpiente la cuál logró escabullirse al agua como bien planeó desde un principio.
Tú... —soltó, impactada. Impactada de ver a esa luna sonriéndole, como tiempo atrás le sonrió la menguante de otro shinobi—. así que... —¿qué? ¿habría llegado a alguna conclusión tras dilucidar la apariencia de aquella menuda muchacha de ojos castaños y cabellos azabache?
—Lo siento... Supongo que todos mentimos un poquito en nuestras primeras citas —y¡puff! un súbito movimiento de mano hizo explotar una kemuridama que empezó a extenderse lentamente desde su epicentro. La nube de humo empezó a expandirse, y la respuesta inmediata de Naia —la que había emergido tras el muro y que no era sino un Kage Bunshin—. fue la de arrojarse de cabeza a la nube, como si estar ahí adentro fuera una prioridad para sus intenciones, que desde luego no eran buenas.
Cuando Daruu abrió la puerta, se encontró con que Yui estaba ahí, de pie; viendo el ventanal. La ruidosa entrada la hizo voltear, y cuando comprobó de quién se trataba, arrugó el ceño. Por cierto, a Nioka no se la había cruzado en el camino.
—¿Tú otra vez, Amedama? —soltó, estridente—. he de suponer que si te has tomado la libertad de entrar a mi despacho sin pedir permiso, es porque me has traído a Naia. ¿Es así?
La antorcha cayó a trompicones por unos pequeños peldaños que descendían a la zanja. El agujero se iluminó cuando las llamas tocaron el piso, y la lumbrera le permitió ver que aquél agujero no era sino un nido de serpientes habitado en gran número por un montón de víboras de distintos colores, formas, y tamaños. Quizás eran serpientes comunes, pero seguían siendo peligrosas. Detrás de una montaña de éstas, arremolinadas entre sí como si estuviesen resguardando aquél pestilente hueco, una enorme constrictora envolvía con recelo un frasco y siseaba con fuerza al comprobar la llegada de una visita indeseada.
Tú... —soltó, impactada. Impactada de ver a esa luna sonriéndole, como tiempo atrás le sonrió la menguante de otro shinobi—. así que... —¿qué? ¿habría llegado a alguna conclusión tras dilucidar la apariencia de aquella menuda muchacha de ojos castaños y cabellos azabache?
—Lo siento... Supongo que todos mentimos un poquito en nuestras primeras citas —y¡puff! un súbito movimiento de mano hizo explotar una kemuridama que empezó a extenderse lentamente desde su epicentro. La nube de humo empezó a expandirse, y la respuesta inmediata de Naia —la que había emergido tras el muro y que no era sino un Kage Bunshin—. fue la de arrojarse de cabeza a la nube, como si estar ahí adentro fuera una prioridad para sus intenciones, que desde luego no eran buenas.
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Cuando Daruu abrió la puerta, se encontró con que Yui estaba ahí, de pie; viendo el ventanal. La ruidosa entrada la hizo voltear, y cuando comprobó de quién se trataba, arrugó el ceño. Por cierto, a Nioka no se la había cruzado en el camino.
—¿Tú otra vez, Amedama? —soltó, estridente—. he de suponer que si te has tomado la libertad de entrar a mi despacho sin pedir permiso, es porque me has traído a Naia. ¿Es así?
La antorcha cayó a trompicones por unos pequeños peldaños que descendían a la zanja. El agujero se iluminó cuando las llamas tocaron el piso, y la lumbrera le permitió ver que aquél agujero no era sino un nido de serpientes habitado en gran número por un montón de víboras de distintos colores, formas, y tamaños. Quizás eran serpientes comunes, pero seguían siendo peligrosas. Detrás de una montaña de éstas, arremolinadas entre sí como si estuviesen resguardando aquél pestilente hueco, una enorme constrictora envolvía con recelo un frasco y siseaba con fuerza al comprobar la llegada de una visita indeseada.