28/09/2019, 20:18
(Última modificación: 28/09/2019, 20:20 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Shannako lo vio, y empezó a correr. Ágil. Veloz. Mortífera. Corrió hacia Daruu con todas sus fuerzas, todo por hacerle la encerrona con las serpientes que intentaba mordisquear sus tobillos desde atrás. Corrió, corrió, y corrió... y cuando creyó estar a punto de ponerle las manos encimas, una vorágine de tintes rojos envolvió al cuerpo de su víctima, obligando a la Náyade a... tocar el aire.
La mujer gritó, en desespero, por haber llegado tarde. Por no poder haberlo capturado. ¿Cómo había desaparecido? ¿un kage bunshin? No. Si fuese así, el frasco hubiera quedado ahí. Aquello era más poderoso de lo que aparentaba. Más avanzado. Más...
«Naia» —de pronto, haciendo caso omiso a las serpientes que se lamentaban no haber cumplido su objetivo la Náyade se dio media vuelta y arrancó a correr hacia el único lugar a donde ese mocoso, que de refilón le supuso ser particularmente conocido, habría podido ir:
La plaza de los Delfines.
Tirada de Agi. de Shannako: (7 + 4 + 10 + 4 + 9) = 2 turnos en llegar hasta la plaza.
Daruu tarda los mismos turnos gracias a los resultados de su tirada en llegar desde la Bruma Negra hasta el sitio de la pelea
Nakura Naia, atenta a su entorno, pudo ver cómo una corriente de aire se arremolinaba allá en la nube negra que ya acababa de perderse en los confines de Shinogi-To, para entrever la menuda figura de aquella muchacha. Y aunque la duda siempre imperó en la Náyade incluso antes de que Aotsuki Ayame se perdiera en la tesitura de la bomba de humo, ahora podía estar al cien por ciento segura de que su intuición no estaba errada sino al contrario: la mujer que ahora volaba como un hada azul con sendas alas de agua que revoloteaban a su espalda majestuosas cuál colibrí, era Ayame. El nombre podía ser difuso. Incluso las facciones de su rostro, uno que no había cambiado mucho desde aquella tarde en la playa roja donde Daruu perdió sus ojos.
Pero la luna, oh... la luna. La luna, luminosa y clara ahí en su frente, le traía recuerdos y certificaba todas sus sospechas. La hija de Aotsuki Zetsuo estaba allí para cazarla, y probablemente, no estaba sola.
Hubiera continuado su interna y metódica introspección, no obstante, de no ser por esos sellos que liberaron a una bestia ancestral bajo sus pies y que hicieron temblar hasta los cimientos de su muro de tierra. Las ataduras se rompieron y Ryūjin fue libre para emerger del agua con su fuerza ancestral y de abrir las fauces sobre Naia que en víspera de acabar siendo tragada por el enorme dragón de agua escarchado que había invocado Ayame bajo sus pies, movió las manos y, posteriormente, recibió el impacto del dragón.
El estruendo del agua partiéndose como una marea ponzoñosa y empedernida camufló el hecho de que Naia había usado el Kawarimi para sustituirse por un pedazo de roca proveniente de la estatua de delfines partida por el sello explosivo, para así colocarse en secreto bajo la mismísima Ayame e invocar ella a su propia bestia marina: una serpiente de agua, adaptada a su imagen y semejanza de una técnica básica del suiton:
«¡Suiton: Suikōdan no Jutsu!»
Con los pocos resquicios de humo y gas venenoso que podía quedar bajo los jirones que había dejado la guardiana bajo su estela, la serpiente de agua atravesó el umbral, oculto, y viajó por los aires certero hacia Ayame mientras la mano de la Náyade la apuntaba desde su punto más bajo.
La mujer gritó, en desespero, por haber llegado tarde. Por no poder haberlo capturado. ¿Cómo había desaparecido? ¿un kage bunshin? No. Si fuese así, el frasco hubiera quedado ahí. Aquello era más poderoso de lo que aparentaba. Más avanzado. Más...
«Naia» —de pronto, haciendo caso omiso a las serpientes que se lamentaban no haber cumplido su objetivo la Náyade se dio media vuelta y arrancó a correr hacia el único lugar a donde ese mocoso, que de refilón le supuso ser particularmente conocido, habría podido ir:
La plaza de los Delfines.
Tirada de Agi. de Shannako: (7 + 4 + 10 + 4 + 9) = 2 turnos en llegar hasta la plaza.
Daruu tarda los mismos turnos gracias a los resultados de su tirada en llegar desde la Bruma Negra hasta el sitio de la pelea
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Nakura Naia, atenta a su entorno, pudo ver cómo una corriente de aire se arremolinaba allá en la nube negra que ya acababa de perderse en los confines de Shinogi-To, para entrever la menuda figura de aquella muchacha. Y aunque la duda siempre imperó en la Náyade incluso antes de que Aotsuki Ayame se perdiera en la tesitura de la bomba de humo, ahora podía estar al cien por ciento segura de que su intuición no estaba errada sino al contrario: la mujer que ahora volaba como un hada azul con sendas alas de agua que revoloteaban a su espalda majestuosas cuál colibrí, era Ayame. El nombre podía ser difuso. Incluso las facciones de su rostro, uno que no había cambiado mucho desde aquella tarde en la playa roja donde Daruu perdió sus ojos.
Pero la luna, oh... la luna. La luna, luminosa y clara ahí en su frente, le traía recuerdos y certificaba todas sus sospechas. La hija de Aotsuki Zetsuo estaba allí para cazarla, y probablemente, no estaba sola.
Hubiera continuado su interna y metódica introspección, no obstante, de no ser por esos sellos que liberaron a una bestia ancestral bajo sus pies y que hicieron temblar hasta los cimientos de su muro de tierra. Las ataduras se rompieron y Ryūjin fue libre para emerger del agua con su fuerza ancestral y de abrir las fauces sobre Naia que en víspera de acabar siendo tragada por el enorme dragón de agua escarchado que había invocado Ayame bajo sus pies, movió las manos y, posteriormente, recibió el impacto del dragón.
El estruendo del agua partiéndose como una marea ponzoñosa y empedernida camufló el hecho de que Naia había usado el Kawarimi para sustituirse por un pedazo de roca proveniente de la estatua de delfines partida por el sello explosivo, para así colocarse en secreto bajo la mismísima Ayame e invocar ella a su propia bestia marina: una serpiente de agua, adaptada a su imagen y semejanza de una técnica básica del suiton:
«¡Suiton: Suikōdan no Jutsu!»
Con los pocos resquicios de humo y gas venenoso que podía quedar bajo los jirones que había dejado la guardiana bajo su estela, la serpiente de agua atravesó el umbral, oculto, y viajó por los aires certero hacia Ayame mientras la mano de la Náyade la apuntaba desde su punto más bajo.