28/09/2019, 20:47
(Última modificación: 28/09/2019, 20:50 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El dragón de agua embistió con todas sus fuerzas, llevándose parte del muro de roca y haciendo temblar toda la Plaza de los Delfines. El agua estalló en espuma con un bramido ensordecedor y Ayame aguardó con el corazón encogido. Pero pasados unos pocos segundos, sus finos oídos percibieron un ruido similar por debajo de ella. Y bajó la mirada, a tiempo de ver entre los mortecinos jirones de humo (que ya eran más una fina neblina que un obstáculo visual) una colosal serpiente de agua alzarse sobre ella, con las fauces abiertas de par en par y los colmillos amenazantes como katanas.
«¡No...!»
Las fauces del reptil de agua se cerraron sobre ella con un potente estallido y la roca por la que se había intercambiado Ayame en el último momento se partió en miles de pedazos. Y entonces...
—¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH!
Y la sirena, sobre los mismos restos de la fuente sobre los que se había materializado la náyade y ya desprovista de sus alas de harpía, chilló. Chilló con todas sus fuerzas, imprimiéndole a su voz el poder de su chakra y toda la ira que sentía en su interior. Chilló para alejarla de ella, para hacerle caer al agua; pero, sobre todo, para dejarla tan aturdida que no fuera apenas capaz de moverse y dejarla a su merced durante varios segundos. Unos segundos muy valiosos que utilizó para desencadenar otra técnica más: una técnica por la que las aguas que habían quedado debajo de Naia se arremolinarían y se alzarían como uno de aquellos colmillos que tanto le gustaban, dispuesto a taladrarla de parte a parte el torso.
«¡No...!»
Las fauces del reptil de agua se cerraron sobre ella con un potente estallido y la roca por la que se había intercambiado Ayame en el último momento se partió en miles de pedazos. Y entonces...
—¡AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH!
Y la sirena, sobre los mismos restos de la fuente sobre los que se había materializado la náyade y ya desprovista de sus alas de harpía, chilló. Chilló con todas sus fuerzas, imprimiéndole a su voz el poder de su chakra y toda la ira que sentía en su interior. Chilló para alejarla de ella, para hacerle caer al agua; pero, sobre todo, para dejarla tan aturdida que no fuera apenas capaz de moverse y dejarla a su merced durante varios segundos. Unos segundos muy valiosos que utilizó para desencadenar otra técnica más: una técnica por la que las aguas que habían quedado debajo de Naia se arremolinarían y se alzarían como uno de aquellos colmillos que tanto le gustaban, dispuesto a taladrarla de parte a parte el torso.
«Ha arriesgado demasiado ahí, Señorita...»