28/09/2019, 22:05
(Última modificación: 28/09/2019, 22:07 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
La batalla, con cada segundo que pasaba; se caldeaba a un punto de no retorno. Aquellas dos mujeres estaban intentando matarse, de eso no cabía duda, y cada vez aumentaban el poderío de sus ataques, pasada ya la etapa de estudio del rival. Ahora era todo o nada, pues la muerte, oscura y pestilente, acechaba desde un tejado no muy lejano con su hoz a la espera de cobrarse una vida de turno.
Naia o Ayame. Ayame o Naia. ¿Quién acompañaría a la Parca esa ocasión?
Era imposible saberlo. Cuando una ejecutaba una estrategia, la otra respondía de igual forma en una consecución de acciones similares, donde la guardiana aprovechó la versatilidad del kawarimi para evitar, tal y como lo había hecho la Náyade, a la bestia de agua. Y no sólo eso, sino que aprovechó la sorpresa tras el intercambio que había elegido una roca también cercana a la fuente que antaño tuvo forma de delfín y utilizó una técnica proveniente de sus habilidades de voz: El Lamento de la Sirena.
Un estruendo agudo atizó a Nakura Naia desde su flanco izquierdo, martillándole los oídos y expulsándola a unos cuántos metros de Ayame. Los efectos que posteriormente afectarían a la renegada de Amegakure eran ya conocidos desde luego, y ya tendría que lidiar Naia por un par de segundos con un intenso pitido en su oído interno que le removía todo, impidiéndole recuperar la estabilidad sobre el agua.
Ayame, no obstante, no habría tenido oportunidad de acallar sus lamentos y ejecutar su segunda técnica, pues durante el transcurso de la primera, su pierna derecha recibió de nuevo un par de aguijonazos ya conocidos por ella: dos serpientes —una que ya la había atacado antes y que, por suerte, se había vuelto a escabullir en el agua; y una segunda que se mantuvo oculta desde el inicio del combate—. aprovecharon la distracción en la que la guardiana gritaba para morderle la pantorrilla y la carne alrededor de su tobillo, envolviéndose enteras alrededor de su pierna, también, y aferrando sus colmillos mientras continuaban inyectando su veneno.
Mientras la hija de Zetsuo se debatía en qué hacer con las víboras que se se ensañaban con sus carnes, Naia recuperó la compostura y recortó la distancia con dos zancadas, con el puño envuelto y cargado, listo para destruir todo a su paso.
—¡Ōkashō!
Daruu corría. Corría para ayudar a su amada, que seguramente habría de estar batiéndose en una batalla de proporciones épicas. Tenía que estar con ella. Alcanzarla. Triunfar juntos. Tenía, tenía, tenía...
Aún le quedaba camino, pero estaba cerca. Entonces, oyó un grito potente. Un chillido voraz. ¿Era esa la técnica de Ayame?...
Naia o Ayame. Ayame o Naia. ¿Quién acompañaría a la Parca esa ocasión?
Era imposible saberlo. Cuando una ejecutaba una estrategia, la otra respondía de igual forma en una consecución de acciones similares, donde la guardiana aprovechó la versatilidad del kawarimi para evitar, tal y como lo había hecho la Náyade, a la bestia de agua. Y no sólo eso, sino que aprovechó la sorpresa tras el intercambio que había elegido una roca también cercana a la fuente que antaño tuvo forma de delfín y utilizó una técnica proveniente de sus habilidades de voz: El Lamento de la Sirena.
Un estruendo agudo atizó a Nakura Naia desde su flanco izquierdo, martillándole los oídos y expulsándola a unos cuántos metros de Ayame. Los efectos que posteriormente afectarían a la renegada de Amegakure eran ya conocidos desde luego, y ya tendría que lidiar Naia por un par de segundos con un intenso pitido en su oído interno que le removía todo, impidiéndole recuperar la estabilidad sobre el agua.
Ayame, no obstante, no habría tenido oportunidad de acallar sus lamentos y ejecutar su segunda técnica, pues durante el transcurso de la primera, su pierna derecha recibió de nuevo un par de aguijonazos ya conocidos por ella: dos serpientes —una que ya la había atacado antes y que, por suerte, se había vuelto a escabullir en el agua; y una segunda que se mantuvo oculta desde el inicio del combate—. aprovecharon la distracción en la que la guardiana gritaba para morderle la pantorrilla y la carne alrededor de su tobillo, envolviéndose enteras alrededor de su pierna, también, y aferrando sus colmillos mientras continuaban inyectando su veneno.
Mientras la hija de Zetsuo se debatía en qué hacer con las víboras que se se ensañaban con sus carnes, Naia recuperó la compostura y recortó la distancia con dos zancadas, con el puño envuelto y cargado, listo para destruir todo a su paso.
—¡Ōkashō!
. . .
Daruu corría. Corría para ayudar a su amada, que seguramente habría de estar batiéndose en una batalla de proporciones épicas. Tenía que estar con ella. Alcanzarla. Triunfar juntos. Tenía, tenía, tenía...
Aún le quedaba camino, pero estaba cerca. Entonces, oyó un grito potente. Un chillido voraz. ¿Era esa la técnica de Ayame?...