28/09/2019, 22:35
(Última modificación: 28/09/2019, 23:00 por Aotsuki Ayame. Editado 7 veces en total.)
Pero antes de que pudiera completar su estratagema, Ayame sintió dos nuevos pinchazos en la pantorrilla y el tobillo derechos que convirtieron el Lamento de la Sirena en un verdadero lamento. La kunoichi gimió, angustiada y dolorida, al ver aquellas dos sierpes aferrarse a ella en aquel abrazo tóxico de muerte.
«Uh... ¿Qué... me pasa...?» Al dolor se sobrepuso de repente una extraña sensación de sopor que invadió todo su cuerpo. Sus brazos, sus piernas, y sobre todo sus párpados... los sentía extrañamente pesados, como si no hubiera dormido en días. La muchacha se tambaleó con una torpe cabezada...
—¡Ōkashō!
Ayame reaccionó por pura inercia y el puño de Naia encontró agua allí donde debía haber encontrado carne y huesos. Aún así el golpe fue tan potente como un martillo, y la masa de agua en la que se había convertido Ayame salió despedida varios metros, hasta hundirse en el lago.
«Médico... como papá...» Fue capaz de meditar, aún en aquel estado de sopor y debilitada como se encontraba. ¿Habían sido los colmillos de las serpientes las que le habían causado aquel estado? No... No podía serlo. Podía sentir su veneno inflamando su pierna derecha en aquel doloroso infierno. ¿Entonces... cuándo...?
Entonces sintió ganas de llorar. De rabia, de impotencia y de tristeza. En todo aquel tiempo no había conseguido acertar ni un sólo golpe, y ella en cambió no sólo había recibido el impacto sino que además había sido envenenada, no una sino tres veces. Después de tanto insistir en que fuera ella quien combatiera contra Naia... iba a acabar desfalleciendo bajo su poder. Cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas.
Tan sólo podía esperar que Daruu recuperara sus tan ansiados ojos...
Ayame volvió a alzarse sobre las aguas varios segundos después, con el peso de su cuerpo apoyado en su pierna izquierda, resollante y a punto de desfallecer.
—Maldita víbora...
«Uh... ¿Qué... me pasa...?» Al dolor se sobrepuso de repente una extraña sensación de sopor que invadió todo su cuerpo. Sus brazos, sus piernas, y sobre todo sus párpados... los sentía extrañamente pesados, como si no hubiera dormido en días. La muchacha se tambaleó con una torpe cabezada...
—¡Ōkashō!
«¡SEÑORITA!»
Ayame reaccionó por pura inercia y el puño de Naia encontró agua allí donde debía haber encontrado carne y huesos. Aún así el golpe fue tan potente como un martillo, y la masa de agua en la que se había convertido Ayame salió despedida varios metros, hasta hundirse en el lago.
«Médico... como papá...» Fue capaz de meditar, aún en aquel estado de sopor y debilitada como se encontraba. ¿Habían sido los colmillos de las serpientes las que le habían causado aquel estado? No... No podía serlo. Podía sentir su veneno inflamando su pierna derecha en aquel doloroso infierno. ¿Entonces... cuándo...?
Entonces sintió ganas de llorar. De rabia, de impotencia y de tristeza. En todo aquel tiempo no había conseguido acertar ni un sólo golpe, y ella en cambió no sólo había recibido el impacto sino que además había sido envenenada, no una sino tres veces. Después de tanto insistir en que fuera ella quien combatiera contra Naia... iba a acabar desfalleciendo bajo su poder. Cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas.
Tan sólo podía esperar que Daruu recuperara sus tan ansiados ojos...
Ayame volvió a alzarse sobre las aguas varios segundos después, con el peso de su cuerpo apoyado en su pierna izquierda, resollante y a punto de desfallecer.
—Maldita víbora...