28/09/2019, 23:34
Las escaleras descendían hacia la oscuridad. Llegaba un punto en el que se torcían, y seguían bajando. Se torcían de nuevo, y de nuevo, pero siempre bajando, y bajando. Era imposible, desde allí arriba, discernir el final. Si y sólo si decidía descender aún más, tras varios minutos, la luz del sol le cegaría. Allí encontraría la salida de la cueva... a una playa de arenas blancas, bajo el acantilado. Una explanada lisa y de al menos cincuenta metros de largo e incontables de extensión hacia los lados. A la izquierda, un enorme risco que cruzaba desde lo alto y se hundía en el agua.
Y justo enfrente, a Hanabi. Sentado, meditando. O tal vez sólo contemplando el mar.
Y justo enfrente, a Hanabi. Sentado, meditando. O tal vez sólo contemplando el mar.