29/09/2019, 00:10
(Última modificación: 29/09/2019, 00:25 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
¡Splash! su puñetazo, aupado por el chakra del Ōkashō, impactó donde tenía que dar. Pero no se sintió como siempre. Sus nudillos no se hundieron en los huesos de su víctima. No palpó la resistencia de los cráneos que podía destrozar con esa técnica. Por el contrario, su mano se encontró con la tesitura endeble del... ¿agua?
Ayame explotó en miles de gotas que cayeron al lago y que empaparon a Naia, y a las serpientes ordinarias que tras la onda expansiva de su propia dueña habían desaparecido. Su cara de estupefacción fue tal, que miró contrariada su propias manos para ver si realmente estaba mojada, o si aquello podía haber sido una jodida ilusión. Pero no, todo allí se sentía real. El entorno, el cansancio. Su falta de chakra.
Naia maldijo para sí y saltó un par de zancadas hacia atrás, mirando hacia todos lados a la vez. ¿Dónde estaba? ¿Abajo, a la izquierda, a la derecha?
—Hija de puta... —musitó, al no poder encontrarla por métodos convencionales; sino hasta que ella misma decidió emerger a cinco metros de distancia, apoyándose en su rodilla, luciendo adormecida —. oh, ahí está mi dulce veneno. Haciendo efecto. No debiste haber venido aquí sola, cariño. Ahora vas a m...
Fisúm! una sombra se ciñó sobre ellos a una velocidad abrumante, y con una agilidad felina. Naia fue incapaz de discernir de qué se trataba hasta que el animal estuvo quieto al lado de Ayame. Era un enorme gato con un frondoso pelaje que recordaba al abismo. Sus ojos azules le recordaban a dos luminosos zafiros. Vestía un yukata de también color azul pálido, y mostró enrabietado su bandana con el ideograma Shinobi en cuanto clavó sus orbes felinos en ella.
La líder de las Náyades respiró profundamente y empezó a caminar pasos cortos, vacilantes, hacia atrás.
Luego sintió que una segunda sombra, también rápida y despampanante, hacía acto de aparición a su espalda.
Los pies de Ryuudan Shannako se deslizaron por el agua y se mantuvo firme, con el torso gacho y las manos en posición de combate.
—¿Jefa, está bien? he venido cuanto antes.
—Sí. Sí. ¿Qué haces aquí? ¿y los ojos?
—Alguien se las arregló para pasar la prueba del Nido, Jefa. Pero no era Kiroe, sino... el mocoso. Daruu.
La Náyade sintió una punzada en el corazón. La habían engañado. Le habían visto la cara de estúpida. ¡Kiroe nunca estuvo ahí! ¡eran esos dos mocosos, jugando a los ninjas! los iba a matar, los iba a matar, los iba a matar.
—No... no... ¡NO! ¡Cómo lo permitiste! ¡tenías una sola tarea, Shannako! —los ojos de Naia volvieron a estar alertas y volvieron a inspeccionar el terreno—. Grgh.... él debe estar cerca. Ve, mátala. Necesito recuperar chakra.
Shannako avanzó un paso, luego otro, y la brillantez de su aura soltó un fulguroso estallido. Era el Raiton no Yoroi envolviéndola en un manto mortal.
Ayame explotó en miles de gotas que cayeron al lago y que empaparon a Naia, y a las serpientes ordinarias que tras la onda expansiva de su propia dueña habían desaparecido. Su cara de estupefacción fue tal, que miró contrariada su propias manos para ver si realmente estaba mojada, o si aquello podía haber sido una jodida ilusión. Pero no, todo allí se sentía real. El entorno, el cansancio. Su falta de chakra.
Naia maldijo para sí y saltó un par de zancadas hacia atrás, mirando hacia todos lados a la vez. ¿Dónde estaba? ¿Abajo, a la izquierda, a la derecha?
—Hija de puta... —musitó, al no poder encontrarla por métodos convencionales; sino hasta que ella misma decidió emerger a cinco metros de distancia, apoyándose en su rodilla, luciendo adormecida —. oh, ahí está mi dulce veneno. Haciendo efecto. No debiste haber venido aquí sola, cariño. Ahora vas a m...
Fisúm! una sombra se ciñó sobre ellos a una velocidad abrumante, y con una agilidad felina. Naia fue incapaz de discernir de qué se trataba hasta que el animal estuvo quieto al lado de Ayame. Era un enorme gato con un frondoso pelaje que recordaba al abismo. Sus ojos azules le recordaban a dos luminosos zafiros. Vestía un yukata de también color azul pálido, y mostró enrabietado su bandana con el ideograma Shinobi en cuanto clavó sus orbes felinos en ella.
La líder de las Náyades respiró profundamente y empezó a caminar pasos cortos, vacilantes, hacia atrás.
Luego sintió que una segunda sombra, también rápida y despampanante, hacía acto de aparición a su espalda.
Los pies de Ryuudan Shannako se deslizaron por el agua y se mantuvo firme, con el torso gacho y las manos en posición de combate.
—¿Jefa, está bien? he venido cuanto antes.
—Sí. Sí. ¿Qué haces aquí? ¿y los ojos?
—Alguien se las arregló para pasar la prueba del Nido, Jefa. Pero no era Kiroe, sino... el mocoso. Daruu.
La Náyade sintió una punzada en el corazón. La habían engañado. Le habían visto la cara de estúpida. ¡Kiroe nunca estuvo ahí! ¡eran esos dos mocosos, jugando a los ninjas! los iba a matar, los iba a matar, los iba a matar.
—No... no... ¡NO! ¡Cómo lo permitiste! ¡tenías una sola tarea, Shannako! —los ojos de Naia volvieron a estar alertas y volvieron a inspeccionar el terreno—. Grgh.... él debe estar cerca. Ve, mátala. Necesito recuperar chakra.
Shannako avanzó un paso, luego otro, y la brillantez de su aura soltó un fulguroso estallido. Era el Raiton no Yoroi envolviéndola en un manto mortal.