29/09/2019, 00:29
(Última modificación: 29/09/2019, 00:29 por Aotsuki Ayame.)
—Oh, ahí está mi dulce veneno —se relamió Naia—. Haciendo efecto. No debiste haber venido aquí sola, cariño. Ahora vas a m...
Sus palabras se vieron súbitamente interrumpidas cuando una enorme sombra oscura se cruzó por delante de Ayame, que retrocedió un paso alarmada y asustada al creer una nueva amenaza cernirse sobre ella. Para su sorpresa, se trataba de un enorme felino negro que podría haber confundido con una pantera de no ser por aquel frondoso pelaje. Curiosamente vestía un yukata azul y lucía una bandana metálica en la que se podía leer el símbolo Shinobi.
—No tema, señorita, estoy aquí para ayudar —habló, clavando en ella sus enormes y brillantes ojos de zafiros. Rugió con rabia clavando la vista en Naia y entonces añadió en voz baja—: El joven señor Daruu está por aquí.
—Oh...
Pero no era la única que tenía compañía. Para horror de Ayame, Shannako hizo acto de presencia desde el otro extremo del campo de combate.
—¿Jefa, está bien? he venido cuanto antes.
—Sí. Sí. ¿Qué haces aquí? ¿y los ojos?
—Alguien se las arregló para pasar la prueba del Nido, Jefa. Pero no era Kiroe, sino... el mocoso. Daruu.
——No... no... ¡NO! ¡Cómo lo permitiste! ¡tenías una sola tarea, Shannako! Grgh.... él debe estar cerca. Ve, mátala. Necesito recuperar...
—¡SUITON...! —gritó Ayame, mientras entrelazaba las manos en varios sellos, tratando de captar la atención de las dos Náyades.
Pero el ataque no vino de ella, sino de abajo. Antes de que pudiera siquiera completar la frase, ocho agujas de agua surgieron justo por debajo de los pies de Naia a penetrar sus piernas y todo lo que encontrara por el medio. No hubo ninguna sombra ni figura que delatara el ataque. Simplemente, Amenokami había desplegado su deseo de alzar las aguas.
Sus palabras se vieron súbitamente interrumpidas cuando una enorme sombra oscura se cruzó por delante de Ayame, que retrocedió un paso alarmada y asustada al creer una nueva amenaza cernirse sobre ella. Para su sorpresa, se trataba de un enorme felino negro que podría haber confundido con una pantera de no ser por aquel frondoso pelaje. Curiosamente vestía un yukata azul y lucía una bandana metálica en la que se podía leer el símbolo Shinobi.
—No tema, señorita, estoy aquí para ayudar —habló, clavando en ella sus enormes y brillantes ojos de zafiros. Rugió con rabia clavando la vista en Naia y entonces añadió en voz baja—: El joven señor Daruu está por aquí.
—Oh...
Pero no era la única que tenía compañía. Para horror de Ayame, Shannako hizo acto de presencia desde el otro extremo del campo de combate.
—¿Jefa, está bien? he venido cuanto antes.
—Sí. Sí. ¿Qué haces aquí? ¿y los ojos?
—Alguien se las arregló para pasar la prueba del Nido, Jefa. Pero no era Kiroe, sino... el mocoso. Daruu.
——No... no... ¡NO! ¡Cómo lo permitiste! ¡tenías una sola tarea, Shannako! Grgh.... él debe estar cerca. Ve, mátala. Necesito recuperar...
—¡SUITON...! —gritó Ayame, mientras entrelazaba las manos en varios sellos, tratando de captar la atención de las dos Náyades.
Pero el ataque no vino de ella, sino de abajo. Antes de que pudiera siquiera completar la frase, ocho agujas de agua surgieron justo por debajo de los pies de Naia a penetrar sus piernas y todo lo que encontrara por el medio. No hubo ninguna sombra ni figura que delatara el ataque. Simplemente, Amenokami había desplegado su deseo de alzar las aguas.