29/09/2019, 20:02
(Última modificación: 29/09/2019, 20:07 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Si bien Ryudan Shannako estaba dispuesta a atacar, pronto se vio retenida no solo por la enorme figura del gato negro —que empezó a dirigirse hacia ella con las peligrosas zarpas alzadas—. sino que la mocosa, allá a la distancia, parecía tener la intención de joderles con alguna técnica. Un suiton, habrán pensado ambas Náyades cuando escucharon la verborrea inverosímil de la guardiana y que para ellas significaba una sugerente alerta a estar atentas, pero para Ayame; no era sino la distracción perfecta. Y es que en ocasiones elegimos confiar demasiado en lo que vemos. En lo que oímos. De los estímulos que se nos dan y que creemos como verídicos. Nakura Naia estaba a punto de aprender que otros, incluso esa mocosa, sabían jugar a su juego del engaño y la desidia.
Las aguas bajo sus pies se levantaron a orden y semejanza de su ejecutora. Sendas agujas de agua —en total, ocho, y todas al unísono—. calaron sin ninguna oposición en distintos puntos del menudo cuerpo de la Náyade líder, quien chilló como lo no había hecho en años. Un dolor intenso le atravesó la pierna, los pies, y seguro que se habrá comido alguna rasgadura en los muslos; pero por suerte las espinas no eran lo suficientemente altas como para alcanzar un punto vital, por los linderos de su abdomen. ¿Y qué? la habían herido, cuando era ella quien hacía daño a los otros. La habían tocado, cuando era ella quien manipulaba a su merced al resto. ¡La habían engañado, cuando era ella quien jugaba con la mente de hombres y mujeres a partes iguales!
Esa maldita mocosa, tenía que morir... ¡morir!
Fue la primera vez que Nakura Naia perdía la calma. La primera vez que sentía que las cosas se le complicaban más de la cuenta. Kiroe no estaba ahí, no iba a completar su venganza y, ahora tenía a dos malditos críos jugando a los héroes, y a un maldito gato jugando a los ninjas. También era consciente de que los estruendos continuados en la ciudad jugaban en contra de ambos bandos y que tarde o temprano, por muy relegada que hubiera sido aquella plaza de las rutas de la guardia real, más pronto que tarde iban a tener visitas inesperadas.Había que acabar con aquello de una buena vez. De una. Buena. Vez.
Renqueante y adolorida, la mujer se tiró dos pasos atrás para alejarse del agua y pisar las orillas que se habían hecho muy cerca del pasillo que tenía a la espalda mientras sus manos se movían como una saeta ejecutando los sellos del carnero, tigre, liebre y serpiente. Sus manos fueron al suelo, y de pronto la tierra allá a cinco metros de distancia en línea recta —donde suponía estar el epicentro de la plaza, y por tanto, la efigie destruida de los delfines—. empezó a vibrar descontroladamente. Resulta ser que un pedazo de suelo importante —de cinco metros cuadrados—. se abrió como una grieta en rectángulo y súbitamente, fue cavándose a sí mismo en una portentosa y profunda zanja que parecía querer llegar hasta el núcleo del centro de la tierra. Con la ejecución del Doton: Chidōkaku, Naia tenía la intención de: utilizar ese agujero, creado a propósito desde el epicentro del todo, para que el agujero succionara por inercia el agua que componía aquél lago. La lógica y las leyes generales así se lo aseguraban, pues cuando las partes más profundas del lago artificial empezasen a caer al hueco, el resto de galones haría exactamente lo mismo.
Su objetivo era sacar de en medio aquél elemento que, visto el magullado de sus piernas pálidas, tintadas de finos hilos rojos que no paraban de emanar; eran de mucha utilidad para la hija de Zetsuo.
Shannako, por otra parte, había esperado con sórdida tranquilidad el avance del gato que, si bien era grande y pesado, tenía una portentosa agilidad, y sabía moverse bien. Suerte que Naia, una kunoichi a la que podía considerarse como rango medio, estaba aupada por su armadura de rayo que le permitió prever el acercamiento del animal, la aproximación de su zarpa y... de su respuesta ante el peligro que se ceñía como garra sobre ella.
—¡Chidori Senbon! —y en un zarpazo suyo, múltiples agujas de un fulguroso raiton azul, que nacieron desde su brazo previamente potenciado por el aura del yoroi, volaron mortíferas hacia la criatura que se aproximaba a paso de felino predador y, un par de estas agujas también—. hacia la Ayame que estaba allá parada, momentos antes de que el agua comenzara a moverse hacia el vacío.
Las aguas bajo sus pies se levantaron a orden y semejanza de su ejecutora. Sendas agujas de agua —en total, ocho, y todas al unísono—. calaron sin ninguna oposición en distintos puntos del menudo cuerpo de la Náyade líder, quien chilló como lo no había hecho en años. Un dolor intenso le atravesó la pierna, los pies, y seguro que se habrá comido alguna rasgadura en los muslos; pero por suerte las espinas no eran lo suficientemente altas como para alcanzar un punto vital, por los linderos de su abdomen. ¿Y qué? la habían herido, cuando era ella quien hacía daño a los otros. La habían tocado, cuando era ella quien manipulaba a su merced al resto. ¡La habían engañado, cuando era ella quien jugaba con la mente de hombres y mujeres a partes iguales!
Esa maldita mocosa, tenía que morir... ¡morir!
Fue la primera vez que Nakura Naia perdía la calma. La primera vez que sentía que las cosas se le complicaban más de la cuenta. Kiroe no estaba ahí, no iba a completar su venganza y, ahora tenía a dos malditos críos jugando a los héroes, y a un maldito gato jugando a los ninjas. También era consciente de que los estruendos continuados en la ciudad jugaban en contra de ambos bandos y que tarde o temprano, por muy relegada que hubiera sido aquella plaza de las rutas de la guardia real, más pronto que tarde iban a tener visitas inesperadas.Había que acabar con aquello de una buena vez. De una. Buena. Vez.
Renqueante y adolorida, la mujer se tiró dos pasos atrás para alejarse del agua y pisar las orillas que se habían hecho muy cerca del pasillo que tenía a la espalda mientras sus manos se movían como una saeta ejecutando los sellos del carnero, tigre, liebre y serpiente. Sus manos fueron al suelo, y de pronto la tierra allá a cinco metros de distancia en línea recta —donde suponía estar el epicentro de la plaza, y por tanto, la efigie destruida de los delfines—. empezó a vibrar descontroladamente. Resulta ser que un pedazo de suelo importante —de cinco metros cuadrados—. se abrió como una grieta en rectángulo y súbitamente, fue cavándose a sí mismo en una portentosa y profunda zanja que parecía querer llegar hasta el núcleo del centro de la tierra. Con la ejecución del Doton: Chidōkaku, Naia tenía la intención de: utilizar ese agujero, creado a propósito desde el epicentro del todo, para que el agujero succionara por inercia el agua que componía aquél lago. La lógica y las leyes generales así se lo aseguraban, pues cuando las partes más profundas del lago artificial empezasen a caer al hueco, el resto de galones haría exactamente lo mismo.
Su objetivo era sacar de en medio aquél elemento que, visto el magullado de sus piernas pálidas, tintadas de finos hilos rojos que no paraban de emanar; eran de mucha utilidad para la hija de Zetsuo.
Shannako, por otra parte, había esperado con sórdida tranquilidad el avance del gato que, si bien era grande y pesado, tenía una portentosa agilidad, y sabía moverse bien. Suerte que Naia, una kunoichi a la que podía considerarse como rango medio, estaba aupada por su armadura de rayo que le permitió prever el acercamiento del animal, la aproximación de su zarpa y... de su respuesta ante el peligro que se ceñía como garra sobre ella.
—¡Chidori Senbon! —y en un zarpazo suyo, múltiples agujas de un fulguroso raiton azul, que nacieron desde su brazo previamente potenciado por el aura del yoroi, volaron mortíferas hacia la criatura que se aproximaba a paso de felino predador y, un par de estas agujas también—. hacia la Ayame que estaba allá parada, momentos antes de que el agua comenzara a moverse hacia el vacío.