29/09/2019, 21:49
(Última modificación: 29/09/2019, 21:58 por Umikiba Kaido. Editado 2 veces en total.)
—Antes has dicho que no debería haber venido sola... —soltó la guardiana—. Pero yo NUNCA estoy sola.
Los ojos de Naia se encendieron, con el fulgor del chakra de Ayame envolviéndola en un manto fraternal que la iluminó como si la luna misma se hubiera puesto allí en lo más alto del cielo, opacando al ofuscado sol tardecino. Su quijada se desencajó, y de pronto un sentimiento antaño que poco le había acompañado durante años de tener el control y de sentirse segura le agobió su corazón de piedra. ¿Qué era esta sensación? ¿por qué... por qué, si hacía un par de minutos esa maldita niña estaba derrotada y derruida, ahora parecía haber recobrado su voluntad y ganas de vivir?
De pronto, aquella frase tuvo sentido. Uno doloroso. Naia miró a Shannako, batallando con Daruu y el gato ninja de Yukata azul. Miró luego a su derecha, donde solía tener a otra de sus sirvientes, pero en cambio había un espacio vacío. Miró al suelo, y no estaban sus serpientes. Entonces la realidad la golpeó como una mortífera lanza en el pecho: ella... ella sí estaba sola. Siempre lo estuvo. Ni sus Náyades, ni sus serpientes. Ni a los cientos de hombres y mujeres que sedujo con sus dotes. Con sus encantos terrenales. Esas sólo le servían porque así se los pedía. Porque las obligaba. Porque les pagaba. No había respeto. No había amor. No había lealtad, era todo superficial. Y las relaciones superficiales no eran poderosas, sino endebles. No eran perdurables, sino que caducan.
¡Clank, clink, clonk! un asustadizo movimiento de mano hizo que Naia sostuviera un kunai y rechazara los dos senbon que iban dirigido hacia sus brazos, mientras daba pasos hacia atrás, engaritada y acorralada, con el rostro arrugándose en muecas de dolor, proveniente de sus heridas y de ahora los dos nuevos senbon que se habían clavado en sus piernas.
Pero Naia seguía realizando en su interior. Tratando de encontrarle sentido a su situación. A lo débil que se sentía frente a alguien que consideraba más débil que ella. Ayame, una frágil muchacha de lágrima fácil. Siempre siendo rescatada. Siempre persiguiendo a los demás y sintiendo que no podía alcanzarlos. Pero y eso... ¿de hace cuánto? ¿hace cuánto que ya no era salvada? ¿hace cuánto que demostraba su valía en cada misión, en cada paso que daba? ¿hace cuánto que Ayame no necesitaba de su hermano, o de su padre? ¿Hace cuánto...
Oh. Cuán cierto era eso de que Ayame no estaba sola. Y ahora, prevalecía en ánimo y espíritu frente a una herida Náyade por esa misma razón. Pero no fue gracias a Daruu, que llegó para encargarse de su propio objetivo, dejando a la guardiana en soledad. Ni siquiera gracias a Kokuo, que aunque servía a su propósito de vivir un día más, nada había tenido que ver en el transcurso de tan caldeado combate.
Fue, gracias a... Ayame. Sí, Ayame. Ayame no estaba sola porque simplemente, tenía que encontrase a sí misma. Finalmente, había roto el cristal.
—Maldita cría. Te voy a matar, te voy a matar... ¡te arrancaré los ojos y se lo daré a mis serpientes de alimento mientras le envío pedacitos de tu cadáver a tu jodido padre! —espetó, mientras su mano derecha, que también se había paseado por su portaobjetos, había arrojado hacia los pies de Ayame una esfera pequeñísima que explotó en un foribundo sonido que estalló en los oídos de su oponente y que, si tenía suerte, le daría una brecha para acercarse a ella y... ¿abrazarla?
Tirarla al suelo. Sostenerle los brazos. Y besarla.
Shannako estuvo impresionada de la proeza que se marcó el gato para evitar sus agujas, las cuales, no obstante, siguieron su camino hasta la Ayame falsa, que desapareció con la electricidad. No obstante, y contra todo pronóstico, ahora la Náyade se veía acorralada por dos oponentes que avanzaban hacia ella, tratando de hacerle una encerrona. La morena masculló una maldición ininteligible mientras su armadura de rayo preparaba en el subterfugio su siguiente movimiento, y aunque sentía la imperiosa necesidad de voltear y ver qué mierda sucedía con Naia, su ... jefa; ahora tenía que ocuparse de su propia vida pues, la realidad es que nadie lo iba a hacer por ella. Porque allí estaba Nioka como ejemplo. ¿Acaso se habían tomado el tiempo de preguntarse en dónde podía estar su aliada? ¿de qué podía haberle pasado? ¿de si estaba muerta? ¿capturada? ¿o de si ellas correrían el mismo destino gracias a dos malditos niñatos de mierda?
Dudas. Dudas. Muchas dudas. Y aunque quería resolverlas, conversando con Daruu no lo iba a lograr. La cháchara para otro, ella tenía que pelear. Tenía que sobrevivir, como lo venía haciendo desde su exilio.
Un movimiento rápido le hizo desaparecer en apenas una zancada, que agrietó la tierra húmeda bajo sus pies. Había poco sol, así que su sombra no delató el hecho de que había usado la potencia de su yoroi para a la espalda de sus dos enemigos mientras su manto de raiton también camuflaba los cachiporrazos de energía que venía emergiendo desde el momento en el que Daruu habló y ella decidió actuar. Mientras llamaba al poder de Raijin, con sus manos ejecutando las plegarias; evocaron un montón de corrientes alternas que haría una potente explosión eléctrica a su alrededor de forma inevitable.
Los ojos de Naia se encendieron, con el fulgor del chakra de Ayame envolviéndola en un manto fraternal que la iluminó como si la luna misma se hubiera puesto allí en lo más alto del cielo, opacando al ofuscado sol tardecino. Su quijada se desencajó, y de pronto un sentimiento antaño que poco le había acompañado durante años de tener el control y de sentirse segura le agobió su corazón de piedra. ¿Qué era esta sensación? ¿por qué... por qué, si hacía un par de minutos esa maldita niña estaba derrotada y derruida, ahora parecía haber recobrado su voluntad y ganas de vivir?
De pronto, aquella frase tuvo sentido. Uno doloroso. Naia miró a Shannako, batallando con Daruu y el gato ninja de Yukata azul. Miró luego a su derecha, donde solía tener a otra de sus sirvientes, pero en cambio había un espacio vacío. Miró al suelo, y no estaban sus serpientes. Entonces la realidad la golpeó como una mortífera lanza en el pecho: ella... ella sí estaba sola. Siempre lo estuvo. Ni sus Náyades, ni sus serpientes. Ni a los cientos de hombres y mujeres que sedujo con sus dotes. Con sus encantos terrenales. Esas sólo le servían porque así se los pedía. Porque las obligaba. Porque les pagaba. No había respeto. No había amor. No había lealtad, era todo superficial. Y las relaciones superficiales no eran poderosas, sino endebles. No eran perdurables, sino que caducan.
¡Clank, clink, clonk! un asustadizo movimiento de mano hizo que Naia sostuviera un kunai y rechazara los dos senbon que iban dirigido hacia sus brazos, mientras daba pasos hacia atrás, engaritada y acorralada, con el rostro arrugándose en muecas de dolor, proveniente de sus heridas y de ahora los dos nuevos senbon que se habían clavado en sus piernas.
Pero Naia seguía realizando en su interior. Tratando de encontrarle sentido a su situación. A lo débil que se sentía frente a alguien que consideraba más débil que ella. Ayame, una frágil muchacha de lágrima fácil. Siempre siendo rescatada. Siempre persiguiendo a los demás y sintiendo que no podía alcanzarlos. Pero y eso... ¿de hace cuánto? ¿hace cuánto que ya no era salvada? ¿hace cuánto que demostraba su valía en cada misión, en cada paso que daba? ¿hace cuánto que Ayame no necesitaba de su hermano, o de su padre? ¿Hace cuánto...
Oh. Cuán cierto era eso de que Ayame no estaba sola. Y ahora, prevalecía en ánimo y espíritu frente a una herida Náyade por esa misma razón. Pero no fue gracias a Daruu, que llegó para encargarse de su propio objetivo, dejando a la guardiana en soledad. Ni siquiera gracias a Kokuo, que aunque servía a su propósito de vivir un día más, nada había tenido que ver en el transcurso de tan caldeado combate.
Fue, gracias a... Ayame. Sí, Ayame. Ayame no estaba sola porque simplemente, tenía que encontrase a sí misma. Finalmente, había roto el cristal.
—Maldita cría. Te voy a matar, te voy a matar... ¡te arrancaré los ojos y se lo daré a mis serpientes de alimento mientras le envío pedacitos de tu cadáver a tu jodido padre! —espetó, mientras su mano derecha, que también se había paseado por su portaobjetos, había arrojado hacia los pies de Ayame una esfera pequeñísima que explotó en un foribundo sonido que estalló en los oídos de su oponente y que, si tenía suerte, le daría una brecha para acercarse a ella y... ¿abrazarla?
Tirarla al suelo. Sostenerle los brazos. Y besarla.
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Shannako estuvo impresionada de la proeza que se marcó el gato para evitar sus agujas, las cuales, no obstante, siguieron su camino hasta la Ayame falsa, que desapareció con la electricidad. No obstante, y contra todo pronóstico, ahora la Náyade se veía acorralada por dos oponentes que avanzaban hacia ella, tratando de hacerle una encerrona. La morena masculló una maldición ininteligible mientras su armadura de rayo preparaba en el subterfugio su siguiente movimiento, y aunque sentía la imperiosa necesidad de voltear y ver qué mierda sucedía con Naia, su ... jefa; ahora tenía que ocuparse de su propia vida pues, la realidad es que nadie lo iba a hacer por ella. Porque allí estaba Nioka como ejemplo. ¿Acaso se habían tomado el tiempo de preguntarse en dónde podía estar su aliada? ¿de qué podía haberle pasado? ¿de si estaba muerta? ¿capturada? ¿o de si ellas correrían el mismo destino gracias a dos malditos niñatos de mierda?
Dudas. Dudas. Muchas dudas. Y aunque quería resolverlas, conversando con Daruu no lo iba a lograr. La cháchara para otro, ella tenía que pelear. Tenía que sobrevivir, como lo venía haciendo desde su exilio.
Un movimiento rápido le hizo desaparecer en apenas una zancada, que agrietó la tierra húmeda bajo sus pies. Había poco sol, así que su sombra no delató el hecho de que había usado la potencia de su yoroi para a la espalda de sus dos enemigos mientras su manto de raiton también camuflaba los cachiporrazos de energía que venía emergiendo desde el momento en el que Daruu habló y ella decidió actuar. Mientras llamaba al poder de Raijin, con sus manos ejecutando las plegarias; evocaron un montón de corrientes alternas que haría una potente explosión eléctrica a su alrededor de forma inevitable.