29/09/2019, 22:06
—Buenos días, Kaido-san. —soltó Akame. Kaido le observó impertérrito al nuevo Cabeza de Dragón, y torció los ojos para perderse nuevamente en los confines de la madera de su asiento, el cuál había ocupado recientemente. Umikiba Kaido vestía unos pantalones que calzaban a la pantorrilla y que se ceñían con sus botas militares altas, también negras, que dejaban los pies al descubierto. Una franela de mangas cortadas con un grabado rojo que hacía símil a la mordida de un tiburón, y un cinturón marrón donde reposaba su guardaobjetos, junto con una correa que se alzaba transversal por su pecho y que dejaba, a la espalda, la funda de su uchigatana. Su cabello reposaba por encima del arma y caía sobre su espalda como un manantial de agua oscura.
Tenía los brazos cruzados, y aunque no lucía tan perdido como antes, sí que estaba más... callado. Más metódico. Más analítico. Quizás, con tanto fracaso, había entendido que era hora de dejar de hablar tanto.
Cuando llegó Ryu, no obstante, su instinto de supervivencia le hizo espabilar. Le respondió al líder de los Dragones con una mirada furtiva y se la mantuvo, al menos todo el tiempo que pudo. Sin decir una palabra, porque sus ojos lo decían absolutamente todo por él.
Tenía los brazos cruzados, y aunque no lucía tan perdido como antes, sí que estaba más... callado. Más metódico. Más analítico. Quizás, con tanto fracaso, había entendido que era hora de dejar de hablar tanto.
Cuando llegó Ryu, no obstante, su instinto de supervivencia le hizo espabilar. Le respondió al líder de los Dragones con una mirada furtiva y se la mantuvo, al menos todo el tiempo que pudo. Sin decir una palabra, porque sus ojos lo decían absolutamente todo por él.