29/09/2019, 22:31
Naia consiguió desviar la trayectoria de los senbon que iban dirigidos hacia sus brazos, pero los que había lanzado contra sus piernas se clavaron en la carne, empeorando aún más las heridas que ya sufría la Náyade después de las espinas de agua.
—Maldita cría. Te voy a matar, te voy a matar... ¡te arrancaré los ojos y se lo daré a mis serpientes de alimento mientras le envío pedacitos de tu cadáver a tu jodido padre! —bramó, fuera de sus casillas.
—Mis ojos son demasiado... vulgares para ti, lo siento —respondió Ayame, alzando los hombros. Sin Sharingan, ni Byakugan, sin habilidades especiales. Sólo castaños, como los de la inmensa mayoría de los seres humanos que poblaban el planeta.
Naia sacó algo de su portaobjetos y lo lanzó a los pies de Ayame, que dio un salto hacia atrás en un acto reflejo. Pero no se trataba de ningún arma, ni de ningún proyectil, sino de una pequeña esfera que estalló en el suelo y liberó un potente chirrido que se clavó como un taladro en sus sensibles oídos. Ayame, con un quejido dolorido, se tapó las orejas y no pudo evitar cerrar los ojos momentáneamente mientras se encogía sobre sí misma. Entonces sintió una fuerte embestida, sintió los brazos de Naia cerrarse en torno a su cuerpo, sintió sus manos sosteniendo sus muñecas y sintió sus labios carnosos sellando los suyos en inesperado y repentino beso que desató todas las alarmas de la muchacha.
«¡¿Pero qué está...?» Seducción, supuso. ¿Acaso no funcionaba sólo con los hombres? No estaba dispuesta a averiguarlo.
Podría haber usado su técnica insignia para deshacerse de aquel agarre, pero no lo hizo. En su lugar, acumuló todo el agua de su cuerpo en la pierna, que se hipertrofió hasta lo aberrante, y entonces la alzó bruscamente en un rodillazo que buscaba encontrar el vientre bajo de su odiada amante.
—Maldita cría. Te voy a matar, te voy a matar... ¡te arrancaré los ojos y se lo daré a mis serpientes de alimento mientras le envío pedacitos de tu cadáver a tu jodido padre! —bramó, fuera de sus casillas.
—Mis ojos son demasiado... vulgares para ti, lo siento —respondió Ayame, alzando los hombros. Sin Sharingan, ni Byakugan, sin habilidades especiales. Sólo castaños, como los de la inmensa mayoría de los seres humanos que poblaban el planeta.
Naia sacó algo de su portaobjetos y lo lanzó a los pies de Ayame, que dio un salto hacia atrás en un acto reflejo. Pero no se trataba de ningún arma, ni de ningún proyectil, sino de una pequeña esfera que estalló en el suelo y liberó un potente chirrido que se clavó como un taladro en sus sensibles oídos. Ayame, con un quejido dolorido, se tapó las orejas y no pudo evitar cerrar los ojos momentáneamente mientras se encogía sobre sí misma. Entonces sintió una fuerte embestida, sintió los brazos de Naia cerrarse en torno a su cuerpo, sintió sus manos sosteniendo sus muñecas y sintió sus labios carnosos sellando los suyos en inesperado y repentino beso que desató todas las alarmas de la muchacha.
«¡¿Pero qué está...?» Seducción, supuso. ¿Acaso no funcionaba sólo con los hombres? No estaba dispuesta a averiguarlo.
Podría haber usado su técnica insignia para deshacerse de aquel agarre, pero no lo hizo. En su lugar, acumuló todo el agua de su cuerpo en la pierna, que se hipertrofió hasta lo aberrante, y entonces la alzó bruscamente en un rodillazo que buscaba encontrar el vientre bajo de su odiada amante.