30/09/2019, 21:36
—Tengo una técnica —Eri levantó la voz, y el maquinista se volvió hacia ella con el brillo de la esperanza en sus ojillos húmedos—. Puede que destroce las vías del tren, pero haría quizá descarrilar el tren y no llegaría a Ushi, pero tendríamos que ser rápidos. La técnica es Doton: Retsudo Tenshō, haría que la tierra delante del ferrocarril se destrozase, quizá con un sunshin me aleje lo suficientemente rápido para resquebrajar las vías lejos...
—Espera, Eri, espera... —la interrumpió Ayame, alzando ambas manos—. No conozco esa técnica, pero piensa bien lo que dices: a la velocidad que vamos, hacer un Sunshin sólo te crearía más inercia. Lo mejor que te podría pasar es que te dieras de bruces contra el suelo al frenar, ¡lo peor es que no te alejaras lo suficiente y el ferrocarril te arrollara antes de poder realizar tu técnica! Señor —añadió, volviéndose hacia el maquinista—. ¿A qué velocidad estamos yendo?
—E... el velocímetro no llega a dar esta velocidad... Pero debemos de estar yendo como mínimo al doble de la potencia máxima del ferrocarril.
Y eso eran sesenta kilómetros por hora. Ciento veinte si hacían los cálculos. Treinta y tres metros por segundo.
—¡Por favor, ayudadme!
Ayame se masajeó la cabeza, desesperada y agobiada. Su mente trabajaba a toda velocidad, repasando una y otra vez su repertorio de técnicas y sus habilidades como kunoichi, pero no conseguía dar con la clave que le permitiera detener aquella bestia artificial o, como había sugerido su compañera, destrozar las vías para hacerlo descarrilar de manera segura para ellos.
Quizás... quizás sólo les quedaba salvar sus vidas... ¿Pero qué había de la gente de Ushi? ¿Cómo iba a vivir con la culpa de no haber evitado una masacre así?
—Espera, Eri, espera... —la interrumpió Ayame, alzando ambas manos—. No conozco esa técnica, pero piensa bien lo que dices: a la velocidad que vamos, hacer un Sunshin sólo te crearía más inercia. Lo mejor que te podría pasar es que te dieras de bruces contra el suelo al frenar, ¡lo peor es que no te alejaras lo suficiente y el ferrocarril te arrollara antes de poder realizar tu técnica! Señor —añadió, volviéndose hacia el maquinista—. ¿A qué velocidad estamos yendo?
—E... el velocímetro no llega a dar esta velocidad... Pero debemos de estar yendo como mínimo al doble de la potencia máxima del ferrocarril.
Y eso eran sesenta kilómetros por hora. Ciento veinte si hacían los cálculos. Treinta y tres metros por segundo.
—¡Por favor, ayudadme!
Ayame se masajeó la cabeza, desesperada y agobiada. Su mente trabajaba a toda velocidad, repasando una y otra vez su repertorio de técnicas y sus habilidades como kunoichi, pero no conseguía dar con la clave que le permitiera detener aquella bestia artificial o, como había sugerido su compañera, destrozar las vías para hacerlo descarrilar de manera segura para ellos.
Quizás... quizás sólo les quedaba salvar sus vidas... ¿Pero qué había de la gente de Ushi? ¿Cómo iba a vivir con la culpa de no haber evitado una masacre así?