1/10/2019, 01:21
(Última modificación: 1/10/2019, 01:40 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Naia —convertida en un minúsculo ser que lejos estaba de la perfección y grandeza de su habitual porte y figura— seguía arrastrándose por el suelo, sabiéndose limitada a esperar a que sus energías se repusieran, de a poco, tras el inequívoco gasto de su beso mortal que acabó en un despilfarro sinsentido de chakra. Años y años de cometer sus fechorías, cientos de víctimas que cayeron en sus garras de sensualidad y dominación. Y aún así, acabó equivocándose con la menos indicada.
La mujer, maltrecha, tragó saliva. Tenía la garganta seca y los ojos vidriosos, poseída por el miedo. Aunque no tenía miedo de morir, sino a abandonar este mundo sin haber cumplido su venganza. ¡Sin haberse cobrado la vida de esa puta de Kiroe!
—Ganaré...
Tigre. Naia trastabilló impotente por la tierra húmeda, clavando sus garras hasta el fondo de la arenilla como una serpiente buscando protegerse del águila que volaba rapaz y peligrosa sobre los tormentosos cielos de la Tormenta. Buscaba alejarse, pero lo intentó sin éxito.
Carnero. La boca de la náyade murmuraba palabras ininteligible. Sollozos gemidos, temerosos. No... n-no... piedad.. ¿y qué hay de los que la decena de personas que le pidieron piedad a ella?
—¡¡Espera!!
Todo a su alrededor permaneció igual. Los instintos de Naia le decían que algo estaba mal, pero su mente y su corazón no estaban preparados para saber el qué. Así que, engañada por los vestigios de una poderosa técnica de Genjutsu que incluso ella desconocía, a pesar de manejar las artes ilusorias con bastante pericia; La Náyade contempló lo mismo que habían presenciado todas sus víctimas. A ella, galante, hermosa, deseada. Acercándose mortífera hacia ellos en un contorneo similar al de una verdadera serpiente, con sus claros ojos esmeraldas poseyendo a quien los viera. Sintió por primera vez el peso de su menudo cuerpo sobre ella, aligerado como una pluma. Frotándose entre sí en un tacto carnal.
Naia no dijo nada, sólo disfrutó. Como lo habrían hecho todos ellos. Y todas ellas. Hasta que...
Sus propios dedos se le hundieron en las cuencas de forma antinatural, apretujando tan fuerte que acabó por desligar los nervios de la retina para arrancarle finalmente los dos ojos. Tal fue el dolor que sintió que la gran Nakura Naia echó a chillar como un puerco en el matadero, sus gritos fueron inhumanos, sobrenaturales. Casi se desgarró la garganta mientras clamaba por ayuda. Mientras pedía auxilio, ahora sumida totalmente en una dolorosa oscuridad.
Lo curioso fue que, envuelta en las sombras de un mundo oscuro, podía ver. Rostros. Muchos de ellos. Acosándole. Las caras de todas sus víctimas, claras como la cristalina luz de una luna menguante.
La hábil kunoichi aterrizó, aún protegida por su manto de rayos; a unos cuántos metros de Amedama Daruu. Se mantuvo firme, atenta a todos los detalles, a cualquier ligero cambio en los sonidos que la envolvían, en las texturas que miraba, en los olores que su nariz inquieta percibía. A ella, en ese estado, no se lo podía pasar absolutamente nada. Por tanto, era plenamente consciente incluso a tanta distancia de que Nakura Naia, su Jefa, parecía haber sido derrotada, algo impensable pero que ahora sucedía de refilón mientras ella luchaba su propia batalla. Mientras Daruu salía de los resquicios de su Haisekishō calcinador, Shannako no pudo evitar sentir una impaciencia terrible que la agobiaba con cada segundo que pasaba. Las dudas —como era absolutamente normal en aquellas circunstancias—. afloraron en lo más profundo de su corazón, que de lejos estaba al nivel de Naia y de su insensibilidad por la vida misma. ¿Quién no quería vivir un día más, eh?
Ella sí, desde luego... y Daruu parecía muy seguro de que, a pesar de todo, él iba a vencer.
La Náyade no tan náyade en ese instante caviló sus opciones y aguardó la nueva ofensiva de su rival, mientras decidía cuál sería su próximo movimiento. Pero lo cierto es que no tuvo mucho tiempo para decidir, y por tanto, lo único que estuvo dispuesta a hacer con aquél gato que había empezado a correr tras morder una especie de espada y de la subsecuente técnica de agua en forma de tiburón que el mismísimo Daruu había arrojado desde sus fauces prácticamente al unísono que el sprint del gato, fue usar la increíble ventaja de su velocidad —que quizás era un poco más asequible para Daruu pero no tanto para Naiyoru—. para desaparecer, nuevamente, trazar una ruta imprevisible en el amplio terreno donde no tuviera que hacer frente ni al filo de la Futatsu ni al enorme escualo que amenazaba con devorarla y usar el elemento sorpresa para acabar con el mocoso, y, quizás, salir de Shinogi-To en la primera de cambio.
Entonces, Daruu apenas escuchó el chisporroteo a su costado, símil a los sonidos a un millar de pájaros chillando al unísono. Era la mano de Nioka que avanzaba mortífera hacia él con toda la intención de atravesar su abdomen con una despampanante aura de rayos que envolvía el brazo de su ejecutora.
La mujer, maltrecha, tragó saliva. Tenía la garganta seca y los ojos vidriosos, poseída por el miedo. Aunque no tenía miedo de morir, sino a abandonar este mundo sin haber cumplido su venganza. ¡Sin haberse cobrado la vida de esa puta de Kiroe!
—Ganaré...
» Por Daruu. Por Kiroe. Por la familia que rompiste en mil pedazos.
Tigre. Naia trastabilló impotente por la tierra húmeda, clavando sus garras hasta el fondo de la arenilla como una serpiente buscando protegerse del águila que volaba rapaz y peligrosa sobre los tormentosos cielos de la Tormenta. Buscaba alejarse, pero lo intentó sin éxito.
»Por todas esas vidas de todas aquellas personas, mujeres, hombres y niños; que destrozaste con tu obsesión por el poder y el dinero.
Carnero. La boca de la náyade murmuraba palabras ininteligible. Sollozos gemidos, temerosos. No... n-no... piedad.. ¿y qué hay de los que la decena de personas que le pidieron piedad a ella?
»Por mi padre y por mi hermano. Los protegeré a todos. —Buey—. ¡Por supuesto que ganaré!
—¡¡Espera!!
¡Plás!
Todo a su alrededor permaneció igual. Los instintos de Naia le decían que algo estaba mal, pero su mente y su corazón no estaban preparados para saber el qué. Así que, engañada por los vestigios de una poderosa técnica de Genjutsu que incluso ella desconocía, a pesar de manejar las artes ilusorias con bastante pericia; La Náyade contempló lo mismo que habían presenciado todas sus víctimas. A ella, galante, hermosa, deseada. Acercándose mortífera hacia ellos en un contorneo similar al de una verdadera serpiente, con sus claros ojos esmeraldas poseyendo a quien los viera. Sintió por primera vez el peso de su menudo cuerpo sobre ella, aligerado como una pluma. Frotándose entre sí en un tacto carnal.
Naia no dijo nada, sólo disfrutó. Como lo habrían hecho todos ellos. Y todas ellas. Hasta que...
Sus propios dedos se le hundieron en las cuencas de forma antinatural, apretujando tan fuerte que acabó por desligar los nervios de la retina para arrancarle finalmente los dos ojos. Tal fue el dolor que sintió que la gran Nakura Naia echó a chillar como un puerco en el matadero, sus gritos fueron inhumanos, sobrenaturales. Casi se desgarró la garganta mientras clamaba por ayuda. Mientras pedía auxilio, ahora sumida totalmente en una dolorosa oscuridad.
Lo curioso fue que, envuelta en las sombras de un mundo oscuro, podía ver. Rostros. Muchos de ellos. Acosándole. Las caras de todas sus víctimas, claras como la cristalina luz de una luna menguante.
. . .
La hábil kunoichi aterrizó, aún protegida por su manto de rayos; a unos cuántos metros de Amedama Daruu. Se mantuvo firme, atenta a todos los detalles, a cualquier ligero cambio en los sonidos que la envolvían, en las texturas que miraba, en los olores que su nariz inquieta percibía. A ella, en ese estado, no se lo podía pasar absolutamente nada. Por tanto, era plenamente consciente incluso a tanta distancia de que Nakura Naia, su Jefa, parecía haber sido derrotada, algo impensable pero que ahora sucedía de refilón mientras ella luchaba su propia batalla. Mientras Daruu salía de los resquicios de su Haisekishō calcinador, Shannako no pudo evitar sentir una impaciencia terrible que la agobiaba con cada segundo que pasaba. Las dudas —como era absolutamente normal en aquellas circunstancias—. afloraron en lo más profundo de su corazón, que de lejos estaba al nivel de Naia y de su insensibilidad por la vida misma. ¿Quién no quería vivir un día más, eh?
Ella sí, desde luego... y Daruu parecía muy seguro de que, a pesar de todo, él iba a vencer.
La Náyade no tan náyade en ese instante caviló sus opciones y aguardó la nueva ofensiva de su rival, mientras decidía cuál sería su próximo movimiento. Pero lo cierto es que no tuvo mucho tiempo para decidir, y por tanto, lo único que estuvo dispuesta a hacer con aquél gato que había empezado a correr tras morder una especie de espada y de la subsecuente técnica de agua en forma de tiburón que el mismísimo Daruu había arrojado desde sus fauces prácticamente al unísono que el sprint del gato, fue usar la increíble ventaja de su velocidad —que quizás era un poco más asequible para Daruu pero no tanto para Naiyoru—. para desaparecer, nuevamente, trazar una ruta imprevisible en el amplio terreno donde no tuviera que hacer frente ni al filo de la Futatsu ni al enorme escualo que amenazaba con devorarla y usar el elemento sorpresa para acabar con el mocoso, y, quizás, salir de Shinogi-To en la primera de cambio.
Entonces, Daruu apenas escuchó el chisporroteo a su costado, símil a los sonidos a un millar de pájaros chillando al unísono. Era la mano de Nioka que avanzaba mortífera hacia él con toda la intención de atravesar su abdomen con una despampanante aura de rayos que envolvía el brazo de su ejecutora.