2/10/2019, 18:10
Varias cosas habían cambiado en aquellas mazmorras desde la última vez que Ayame las había visitado.
La primera de ellas había sido el cambio de guardia. La mujer que la había recibido había sido sustituida por dos muchachos jóvenes, y a todas luces más inexpertos. Ayame no pudo evitar preguntarse el por qué de aquella decisión. Estaba en los planes que Daruu y ella volvieran con dos de las criminales más buscadas de Amegakure, ¿acaso Yui no había considerado desplegar a sus mejores soldados para custodiarlas? ¿Qué hubiese pasado si hubiesen vuelto con ellas vivas?
La segunda era la ausencia. Las celdas, tanto del cochero encargado de transportar la mercancía como del opulento compinche de las Náyades, estaban ahora vacías. Qué habría sido de ellos es algo que Ayame no podía saber, pero que no le costaba imaginar.
Y la tercera...
—No... no... ¡NAIA, SHANNAKO! ¡NOOOOOOO!
Ayame se sobresaltó aquel desgarrador alarido, y cuando se volvió hacia su origen no pudo evitar que se le congelara la sangre en las venas. Nioka, la imponente y corpulenta Náyade, había sufrido un destino similar al de sus compañeras. No... aún peor. Porque ella no había tenido un final limpio y rápido como Naia y Shannako, y estaba llena de heridas, magulladuras, rastros de golpes e incluso cicatrices de tortura. Desesperada, la mujer se había aferrado a los barrotes y trataba de abrirlos con su portentosa fuerza. Un gesto inútil, como bien sabía Ayame.
Uno de los guardias se acercó a ellos al percibir su presencia. El otro había desaparecido a todo correr...
—Guardiana —«Ayame...» Le corrigió la kunoichi internamente—, Daruu-sama. Esperad aquí, yo iré por Arashikage-sama.
Ayame asintió en silencio, agotada, y le dejó marchar sin hablar. Para cuando el hombre desapareció, Nioka le clavó la mirada. Pero sus ojos no destilaban odio ni furia, como habría esperado, sino sólo una profunda desesperación que le puso los pelos de punta.
—Mátame. Por favor, mátame... —suplicaba, con tal de acabar con aquella espiral de agonía en la que se encontraba.
Y Ayame se quedó congelada en el sitio, pegada a la pared, incapaz de reaccionar. Aquella era la segunda vez que le pedían piedad. Pero en aquella ocasión no era para que la dejaran vivir, sino para acabar con su sufrimiento dentro de aquella celda.
Fue Daruu el que movió ficha. Se adelantó, y sin pensárselo siquiera clavó el filo de una de las espadas que llevaba plegadas en los antebrazos en su cuello. Segando su vida de golpe.
—Enloquecida al ver a sus compañeras muertas —habló Daruu, tan átono y frío como su hermano, mientras retiraba el filo del arma—, Nioka sacó el brazo y me agarró. Agotado por el combate contra Shannako, no pude hacer otra cosa para soltarme que matarla. De lo contrario me habría estrangulado con el brazo. Esa será nuestra versión si Yui se molesta. Aunque espero que haga la vista gorda al ver el fruto de nuestro trabajo —añadió, volviéndose hacia ella.
Ayame asintió, temblorosa.
—V... Vale... —Agachó la cabeza, aunque a ella se le daba muy mal mentir.
Pero la amargura había comenzado a desplegarse en el pecho de Ayame de forma inevitable. No creía que ninguna de las Náyades mereciera ningún tipo de misericordia después de todo lo que habían hecho, pero de ahí a mantener a una de ellas con vida sólo para torturarla una y otra vez, sólo para desfogarse con ella cuando a la Arashikage le conviniera... A la kunoichi no le cupo duda entonces que, de haber traído a Shannako o a Naia (o a ambas) vivas, habrían corrido una suerte similar. Y aquel pensamiento sombrío sólo contaminaba más y más su sentimiento de respeto y fidelidad por Amekoro Yui.
La primera de ellas había sido el cambio de guardia. La mujer que la había recibido había sido sustituida por dos muchachos jóvenes, y a todas luces más inexpertos. Ayame no pudo evitar preguntarse el por qué de aquella decisión. Estaba en los planes que Daruu y ella volvieran con dos de las criminales más buscadas de Amegakure, ¿acaso Yui no había considerado desplegar a sus mejores soldados para custodiarlas? ¿Qué hubiese pasado si hubiesen vuelto con ellas vivas?
La segunda era la ausencia. Las celdas, tanto del cochero encargado de transportar la mercancía como del opulento compinche de las Náyades, estaban ahora vacías. Qué habría sido de ellos es algo que Ayame no podía saber, pero que no le costaba imaginar.
Y la tercera...
—No... no... ¡NAIA, SHANNAKO! ¡NOOOOOOO!
Ayame se sobresaltó aquel desgarrador alarido, y cuando se volvió hacia su origen no pudo evitar que se le congelara la sangre en las venas. Nioka, la imponente y corpulenta Náyade, había sufrido un destino similar al de sus compañeras. No... aún peor. Porque ella no había tenido un final limpio y rápido como Naia y Shannako, y estaba llena de heridas, magulladuras, rastros de golpes e incluso cicatrices de tortura. Desesperada, la mujer se había aferrado a los barrotes y trataba de abrirlos con su portentosa fuerza. Un gesto inútil, como bien sabía Ayame.
Uno de los guardias se acercó a ellos al percibir su presencia. El otro había desaparecido a todo correr...
—Guardiana —«Ayame...» Le corrigió la kunoichi internamente—, Daruu-sama. Esperad aquí, yo iré por Arashikage-sama.
Ayame asintió en silencio, agotada, y le dejó marchar sin hablar. Para cuando el hombre desapareció, Nioka le clavó la mirada. Pero sus ojos no destilaban odio ni furia, como habría esperado, sino sólo una profunda desesperación que le puso los pelos de punta.
—Mátame. Por favor, mátame... —suplicaba, con tal de acabar con aquella espiral de agonía en la que se encontraba.
Y Ayame se quedó congelada en el sitio, pegada a la pared, incapaz de reaccionar. Aquella era la segunda vez que le pedían piedad. Pero en aquella ocasión no era para que la dejaran vivir, sino para acabar con su sufrimiento dentro de aquella celda.
Fue Daruu el que movió ficha. Se adelantó, y sin pensárselo siquiera clavó el filo de una de las espadas que llevaba plegadas en los antebrazos en su cuello. Segando su vida de golpe.
—Enloquecida al ver a sus compañeras muertas —habló Daruu, tan átono y frío como su hermano, mientras retiraba el filo del arma—, Nioka sacó el brazo y me agarró. Agotado por el combate contra Shannako, no pude hacer otra cosa para soltarme que matarla. De lo contrario me habría estrangulado con el brazo. Esa será nuestra versión si Yui se molesta. Aunque espero que haga la vista gorda al ver el fruto de nuestro trabajo —añadió, volviéndose hacia ella.
Ayame asintió, temblorosa.
—V... Vale... —Agachó la cabeza, aunque a ella se le daba muy mal mentir.
Pero la amargura había comenzado a desplegarse en el pecho de Ayame de forma inevitable. No creía que ninguna de las Náyades mereciera ningún tipo de misericordia después de todo lo que habían hecho, pero de ahí a mantener a una de ellas con vida sólo para torturarla una y otra vez, sólo para desfogarse con ella cuando a la Arashikage le conviniera... A la kunoichi no le cupo duda entonces que, de haber traído a Shannako o a Naia (o a ambas) vivas, habrían corrido una suerte similar. Y aquel pensamiento sombrío sólo contaminaba más y más su sentimiento de respeto y fidelidad por Amekoro Yui.