4/10/2019, 19:10
—Las Náyades tenían una mazmorra llena de gente —asintió Daruu, complementando sus palabras—. Estimé oportuno esperar a que acabásemos con ellas para rescatarlas, pero ahora ya es el momento de hacerlo. Por otra, tengo unos ojos escondidos entre un montón de calzoncillos en la habitación del hotel —añadió, y Ayame se volvió hacia él, sorprendida y llena de felicidad. ¡Al final lo había conseguido! Él la miró de reojo, sonriente—. Creo que estarían mejor en el quirófano, esperándome.Había pensado contactar con Senzaburu-san para que nos ayudase con los prisioneros, ¿hay más ninjas de Amegakure a su cargo? ¿Qué opina? Y... por cierto. ¿Consiguió cazar al último traidor de las Náyades? ¿El Nara? —preguntó, con una furtiva mirada hacia la puerta del calabozo.
—La duda ofende, Amedama. El Nara está muerto, y su clan está siendo investigado en estos momentos. Ya sabéis, la traición se contagia muy fácil —replicó Yui, tan tajante como una guillotina. Y Ayame no pudo evitar tragar grueso, inquieta—. Y en estos tiempos tan turbios, con tanto enemigo allá afuera, hay que ser mucho más precavido con quienes pisan nuestro hogar. Así que con Nara Kikoku y estas dos ratas, Las Náyades por fin han caído. Todas —La Arashikage se volvió de nuevo hacia la celda de Nioka—, incluso una que había decidido dejar viva. Me pregunto... ¿qué le habrá pasado?
Los ojos de la Arashikage se clavaron sobre ellos con severidad, y Ayame apartó la mirada inmediatamente con el corazón en un puño. Un gesto reflejo que había adquirido de los escrutinios de su padre.
—Da igual. Salgamos de aquí, antes de que empiecen a apestar.
Yui giró sobre sus talones, y los dos muchachos la siguieron de cerca. Ayame algo más retrasada, con la mirada perdida en algún punto en el suelo y tratando por todos los medios de disimular la debilidad que sentía. Por otra parte, aquella había sido una misión larga. Muy larga. Y ahora no podía evitar echar la mirada atrás y rememorar desde el momento en el que había matado a Watanabe en medio de Shinogi-to sin conocer realmente si era merecedor de algo así, hasta la ejecución de Naia. Había matado a dos personas y sólo se arrepentía de una de las muertes. Tenía las manos manchadas de sangre y las venas de toxinas. Tres veces había sido envenenada, cuatro si contaban el último intento de Naia con aquel repugnante beso que aún sentía en sus labios. Se sentía sucia. Se sentía débil. Todo a su alrededor daba vueltas...
—Tú necesitas ver a un médico y curar esas heridas —La voz de Yui la sobresaltó. Ayame ni siquiera se había dado cuenta de cuándo habían llegado a la recepción de la Torre.
La kunoichi se forzó a sonreír.
—E... Estoy bi...
—Hueles a veneno.
«C... ¿Cómo lo ha...? Ah, claro...»
Después de todo, según las leyendas Amekoro Yui era aquella mujer que se había hecho a sí misma inmune a los venenos exponiéndose a ellos cada día de su vida. Ayame agachó la cabeza, profundamente avergonzada de su estado. Como Hōzuki que era, permitir que la contaminaran de aquel modo era poco menos que humillante. Aún así, no protestó cuando la Arashikage llamó a un chunin para que la acompañara al hospital. Lo que no esperaba, sin embargo, fueron las siguientes palabras de Yui que hablaban sobre el padre de Daruu y el indulto que merecía una vez demostrada su inocencia. Ayame sonrió débilmente ante la alegría de su pareja, pero después de despedirse de ambos, caminó como buenamente pudo hacia su siguiente destino: El Hospital de Amegakure.
«Oh, no... Allí estará papá...» Se dio cuenta entonces, aterrorizada ante lo que se le iba a venir encima.
—La duda ofende, Amedama. El Nara está muerto, y su clan está siendo investigado en estos momentos. Ya sabéis, la traición se contagia muy fácil —replicó Yui, tan tajante como una guillotina. Y Ayame no pudo evitar tragar grueso, inquieta—. Y en estos tiempos tan turbios, con tanto enemigo allá afuera, hay que ser mucho más precavido con quienes pisan nuestro hogar. Así que con Nara Kikoku y estas dos ratas, Las Náyades por fin han caído. Todas —La Arashikage se volvió de nuevo hacia la celda de Nioka—, incluso una que había decidido dejar viva. Me pregunto... ¿qué le habrá pasado?
Los ojos de la Arashikage se clavaron sobre ellos con severidad, y Ayame apartó la mirada inmediatamente con el corazón en un puño. Un gesto reflejo que había adquirido de los escrutinios de su padre.
—Da igual. Salgamos de aquí, antes de que empiecen a apestar.
Yui giró sobre sus talones, y los dos muchachos la siguieron de cerca. Ayame algo más retrasada, con la mirada perdida en algún punto en el suelo y tratando por todos los medios de disimular la debilidad que sentía. Por otra parte, aquella había sido una misión larga. Muy larga. Y ahora no podía evitar echar la mirada atrás y rememorar desde el momento en el que había matado a Watanabe en medio de Shinogi-to sin conocer realmente si era merecedor de algo así, hasta la ejecución de Naia. Había matado a dos personas y sólo se arrepentía de una de las muertes. Tenía las manos manchadas de sangre y las venas de toxinas. Tres veces había sido envenenada, cuatro si contaban el último intento de Naia con aquel repugnante beso que aún sentía en sus labios. Se sentía sucia. Se sentía débil. Todo a su alrededor daba vueltas...
—Tú necesitas ver a un médico y curar esas heridas —La voz de Yui la sobresaltó. Ayame ni siquiera se había dado cuenta de cuándo habían llegado a la recepción de la Torre.
La kunoichi se forzó a sonreír.
—E... Estoy bi...
—Hueles a veneno.
«C... ¿Cómo lo ha...? Ah, claro...»
Después de todo, según las leyendas Amekoro Yui era aquella mujer que se había hecho a sí misma inmune a los venenos exponiéndose a ellos cada día de su vida. Ayame agachó la cabeza, profundamente avergonzada de su estado. Como Hōzuki que era, permitir que la contaminaran de aquel modo era poco menos que humillante. Aún así, no protestó cuando la Arashikage llamó a un chunin para que la acompañara al hospital. Lo que no esperaba, sin embargo, fueron las siguientes palabras de Yui que hablaban sobre el padre de Daruu y el indulto que merecía una vez demostrada su inocencia. Ayame sonrió débilmente ante la alegría de su pareja, pero después de despedirse de ambos, caminó como buenamente pudo hacia su siguiente destino: El Hospital de Amegakure.
«Oh, no... Allí estará papá...» Se dio cuenta entonces, aterrorizada ante lo que se le iba a venir encima.