5/10/2019, 19:34
Él asintió, y se apresuró a completar su petición. Cogió el portaobjetos y se lo dejó sobre el vientre.
—Aquí tienes —le dijo, mientras volvía a tomar asiento y Ayame se disponía a rebuscar en el bolso—. Ahora que estamos más a gusto, me gustaría hablarte de lo que encontré sobre mi padre.
Ayame le dirigió una mirada por debajo de las pestañas, escuchándole con atención. Para entonces ya había encontrado lo que buscaba: un pequeño cuaderno que Daruu conocía bastante bien.
—No se unió a ellas. Le secuestraron y le torturaron con esa técnica que usó contra mi en la Playa de Amenokami hasta lavarle el cerebro —comenzó a relatar—. Según redacta en el informe, ya no era ni él mismo cuando terminaron. Y con ello obligaron a mi madre a matarle.
Ayame frunció los labios, con aquella ardiente sensación brotando de nuevo en su pecho. Y se reafirmó a sí misma. No. Aquellas mujeres no merecían ningún tipo de compasión. No después de todo lo que habían hecho. De romper tantas familias. De arrancar tantas vidas a su paso.
—Qué mujer tan asquerosa. Joder.
—No conozco los suficientes insultos para alguien como ella —afirmó ella, abriendo el cuaderno por una página al azar casi con rabia. Pasó de largo el retrato de Kuroyuki y se detuvo sobre el de Naia. Ahora que volvía a verlo, y después de haberla visto en persona, podía afirmarlo: no había retrato ni fotografía que pudiera hacer nunca justicia a aquella belleza llena de veneno.
—Aún así me alegro de haber conocido la verdad. Yui-sama va a limpiar su nombre, y mamá y yo nos encargaremos de encontrar alguna foto suya y honrarle como se merece.
Ayame también sonrió.
—Yo también me alegro muchísimo por vosotros. Sólo me apena no poder haber acabado con ellas antes. Pero... tengo que concederos una cosa a papá y a ti: fue una locura lo que intenté hacer aquella vez. Ya sabes... cuando intenté ir yo sola. No habría regresado con vida.
Y, con un firme movimiento de su mano diestra, Ayame tachó con una cruz gigante el retrado de la Náyade.
—Aquí tienes —le dijo, mientras volvía a tomar asiento y Ayame se disponía a rebuscar en el bolso—. Ahora que estamos más a gusto, me gustaría hablarte de lo que encontré sobre mi padre.
Ayame le dirigió una mirada por debajo de las pestañas, escuchándole con atención. Para entonces ya había encontrado lo que buscaba: un pequeño cuaderno que Daruu conocía bastante bien.
—No se unió a ellas. Le secuestraron y le torturaron con esa técnica que usó contra mi en la Playa de Amenokami hasta lavarle el cerebro —comenzó a relatar—. Según redacta en el informe, ya no era ni él mismo cuando terminaron. Y con ello obligaron a mi madre a matarle.
Ayame frunció los labios, con aquella ardiente sensación brotando de nuevo en su pecho. Y se reafirmó a sí misma. No. Aquellas mujeres no merecían ningún tipo de compasión. No después de todo lo que habían hecho. De romper tantas familias. De arrancar tantas vidas a su paso.
—Qué mujer tan asquerosa. Joder.
—No conozco los suficientes insultos para alguien como ella —afirmó ella, abriendo el cuaderno por una página al azar casi con rabia. Pasó de largo el retrato de Kuroyuki y se detuvo sobre el de Naia. Ahora que volvía a verlo, y después de haberla visto en persona, podía afirmarlo: no había retrato ni fotografía que pudiera hacer nunca justicia a aquella belleza llena de veneno.
—Aún así me alegro de haber conocido la verdad. Yui-sama va a limpiar su nombre, y mamá y yo nos encargaremos de encontrar alguna foto suya y honrarle como se merece.
Ayame también sonrió.
—Yo también me alegro muchísimo por vosotros. Sólo me apena no poder haber acabado con ellas antes. Pero... tengo que concederos una cosa a papá y a ti: fue una locura lo que intenté hacer aquella vez. Ya sabes... cuando intenté ir yo sola. No habría regresado con vida.
Y, con un firme movimiento de su mano diestra, Ayame tachó con una cruz gigante el retrado de la Náyade.