7/10/2019, 18:48
Empezaron a oír los gritos poco antes de llegar al templo sin dios. Al contrario que el resto de edificaciones de Hokutōmori, que rendían culto a dioses sintoístas o budistas, aquel carecía de cualquier imagen religiosa. No era un edificio de culto, ni de rezo, simplemente estaba allí para personas que quisieran alcanzar la paz mental meditando e incluso, en ocasiones como aquella, para planificar reuniones.
—Vamos, otra más. ¡Otra más! —exclamó una voz desde el interior.
—¿Uh...? —Ayame se paró en seco momentáneamente, extrañada—. ¿Daruu, has oído...?
—Venga, dame una más. ¡Dame una más, cabrón! —volvió a bramar la voz.
Y en aquella ocasión no hubo duda alguna.
—¡Es Datsue! ¡Parece estar en apuros! —gimió Ayame, a la desesperada. y arrancó a caminar todo lo deprisa que pudo, cargando con Daruu tras de ella.
Por aquellas voces, parecía que el Uchiha estaba combatiendo. ¿Pero contra quién? ¡Se suponía que en Hokutōmori estaba prohibido combatir! ¿Y si se había encontrado con un enemigo formidable? ¿Y si se había encontrado... con un General? Se le congeló la sangre de sólo pensarlo.
—Eso es…Eso es… ¡¡¡ESO ES, JODER, ESO ES!!!
Para entonces, Ayame había echado casi a correr. Alarmada, entró de golpe y sopetón en el templo y buscó a su alrededor con desesperación.
—¡¡DATSU... e...!! Ah... Eh... —su voz murió en sus labios a mitad de pronunciación.
Y es que el Uchiha no estaba combatiendo contra nadie. O en realidad se podría decir que luchaba contra sí mismo. A Ayame le había costado varios segundos reconocerlo. Estaba allí, en mitad de la sala haciendo sentadillas con una enorme roca atada a la espalda por una suerte de mochila de acero. Sin camiseta. Dejando a la vista sus marcados pectorales, sus abdominales definidos como una perfecta tableta de chocolate y unos bíceps inflados como globos. Su piel tersa relucía por el sudor del esfuerzo.
Y Ayame, congelada en el sitio, sintió que las mejillas le ardían.
—Parece que alguien ha decidido compensar la falta de cerebro con algo de músculo —la voz de Kokuō, burlona, invadió sus labios, y Ayame se tapó la boca a todo correr. Demasiado tarde.
—Vamos, otra más. ¡Otra más! —exclamó una voz desde el interior.
—¿Uh...? —Ayame se paró en seco momentáneamente, extrañada—. ¿Daruu, has oído...?
—Venga, dame una más. ¡Dame una más, cabrón! —volvió a bramar la voz.
Y en aquella ocasión no hubo duda alguna.
—¡Es Datsue! ¡Parece estar en apuros! —gimió Ayame, a la desesperada. y arrancó a caminar todo lo deprisa que pudo, cargando con Daruu tras de ella.
Por aquellas voces, parecía que el Uchiha estaba combatiendo. ¿Pero contra quién? ¡Se suponía que en Hokutōmori estaba prohibido combatir! ¿Y si se había encontrado con un enemigo formidable? ¿Y si se había encontrado... con un General? Se le congeló la sangre de sólo pensarlo.
—Eso es…Eso es… ¡¡¡ESO ES, JODER, ESO ES!!!
Para entonces, Ayame había echado casi a correr. Alarmada, entró de golpe y sopetón en el templo y buscó a su alrededor con desesperación.
—¡¡DATSU... e...!! Ah... Eh... —su voz murió en sus labios a mitad de pronunciación.
Y es que el Uchiha no estaba combatiendo contra nadie. O en realidad se podría decir que luchaba contra sí mismo. A Ayame le había costado varios segundos reconocerlo. Estaba allí, en mitad de la sala haciendo sentadillas con una enorme roca atada a la espalda por una suerte de mochila de acero. Sin camiseta. Dejando a la vista sus marcados pectorales, sus abdominales definidos como una perfecta tableta de chocolate y unos bíceps inflados como globos. Su piel tersa relucía por el sudor del esfuerzo.
Y Ayame, congelada en el sitio, sintió que las mejillas le ardían.
—Parece que alguien ha decidido compensar la falta de cerebro con algo de músculo —la voz de Kokuō, burlona, invadió sus labios, y Ayame se tapó la boca a todo correr. Demasiado tarde.