7/10/2019, 20:50
—¡Daruu, no deberías...! —exclamó Ayame, demasiado tarde.
En un ataque de gallardía, su compañero se arrancó la venda de los ojos. Y el color perlado de sus iris volvió a iluminar su semblante.
—¿¡Quién eres, y dónde está Datsue, hijo de puta!? —bramó Daruu.
—D... Daruu... —murmuró Ayame, con un hilo de voz.
Estaba claro que su pareja estaba haciendo un soberano esfuerzo para comenzar a ver de nuevo, y que estaba confundiendo a la mole en la que se había convertido Datsue con un enemigo. Llegar a visualizar la verdad le llevó varios largos segundos.
—¡Por los tres dragones que se llevaron a Oonori, QUÉ TE HA PASADO, DATSUE!
Pero Datsue no estaba menos sorprendido que ellos. Al comienzo de los gritos parecía haberse preocupado enormemente, pero entonces...
—¡PEDAZO DE CABRÓN ESTÚPIDO! —bramó, pero desinfló su ira con un sonoro suspiro—. ¡Por un momento pensé que te habían quitado otra vez los ojos, joder! ¿¡A cuento de qué vas con vendas!? ¡Putas bromas las vuestras, de verdad!
Preguntó, mientras abandonaba la mochila con la roca en el suelo y, aún cubierto de sudor, comenzaba a acercarse ellos con muy mala cara. Ayame, inconscientemente, bajó la mirada hasta su barbilla y comenzó a prepararse por si necesitaba licuar su cuerpo, pero...
—Ah, ¡sabía que lo conseguirías, capullo! —exclamó, dándole un breve abrazo y palmeándole la espalda con toda la fuerza que podían imprimir aquellos brazacos. Después miró a Ayame, y sus ojos se fijaron rápidamente en su brazo, donde lucía su recién estrenada placa de chuunin—. Bueno… Bueno, bueno, bueno. ¡Quiero detalles! ¡Quiero que os recreáis! ¿Cómo fue la caza?
—P... P... ¿Podrías ponerte algo encima primero? —balbuceó Ayame, que había apartado la mirada bruscamente hacia un lado del templo, y temblaba ligeramente, incapaz de contener el rubor de sus mejillas ardientes—. Quiero decir... Eh... Es que...
«Y una ducha tampoco vendría mal, pero no creo que le caiga en gracia si le tiro un Mizurappa...» Aunque ganas no le faltaban.
¿Pero cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se vieron en persona? ¡Tres meses como mucho! ¡¿Qué demonios había hecho para inflarse de aquella manera?!
En un ataque de gallardía, su compañero se arrancó la venda de los ojos. Y el color perlado de sus iris volvió a iluminar su semblante.
—¿¡Quién eres, y dónde está Datsue, hijo de puta!? —bramó Daruu.
—D... Daruu... —murmuró Ayame, con un hilo de voz.
Estaba claro que su pareja estaba haciendo un soberano esfuerzo para comenzar a ver de nuevo, y que estaba confundiendo a la mole en la que se había convertido Datsue con un enemigo. Llegar a visualizar la verdad le llevó varios largos segundos.
—¡Por los tres dragones que se llevaron a Oonori, QUÉ TE HA PASADO, DATSUE!
Pero Datsue no estaba menos sorprendido que ellos. Al comienzo de los gritos parecía haberse preocupado enormemente, pero entonces...
—¡PEDAZO DE CABRÓN ESTÚPIDO! —bramó, pero desinfló su ira con un sonoro suspiro—. ¡Por un momento pensé que te habían quitado otra vez los ojos, joder! ¿¡A cuento de qué vas con vendas!? ¡Putas bromas las vuestras, de verdad!
Preguntó, mientras abandonaba la mochila con la roca en el suelo y, aún cubierto de sudor, comenzaba a acercarse ellos con muy mala cara. Ayame, inconscientemente, bajó la mirada hasta su barbilla y comenzó a prepararse por si necesitaba licuar su cuerpo, pero...
—Ah, ¡sabía que lo conseguirías, capullo! —exclamó, dándole un breve abrazo y palmeándole la espalda con toda la fuerza que podían imprimir aquellos brazacos. Después miró a Ayame, y sus ojos se fijaron rápidamente en su brazo, donde lucía su recién estrenada placa de chuunin—. Bueno… Bueno, bueno, bueno. ¡Quiero detalles! ¡Quiero que os recreáis! ¿Cómo fue la caza?
—P... P... ¿Podrías ponerte algo encima primero? —balbuceó Ayame, que había apartado la mirada bruscamente hacia un lado del templo, y temblaba ligeramente, incapaz de contener el rubor de sus mejillas ardientes—. Quiero decir... Eh... Es que...
«Y una ducha tampoco vendría mal, pero no creo que le caiga en gracia si le tiro un Mizurappa...» Aunque ganas no le faltaban.
¿Pero cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se vieron en persona? ¡Tres meses como mucho! ¡¿Qué demonios había hecho para inflarse de aquella manera?!