15/10/2019, 01:26
Sí, Hanabi había visto algo por el rabillo del ojo. ¿Un Kage Bunshin, quizás, hundiéndose en la arena con una técnica de Doton? ¿O sería el propio Datsue quien se hundía, y él estaba luchando contra un señuelo? No importaba, en realidad. Porque el ímpetu le hacía moverse hacia adelante, sólo hacia adelante. Apostar. Apostarlo todo a un movimiento, a dos, a tres. A cuantos fueran. En su estado, no tenía nada que perder. Pero con un poco de suerte, tenía todo por ganar.
Y además, habían problemas más acuciantes que atender. Como...
—¡MIRA, ME CAGO EN TU RAZA! —bramó, sincero y contundente.
Primero había visto por el rabillo del ojo un shuriken pasando por encima de su cabeza. Ya entonces sabía que algo tramaba Datsue, pero no esperaba que no una, sino dos veces tuviera que enfrentarse a su propia técnica. Cómo lo hizo, Hanabi no lo supo entonces. Pero el chorro de fuego había comenzado a acumular llamas hacia el final de su trayectoria y ahora era a él a quien le venía una gran masa de fuego.
Apostar.
Puede que fuera su última apuesta. Pero debía apostar.
Y las llamas engulleron a Hanabi.
El torrente de fuego pasó. Fue entonces cuando Datsue supo que Hanabi no estaba allí.
Y entonces la justicia poética cayó sobre él. Un chorro de fuego directamente encima. Otro por un flanco. Y otro por el otro. Estallaron en el centro y le engulleron para vengar a su hermano humillado.
«Si es un clon, el combate ha terminado. Si es el real, el combate... ha terminado.» Hanabi, desde allá arriba, se mantenía en el aire por la misma fuerza de sus llamas.
Y además, habían problemas más acuciantes que atender. Como...
—¡MIRA, ME CAGO EN TU RAZA! —bramó, sincero y contundente.
Primero había visto por el rabillo del ojo un shuriken pasando por encima de su cabeza. Ya entonces sabía que algo tramaba Datsue, pero no esperaba que no una, sino dos veces tuviera que enfrentarse a su propia técnica. Cómo lo hizo, Hanabi no lo supo entonces. Pero el chorro de fuego había comenzado a acumular llamas hacia el final de su trayectoria y ahora era a él a quien le venía una gran masa de fuego.
Apostar.
Puede que fuera su última apuesta. Pero debía apostar.
Y las llamas engulleron a Hanabi.
El torrente de fuego pasó. Fue entonces cuando Datsue supo que Hanabi no estaba allí.
Y entonces la justicia poética cayó sobre él. Un chorro de fuego directamente encima. Otro por un flanco. Y otro por el otro. Estallaron en el centro y le engulleron para vengar a su hermano humillado.
«Si es un clon, el combate ha terminado. Si es el real, el combate... ha terminado.» Hanabi, desde allá arriba, se mantenía en el aire por la misma fuerza de sus llamas.