16/10/2019, 19:13
(Última modificación: 16/10/2019, 19:14 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Recuperé mis ojos, pero no fue tarea fácil —Daruu cambió el rumbo de la conversación de forma tan brusca como quien toma el timón de un barco y lo hace rodar a toda velocidad—. Ayame le metió una bala de agua entre ceja y ceja a esa cabrona.
La aludida inspiró de forma profunda y apartó ligeramente la mirada cuando sintió la mirada de Datsue clavarse sobre ella. Sentía un extraño cosquilleo en su dedo índice. Sí, lo había hecho. Y lo volvería a hacer, una y otra vez si fuera necesario. Aquella víbora no merecía menos. Pero recordarlo no lo hacía precisamente placentero. La venganza nunca lo era. Era un plato amargo. Frío y amargo, como un café que se ha dejado toda la noche.
—Le devolví todo lo que había hecho —respondió, cortante y simple.
—Yo me llevé a otra por delante. Y la última también está muerta —continuó Daruu—. Todo ha acabado. ¿Llegué a hablarte alguna vez sobre mi padre?
—Me dijiste que era un traidor. Que… que había intentado asesinar a Yui —respondió Datsue—. Poco más.
Aquella era una historia que Daruu debía relatar él mismo. Por eso, mientras tanto, ella se dedicó a pasear por el templo y se detuvo pensativa sobre la mesa de piedra. Sus manos, temblorosas, acariciaron su superficie y sintió que Kokuō se estremecía en su interior. El bijuu había estado muy tenso desde que habían puesto el primer pie allí, y no era para menos. Después de todo, aquel lugar, aquel templo, aquella misma mesa, había sido el atardecer de su libertad. Y el amanecer de la suya propia.
Pero también había sido el comienzo de su amistad.
En aquel lugar, en aquel templo, sobre aquella mesa, Ayame hizo y cumplió su juramento.
La aludida inspiró de forma profunda y apartó ligeramente la mirada cuando sintió la mirada de Datsue clavarse sobre ella. Sentía un extraño cosquilleo en su dedo índice. Sí, lo había hecho. Y lo volvería a hacer, una y otra vez si fuera necesario. Aquella víbora no merecía menos. Pero recordarlo no lo hacía precisamente placentero. La venganza nunca lo era. Era un plato amargo. Frío y amargo, como un café que se ha dejado toda la noche.
—Le devolví todo lo que había hecho —respondió, cortante y simple.
—Yo me llevé a otra por delante. Y la última también está muerta —continuó Daruu—. Todo ha acabado. ¿Llegué a hablarte alguna vez sobre mi padre?
—Me dijiste que era un traidor. Que… que había intentado asesinar a Yui —respondió Datsue—. Poco más.
Aquella era una historia que Daruu debía relatar él mismo. Por eso, mientras tanto, ella se dedicó a pasear por el templo y se detuvo pensativa sobre la mesa de piedra. Sus manos, temblorosas, acariciaron su superficie y sintió que Kokuō se estremecía en su interior. El bijuu había estado muy tenso desde que habían puesto el primer pie allí, y no era para menos. Después de todo, aquel lugar, aquel templo, aquella misma mesa, había sido el atardecer de su libertad. Y el amanecer de la suya propia.
Pero también había sido el comienzo de su amistad.
En aquel lugar, en aquel templo, sobre aquella mesa, Ayame hizo y cumplió su juramento.