21/10/2019, 17:04
(Última modificación: 21/10/2019, 17:07 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Tardó un momento en volver a reaccionar, como aquel que todavía se encuentra en el umbral de lo onírico y lo real. En volver a sentir su cuerpo y proclamarlo como suyo. En salir de su ensimismamiento tras las palabras dedicadas por el Gran Shukaku. Por ese orgullo desmedido que le abarcaba también a él. No de forma excluyente, no a pesar de, sino con él.
Una serie de sentimientos que todavía no era capaz de catalogar florecieron en su interior. Datsue los atrapó todos en una cajita y los selló en un rincón. Ya habría tiempo de bucear en ellos, de descubrir su naturaleza. En otro momento. Uno en el que no se estuviese jugando la puta vida. «Y la de mi Kage», pensó, cuando siguió la dirección de los ojos de Bakudan.
Como si la batalla anterior fuese una verdadera lección, la última gran enseñanza por parte de Hanabi, el Uchiha imitó a Bakudan. Lo imitó, sí, tal y como Uchiha Raito le había recomendado hacía mucho tiempo y él no había hecho caso en su primer envite contra Hanabi. Miles de partículas de arena empezaron a formarse en su piel, en toda ella, abrazándole como un Padre a un Hijo. Protegiéndole. Esta vez sin efectos colaterales. Esta vez sin abrasarle por dentro. Sus manos y pies se tornaron garras; sus orejas en unas de tanuki en forma de cuerno negro; su boca en unas fauces serradas; su Sharingan en uno dorado con las pupilas estrelladas; y una gran cola nació a su espalda. La que Kurama podía chuparle.
«Así es suficiente», se dijo. Era muy tentador demandar todavía más poder. Volverse más robusto, más fuerte, más bestial. Seguramente lo hubiese hecho, de no tener experiencias pasadas. El combate contra Uchiha Akame en el Valle del Fin le había demostrado que ir más allá implicaba renunciar a sus habilidades. A la capacidad de formar sellos debido a unas garras demasiado monstruosas. No le convenía. No por el momento.
Datsue decidió hacer el primer movimiento. Un simple sello, y un Kage Bunshin surgió a su lado. El clon se agachó tras él y sobre Hanabi, y ambos formaron una rápida tanda de sellos, idénticas. El clon terminó por posar una palma sobre el pecho de Hanabi.
—Te equivocas, Bakudan —dijo, cuando Bakudan respondió a su amo, con una voz ronca y profunda—. El placer será mío.
De pronto, saltaron. Él y su Kage Bunshin, quien sujetaba a Hanabi con ambos brazos. El original subió catapultado hacia el cielo y se colocó diez metros por encima de Bakudan. El Kage Bunshin, en vez de trazar un arco hacia su rival, simplemente ascendió hacia arriba, quince metros, manteniéndose flotando en el aire con Hanabi entre sus garras. A una distancia prudente y aparentemente segura. No podía permitir que le hiciesen nada.
Volaban. En efecto, volaban. El último as bajo la manga de Datsue. Ese que ni siquiera había utilizado contra Hanabi, al descubierto. No contento con eso, el Uchiha formó el sello del Jabalí y...
«¡Cabeza fría!», se recriminó, deteniéndose a tiempo. Tenía el chakra de un dios, sí, pero su corazón y sus pulmones seguían siendo los de un humano. Si se precipitaba y abusaba de su nuevo poder, podría acabar pagándolo muy, muy caro. «Mierda... tengo que estar atento. Como me haga un Sunshin-Hanabi tengo que estar preparado de antemano. Sí, si me lo hace haré esto... Y si me hace lo otro, no me quedará más remedio que... Sí, sí. A la mierda. Eso haré». Su mente hilvanaba a una velocidad endemoniada todos los posibles ataques que podía ejecutar Bakudan, así como los consiguientes contraataques con los que debía responder. Como si fuese una partida de shōgi. La partida de su vida.
Antaño, hubiese dejado más cosas al azar. A su pura improvisación, como le gustaba llamarlo. Pero él ya no era así. Como alguien le había dicho una vez, la suerte era el consuelo de los que fracasan y lo más mencionado en un velatorio ninja. Era una moneda al aire, traicionera y cambiante. Y un verdadero profesional jamás dejaba nada al capricho del viento.
Una serie de sentimientos que todavía no era capaz de catalogar florecieron en su interior. Datsue los atrapó todos en una cajita y los selló en un rincón. Ya habría tiempo de bucear en ellos, de descubrir su naturaleza. En otro momento. Uno en el que no se estuviese jugando la puta vida. «Y la de mi Kage», pensó, cuando siguió la dirección de los ojos de Bakudan.
Como si la batalla anterior fuese una verdadera lección, la última gran enseñanza por parte de Hanabi, el Uchiha imitó a Bakudan. Lo imitó, sí, tal y como Uchiha Raito le había recomendado hacía mucho tiempo y él no había hecho caso en su primer envite contra Hanabi. Miles de partículas de arena empezaron a formarse en su piel, en toda ella, abrazándole como un Padre a un Hijo. Protegiéndole. Esta vez sin efectos colaterales. Esta vez sin abrasarle por dentro. Sus manos y pies se tornaron garras; sus orejas en unas de tanuki en forma de cuerno negro; su boca en unas fauces serradas; su Sharingan en uno dorado con las pupilas estrelladas; y una gran cola nació a su espalda. La que Kurama podía chuparle.
«Así es suficiente», se dijo. Era muy tentador demandar todavía más poder. Volverse más robusto, más fuerte, más bestial. Seguramente lo hubiese hecho, de no tener experiencias pasadas. El combate contra Uchiha Akame en el Valle del Fin le había demostrado que ir más allá implicaba renunciar a sus habilidades. A la capacidad de formar sellos debido a unas garras demasiado monstruosas. No le convenía. No por el momento.
Datsue decidió hacer el primer movimiento. Un simple sello, y un Kage Bunshin surgió a su lado. El clon se agachó tras él y sobre Hanabi, y ambos formaron una rápida tanda de sellos, idénticas. El clon terminó por posar una palma sobre el pecho de Hanabi.
—Te equivocas, Bakudan —dijo, cuando Bakudan respondió a su amo, con una voz ronca y profunda—. El placer será mío.
De pronto, saltaron. Él y su Kage Bunshin, quien sujetaba a Hanabi con ambos brazos. El original subió catapultado hacia el cielo y se colocó diez metros por encima de Bakudan. El Kage Bunshin, en vez de trazar un arco hacia su rival, simplemente ascendió hacia arriba, quince metros, manteniéndose flotando en el aire con Hanabi entre sus garras. A una distancia prudente y aparentemente segura. No podía permitir que le hiciesen nada.
Volaban. En efecto, volaban. El último as bajo la manga de Datsue. Ese que ni siquiera había utilizado contra Hanabi, al descubierto. No contento con eso, el Uchiha formó el sello del Jabalí y...
«¡Cabeza fría!», se recriminó, deteniéndose a tiempo. Tenía el chakra de un dios, sí, pero su corazón y sus pulmones seguían siendo los de un humano. Si se precipitaba y abusaba de su nuevo poder, podría acabar pagándolo muy, muy caro. «Mierda... tengo que estar atento. Como me haga un Sunshin-Hanabi tengo que estar preparado de antemano. Sí, si me lo hace haré esto... Y si me hace lo otro, no me quedará más remedio que... Sí, sí. A la mierda. Eso haré». Su mente hilvanaba a una velocidad endemoniada todos los posibles ataques que podía ejecutar Bakudan, así como los consiguientes contraataques con los que debía responder. Como si fuese una partida de shōgi. La partida de su vida.
Antaño, hubiese dejado más cosas al azar. A su pura improvisación, como le gustaba llamarlo. Pero él ya no era así. Como alguien le había dicho una vez, la suerte era el consuelo de los que fracasan y lo más mencionado en un velatorio ninja. Era una moneda al aire, traicionera y cambiante. Y un verdadero profesional jamás dejaba nada al capricho del viento.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado