1/11/2019, 20:20
El filo del hacha se clavó en la fría y dura barrera de tierra, allá en uno de los dientes de Shukaku. Bakudan rio y se acercó a toda velocidad por el aire aprovechando la nueva barrera visual entre él y Datsue. Formuló unos sellos y, con fuerza, extrajo el hacha de la barrera, todavía con aquella extraña técnica activa en el dorso del filo.
En el otro frente, Hanabi no se podía creer lo que estaba pasando, pero su trabajo desde que se había puesto el sombrero era, precisamente, el de hacer de líder, y aunque ahora ese papel lo ostentaba su pupilo temporalmente, como líder había aprendido que lo más importante de todo ante una situación imprevista era mantener el temple lo mejor que uno pudiese y preocuparse más tarde de lo que pudiera postergarse.
—Está bien. Tendremos que tener una charla sobre esto, más tarde —le indicó—. ¿Eso significa que si me sueltas podré moverme con libertad? Creo que con un minuto más bastará para que pueda defenderme. Por cierto, ¡cuidado! No lo veo.
Efectivamente, Bakudan había desaparecido de la vista tanto del original como del clon. Pero tampoco pudieron sentarse —metafóricamente, por supuesto— a pensarlo mucho tiempo, porque de la parte lisa de la barrera que Datsue había creado surgieron dos enormes fauces afiladas de piedra dispuestas a devorarle. Una traición más de una técnica a su ejecutor.
—¡Cuidado! —gritó Hanabi a medio masticar la pastilla que Datsue le había dado.
En el otro frente, Hanabi no se podía creer lo que estaba pasando, pero su trabajo desde que se había puesto el sombrero era, precisamente, el de hacer de líder, y aunque ahora ese papel lo ostentaba su pupilo temporalmente, como líder había aprendido que lo más importante de todo ante una situación imprevista era mantener el temple lo mejor que uno pudiese y preocuparse más tarde de lo que pudiera postergarse.
—Está bien. Tendremos que tener una charla sobre esto, más tarde —le indicó—. ¿Eso significa que si me sueltas podré moverme con libertad? Creo que con un minuto más bastará para que pueda defenderme. Por cierto, ¡cuidado! No lo veo.
Efectivamente, Bakudan había desaparecido de la vista tanto del original como del clon. Pero tampoco pudieron sentarse —metafóricamente, por supuesto— a pensarlo mucho tiempo, porque de la parte lisa de la barrera que Datsue había creado surgieron dos enormes fauces afiladas de piedra dispuestas a devorarle. Una traición más de una técnica a su ejecutor.
—¡Cuidado! —gritó Hanabi a medio masticar la pastilla que Datsue le había dado.