13/11/2019, 18:29
El rostro de Otohime se lo dijo todo a Akame. Aún así, le puso voz a sus pensamientos.
—Ganas ninguna. —Suspiró. Luego le tomó de un brazo—. Pero he comprobado que estoy más segura a tu lado que a cincuenta metros de esos dos.
Porque no importaba lo que se alejase, aquellos dos monstruos arrasaban con todo a la vista. Mejor permanecer al lado de Akame, del poder de aquellos ojos tan peculiares, aunque ello significase también acercarse al ojo del huracán.
Kyūtsuki avanzó junto a la Anciana y Kaido, y los tres volvieron a juntarse con Akame y Otohime en el camino. Esta vez más cerca, comprobó que el duelo entre los dos Ryū y Zaide seguía siendo imparable. Los tres estaban agotados, incapaces todavía de usar chakra alguno, pero eso no les impedía seguir intercambiándose golpes, a puñetazo limpio. Ryū había optado por dejar su Dai Tsuchi a su espalda, en vistas del poder del Uchiha para desviarlo. Y Zaide, viendo que sus hachas no hacían el efecto deseado sobre aquellas escamas, lo mismo.
Juntos, eran una auténtica tormenta. Parecida a la que amenazaba descargarse sobre sus cabezas. Sus golpes avanzaban como relámpagos y hendían aire y suelo. Nunca parecían acertar en carne, pero la sensación seguía siendo la de peligro continuo. Quizá en la próxima ocasión. Quizá tras el próximo estruendo.
El Uchiha no se movía mucho del sitio —seguramente todavía dolorido por el golpetazo de la invocación—, pero incluso manteniendo posición era escurridizo. Escurridizo como una serpiente. Si bien la mayoría de batallas eran enfangadas y sucias, él tenía la extraña habilidad de hacerlo bonito. De hacer arte con sus movimientos de bailarín. Se apartó lo justo y necesario para evitar un golpetazo en el rostro y atrapó esa zarpa para retorcerla en una llave. Más le hubiese valido intentar doblar una montaña. Más le hubiese valido tratar de doblegar la Torre de Meditación. Los tendones del brazo de Ryū se tensaron como gruesas raíces sobresaliendo de las grietas de una roca. Y no se movió.
Y no se movió.
—Ríndete o muere —le dio a elegir el Gran Dragón, justo antes de llevar esa mano sostenida al cuello del Uchiha.
Zaide aprovechó la inercia para colgar del brazo que todavía sujetaba y dejarse caer hacia abajo con las piernas por delante, aprovechando la altura de Ryū para resbalar bajo su cintura como si se tratase de un mero columpio. Su espalda resbaló sobre la sal y alzó una mano para asirse de los cojones del Gran Dragón. Literalmente.
Fue la primera vez en la vida que Kyūtsuki oyó aullar a Ryū.
—Así que tus huevos no son de piedra, ¿huh? —Zaide rio, y su risa vibraba y contagiaba alegría como una canción de verano en las fiestas de un pueblo. El gran torreón se desmoronó, pero en su caida, Ryū soltó uno de sus dos arietes en forma de codazo al cuello, y Zaide tuve que soltarle y contorsionarse hacia atrás para evadirlo.
El Uchiha aulló de dolor y cayó al suelo, llevándose una mano al costado. ¿Le había jugado una mala pasada aquel movimiento a sus huesos? El otro Ryū aprovechó el momento para acercársele desde el otro lado, pero Kyūtsuki frunció el ceño. Casi juraría que Zaide estaba fingiendo. Que aquella posición de vulnerabilidad era un cebo. Entonces vio un sello explosivo pegado al pantalón de Ryū —el que había sido cogido por los huevos— y lo tuvo claro.
Y, justo entonces…
—¡Uiiiiiii!
El águila cayó en picado y arañó el rostro de Ryū con sus zarpas, evitando el fatal ataque. Por alguna razón, Zaide no pareció muy agradecido.
—¡Brisa Cálida, no! ¡Haz caso a lo que te dije!
—¡No pienso dejar que luches tú solo, Zaide!
Y Zaide no pudo replicar, porque por el rabillo del ojo vio que una montaña se movía. Se apartó justo a tiempo para evitar lo que equivalía al zarpazo de un oso; y el águila, grácil como sólo ella podía serlo, evitó uno a uno los envites del otro Gran Dragón sin siquiera desplumarse. El ave demostraba tener una velocidad insultantemente superior. Tanta que, quizá por eso, se confió.
—¡Estúpido!
Pero fue demasiado tarde. En un momento, Ryū emitió un vendaval desde sus labios, arrastrando al águila en dirección contraria. Brisa Cálida aleteó con todas sus fuerzas, pero era incapaz de corregir el rumbo. Un rumbo que iba directo hacia el clon —¿o era el real?— de Ryū. Concretamente, hacia el Dai Tsuchi que acababa de volver a empuñar.
Akame lo supo en aquel instante: Brisa Cálida estaba muerta. La distancia que le separaba de Zaide no era inmensa, pero sí la suficiente como para que no le diese tiempo a llegar. El mayor de los Uchiha podía ser inteligente, y aprovechar el momento para atacar con todo a aquel Ryū. Si tenía suerte y era el real, quizá hasta podría acabar con él. Era su mejor jugada: sacrificar a Brisa Cálida, usarlo de distracción. No, no su mejor jugada… La única que le quedaba.
Vio el sello del Carnero en la diestra del Uchiha, o creyó verlo, porque justo en ese momento Zaide… dejó de ser Zaide.
Kaido reconoció aquella jugada al instante. Era la misma que le habían aplicado a él, solo que a la inversa. Antaño, para intercambiarse por Muñeca y que ella recibiese el fatal daño. Ahora, para ocupar el lugar de Brisa Cálida y que no muriese bajo el martillazo. Un Kawarimi de manual.
El Uchiha fue aplastado con violencia contra el suelo. Las costillas de Susano’o habían tratado de acudir a su rescate, pero incluso ellas se habían partido bajo la fuerza colosal de Ryū. Zaide se vomitó en sangre y soltó un quejido roto.
El águila chilló de horror.
—Por… tu culpa… Estúpido pajarraco… ¡de mierda! —apenas pudo coger aire para toser, abrazando el gigantesco martillo que todavía reposaba sobre su torso—. ¡Eres una vergüenza para tu familia! ¡Vete, vete o YO MISMO TE MATARÉ!
Kaido creyó oírlo: trac. El momento en que el corazón de la pequeña águila se rompió. Muda, se dejó caer en el aire y se desvaneció en una nube de humo. Una pluma negra cayó sobre la sal.
Ahora sí, estaba jodido. Sentía pinchazos en los pulmones cada vez que trataba de coger aire; le ardían los músculos; le dolían los ojos. Formó un sello e hizo estallar el sello explosivo antes de que se le acercase por el punto ciego.
Una nube de explosivo y humo devoró a Ryū. Era el clon. Hasta para eso no tenía suerte.
—Hmm. Debiste usarlo de carnada y detonarlo conmigo cerca, Zaide. —Tensó los músculos para apretar todavía más la Dai Tsuchi contra sus huesos—. Veo que después de todo este tiempo todavía no aprendiste nada.
»Ríndete... o muere.
—Ganas ninguna. —Suspiró. Luego le tomó de un brazo—. Pero he comprobado que estoy más segura a tu lado que a cincuenta metros de esos dos.
Porque no importaba lo que se alejase, aquellos dos monstruos arrasaban con todo a la vista. Mejor permanecer al lado de Akame, del poder de aquellos ojos tan peculiares, aunque ello significase también acercarse al ojo del huracán.
Kyūtsuki avanzó junto a la Anciana y Kaido, y los tres volvieron a juntarse con Akame y Otohime en el camino. Esta vez más cerca, comprobó que el duelo entre los dos Ryū y Zaide seguía siendo imparable. Los tres estaban agotados, incapaces todavía de usar chakra alguno, pero eso no les impedía seguir intercambiándose golpes, a puñetazo limpio. Ryū había optado por dejar su Dai Tsuchi a su espalda, en vistas del poder del Uchiha para desviarlo. Y Zaide, viendo que sus hachas no hacían el efecto deseado sobre aquellas escamas, lo mismo.
Juntos, eran una auténtica tormenta. Parecida a la que amenazaba descargarse sobre sus cabezas. Sus golpes avanzaban como relámpagos y hendían aire y suelo. Nunca parecían acertar en carne, pero la sensación seguía siendo la de peligro continuo. Quizá en la próxima ocasión. Quizá tras el próximo estruendo.
El Uchiha no se movía mucho del sitio —seguramente todavía dolorido por el golpetazo de la invocación—, pero incluso manteniendo posición era escurridizo. Escurridizo como una serpiente. Si bien la mayoría de batallas eran enfangadas y sucias, él tenía la extraña habilidad de hacerlo bonito. De hacer arte con sus movimientos de bailarín. Se apartó lo justo y necesario para evitar un golpetazo en el rostro y atrapó esa zarpa para retorcerla en una llave. Más le hubiese valido intentar doblar una montaña. Más le hubiese valido tratar de doblegar la Torre de Meditación. Los tendones del brazo de Ryū se tensaron como gruesas raíces sobresaliendo de las grietas de una roca. Y no se movió.
Y no se movió.
—Ríndete o muere —le dio a elegir el Gran Dragón, justo antes de llevar esa mano sostenida al cuello del Uchiha.
Zaide aprovechó la inercia para colgar del brazo que todavía sujetaba y dejarse caer hacia abajo con las piernas por delante, aprovechando la altura de Ryū para resbalar bajo su cintura como si se tratase de un mero columpio. Su espalda resbaló sobre la sal y alzó una mano para asirse de los cojones del Gran Dragón. Literalmente.
Fue la primera vez en la vida que Kyūtsuki oyó aullar a Ryū.
—Así que tus huevos no son de piedra, ¿huh? —Zaide rio, y su risa vibraba y contagiaba alegría como una canción de verano en las fiestas de un pueblo. El gran torreón se desmoronó, pero en su caida, Ryū soltó uno de sus dos arietes en forma de codazo al cuello, y Zaide tuve que soltarle y contorsionarse hacia atrás para evadirlo.
El Uchiha aulló de dolor y cayó al suelo, llevándose una mano al costado. ¿Le había jugado una mala pasada aquel movimiento a sus huesos? El otro Ryū aprovechó el momento para acercársele desde el otro lado, pero Kyūtsuki frunció el ceño. Casi juraría que Zaide estaba fingiendo. Que aquella posición de vulnerabilidad era un cebo. Entonces vio un sello explosivo pegado al pantalón de Ryū —el que había sido cogido por los huevos— y lo tuvo claro.
Y, justo entonces…
—¡Uiiiiiii!
El águila cayó en picado y arañó el rostro de Ryū con sus zarpas, evitando el fatal ataque. Por alguna razón, Zaide no pareció muy agradecido.
—¡Brisa Cálida, no! ¡Haz caso a lo que te dije!
—¡No pienso dejar que luches tú solo, Zaide!
Y Zaide no pudo replicar, porque por el rabillo del ojo vio que una montaña se movía. Se apartó justo a tiempo para evitar lo que equivalía al zarpazo de un oso; y el águila, grácil como sólo ella podía serlo, evitó uno a uno los envites del otro Gran Dragón sin siquiera desplumarse. El ave demostraba tener una velocidad insultantemente superior. Tanta que, quizá por eso, se confió.
—¡Estúpido!
Pero fue demasiado tarde. En un momento, Ryū emitió un vendaval desde sus labios, arrastrando al águila en dirección contraria. Brisa Cálida aleteó con todas sus fuerzas, pero era incapaz de corregir el rumbo. Un rumbo que iba directo hacia el clon —¿o era el real?— de Ryū. Concretamente, hacia el Dai Tsuchi que acababa de volver a empuñar.
Akame lo supo en aquel instante: Brisa Cálida estaba muerta. La distancia que le separaba de Zaide no era inmensa, pero sí la suficiente como para que no le diese tiempo a llegar. El mayor de los Uchiha podía ser inteligente, y aprovechar el momento para atacar con todo a aquel Ryū. Si tenía suerte y era el real, quizá hasta podría acabar con él. Era su mejor jugada: sacrificar a Brisa Cálida, usarlo de distracción. No, no su mejor jugada… La única que le quedaba.
Vio el sello del Carnero en la diestra del Uchiha, o creyó verlo, porque justo en ese momento Zaide… dejó de ser Zaide.
Kaido reconoció aquella jugada al instante. Era la misma que le habían aplicado a él, solo que a la inversa. Antaño, para intercambiarse por Muñeca y que ella recibiese el fatal daño. Ahora, para ocupar el lugar de Brisa Cálida y que no muriese bajo el martillazo. Un Kawarimi de manual.
El Uchiha fue aplastado con violencia contra el suelo. Las costillas de Susano’o habían tratado de acudir a su rescate, pero incluso ellas se habían partido bajo la fuerza colosal de Ryū. Zaide se vomitó en sangre y soltó un quejido roto.
El águila chilló de horror.
—Por… tu culpa… Estúpido pajarraco… ¡de mierda! —apenas pudo coger aire para toser, abrazando el gigantesco martillo que todavía reposaba sobre su torso—. ¡Eres una vergüenza para tu familia! ¡Vete, vete o YO MISMO TE MATARÉ!
Kaido creyó oírlo: trac. El momento en que el corazón de la pequeña águila se rompió. Muda, se dejó caer en el aire y se desvaneció en una nube de humo. Una pluma negra cayó sobre la sal.
Ahora sí, estaba jodido. Sentía pinchazos en los pulmones cada vez que trataba de coger aire; le ardían los músculos; le dolían los ojos. Formó un sello e hizo estallar el sello explosivo antes de que se le acercase por el punto ciego.
Una nube de explosivo y humo devoró a Ryū. Era el clon. Hasta para eso no tenía suerte.
—Hmm. Debiste usarlo de carnada y detonarlo conmigo cerca, Zaide. —Tensó los músculos para apretar todavía más la Dai Tsuchi contra sus huesos—. Veo que después de todo este tiempo todavía no aprendiste nada.
»Ríndete... o muere.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado