16/11/2019, 20:21
Es curioso, ¿sabéis? cuando sabes que contra uno de esos miembros de un clan tan maldito como el Uchiha, no podías confiar en lo que tus ojos miraban, en los que tus oídos escuchaban, en lo que tu nariz olfateaba, ni en lo que tus papilas saboreaban. Nada era tan real como no, cuando se estaba frente a ellos. Tanto, que incluso podías llegar a considerar tu propia existencia como inequívoca. Kaido no era un tipo prodigiosamente inteligente, pero algo en su interior le decía que no dejara de mirar hasta que estuviera totalmente seguro que aquello que le rodeaba realmente le pertenecía. Pero sus más profundos temores se hicieron realidad, cuando lo que estaba ahí, ya no estaba. No había llama que confirmarse la muerte de aquél dragón. No había sangre que bañase la halita de rojo vino. No había cabeza ni tampoco el cuerpo del que había sido arrancado.
Todo, absolutamente todo, había sido una... ¿ilusión?
No. Era algo más palpable que eso. Más poderoso. Más temido. Era la reencarnación misma.
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt!!!
Un haz de luz azulenco atravesó el cuerpo de Ryü como si la montaña de pronto ya no estuviera hecha de la más dura piedra caliza, sino por el contrario, de simple barro maleable. Pero el rayo no se detendría entre los músculos, la carne y la sangre del Dragón de ébano, sino que seguiría su rumbo hacia la persona que estaba justo frente a él, y ese era Kaido. Incapaz de reaccionar de una manera más propicia y sabiendo a conciencia que usar el suika no era una posibilidad, el escualo subió la mano, giró el rostro, y dejó que fuera su antebrazo el que recibiera el impacto de la técnica. El dolor le hizo apretar los dientes y la sangre comenzó a correr cuesta abajo, hasta que sendos hilos rojos tintaron gran parte de su hombro y torso.
El escualo alzó la vista, y lo vio. Estaba de pie, victorioso, con un Ryu bajo su suela, prácticamente derrotado. Curiosamente, uno de sus ojos estaba apagado como si la luz de su poder demoníaco se hubiese esfumado para siempre.
Cuando lo vio caer, inconsciente, el tiburón se alzó, y rompió el silencio entre los presentes. Herido como estaba, se movió hasta su maestro y trató de sentirle el pulso, para ver si, por obras del destino, seguía vivo.
—Tú ganaste éste combate, Ryu. Lo ganaste como lo hacen los hombres, a puño limpio. Sin trucos. Sin ilusiones. Sin... —miró al resto—. ¡ese de ahí no se merece ser considerado el ganador! ¡estaba muerto! ¡muerto, coño!
Todo, absolutamente todo, había sido una... ¿ilusión?
No. Era algo más palpable que eso. Más poderoso. Más temido. Era la reencarnación misma.
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt!!!
Un haz de luz azulenco atravesó el cuerpo de Ryü como si la montaña de pronto ya no estuviera hecha de la más dura piedra caliza, sino por el contrario, de simple barro maleable. Pero el rayo no se detendría entre los músculos, la carne y la sangre del Dragón de ébano, sino que seguiría su rumbo hacia la persona que estaba justo frente a él, y ese era Kaido. Incapaz de reaccionar de una manera más propicia y sabiendo a conciencia que usar el suika no era una posibilidad, el escualo subió la mano, giró el rostro, y dejó que fuera su antebrazo el que recibiera el impacto de la técnica. El dolor le hizo apretar los dientes y la sangre comenzó a correr cuesta abajo, hasta que sendos hilos rojos tintaron gran parte de su hombro y torso.
El escualo alzó la vista, y lo vio. Estaba de pie, victorioso, con un Ryu bajo su suela, prácticamente derrotado. Curiosamente, uno de sus ojos estaba apagado como si la luz de su poder demoníaco se hubiese esfumado para siempre.
Cuando lo vio caer, inconsciente, el tiburón se alzó, y rompió el silencio entre los presentes. Herido como estaba, se movió hasta su maestro y trató de sentirle el pulso, para ver si, por obras del destino, seguía vivo.
—Tú ganaste éste combate, Ryu. Lo ganaste como lo hacen los hombres, a puño limpio. Sin trucos. Sin ilusiones. Sin... —miró al resto—. ¡ese de ahí no se merece ser considerado el ganador! ¡estaba muerto! ¡muerto, coño!