6/12/2019, 00:37
(Última modificación: 6/12/2019, 00:38 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Las voces de Ayame y Daruu resonaron en su oído izquierdo como la musiquilla de una máquina tragaperras al conseguir el ansiado triple diamante. Pero, por un momento, los billetes se negaron a salir.
—No, nada. Tranquilo. Si solo estoy enfrentándome a un puto General, tú acábate la jodi…
—¡Jodido embustero! —rugió, colérico, el clon.
Fue apenas un latido. Un parpadeo. Lo que tarda Izanami en elegir una nueva víctima. Bakudan estaba allí, a punto de recibir el impacto de sus garras, y de repente ya no estaba. Sus afiladas garras hendieron aire, y sus ojos buscaron alarmados en dirección a su original.
—¡¡Datsue!!
Pero Datsue no necesitaba saberlo. Su Susano’o había estado haciéndose fuerte, alimentándose de la luz de su hijo. Esta vez, no iba a cometer el error de quedarse corto. Esta vez, no pecaría de tacaño. Los ojos del Uchiha buscaron alarmados sus pies —su único punto débil—, nada más desaparecer Bakudan. Unos ojos que seguían sangrando. Unos ojos que seguían sacrificándose.
Y, cuando su mortal enemigo le alcanzó por la espalda, lo que este halló no fueron costillas, sino un esqueleto que seguía formándose. Su colosal puñetazo atravesó unos músculos a medio formar, costillas, columna…
Columna. Ahí se quedó, a milímetros de transformar una grieta en un auténtico orificio por el que pudiese colar toda su pólvora. Así de pequeña fue la diferencia entre victoria y derrota, entre vivir y morir. Tanto que, el impacto de un mero shuriken, hubiese decantado la balanza hacia el otro lado. Pero no, aquella vez no lo reventaron. Y es que, sabed una cosa del Dios de las Tormentas: ya estaba un poco hasta los huevos de que le tratasen como a un mero mortal.
La explosión provocó que Susano’o —y su hijo e invitado, por consiguiente—, saliesen expulsados varios metros hacia atrás. El chakra de Datsue —o más bien el de Shukaku— era un manantial del que el cuerpo de Susano’o bebía para recomponerse. En aquella ocasión, sin embargo, la grieta apenas fue cubierta por un parche provisional, tan frágil como el papel. Datsue tenía chakra de sobra para rehacer los huesos por completo, pero conocía su cuerpo, había estado muchas veces en aquella situación. Sabía que si seguía exprimiéndose, quedaría agotado. La cuestión era…
… ¿lo sabía Bakudan? ¿Estaba él también habituado a luchar con el chakra de Kurama? Pronto se sabría.
Pero, ¿qué sucedía mientras tanto a metros de allí? El clon no permanecía ocioso. Si Bakudan era un embustero, él era el rey de los tramposos. Había engañado a la mismísima Izanami en una ocasión, y aquel cabronazo no sería menos. Cuando aterrizó tras el fallido ataque, su cuerpo era menos salvaje. Menos feroz. Menos… Shukaku.
Tomó un shuriken de su portaobjetos y una pieza de shōgi que su original le había entregado —mucho antes, cuando le ayudó a levantarse del suelo—. En dicha pieza de shōgi podía leerse el kanji de Luna, en color carmesí. Clavó una punta del shuriken en el lado opuesto al kanji y lo lanzó a ras de suelo. La estrella metálica atravesó el aire, veloz como un halcón pero tan perceptible como un pequeño jilguero. Se clavó en la arena, a espaldas de Bakudan, a pocos metros de éste.
Las piezas estaban jugadas.
Uchiha Datsue, el real, tomó algo de un bolsillo y lo dejó caer al suelo. Algo insignificante, no más grande que un guijarro. Una pieza de shōgi con el kanji del Caramelo inscrito en él, también de color carmesí.
Y, entonces…
—No, nada. Tranquilo. Si solo estoy enfrentándome a un puto General, tú acábate la jodi…
—¡Jodido embustero! —rugió, colérico, el clon.
Fue apenas un latido. Un parpadeo. Lo que tarda Izanami en elegir una nueva víctima. Bakudan estaba allí, a punto de recibir el impacto de sus garras, y de repente ya no estaba. Sus afiladas garras hendieron aire, y sus ojos buscaron alarmados en dirección a su original.
—¡¡Datsue!!
Pero Datsue no necesitaba saberlo. Su Susano’o había estado haciéndose fuerte, alimentándose de la luz de su hijo. Esta vez, no iba a cometer el error de quedarse corto. Esta vez, no pecaría de tacaño. Los ojos del Uchiha buscaron alarmados sus pies —su único punto débil—, nada más desaparecer Bakudan. Unos ojos que seguían sangrando. Unos ojos que seguían sacrificándose.
Y, cuando su mortal enemigo le alcanzó por la espalda, lo que este halló no fueron costillas, sino un esqueleto que seguía formándose. Su colosal puñetazo atravesó unos músculos a medio formar, costillas, columna…
Columna. Ahí se quedó, a milímetros de transformar una grieta en un auténtico orificio por el que pudiese colar toda su pólvora. Así de pequeña fue la diferencia entre victoria y derrota, entre vivir y morir. Tanto que, el impacto de un mero shuriken, hubiese decantado la balanza hacia el otro lado. Pero no, aquella vez no lo reventaron. Y es que, sabed una cosa del Dios de las Tormentas: ya estaba un poco hasta los huevos de que le tratasen como a un mero mortal.
La explosión provocó que Susano’o —y su hijo e invitado, por consiguiente—, saliesen expulsados varios metros hacia atrás. El chakra de Datsue —o más bien el de Shukaku— era un manantial del que el cuerpo de Susano’o bebía para recomponerse. En aquella ocasión, sin embargo, la grieta apenas fue cubierta por un parche provisional, tan frágil como el papel. Datsue tenía chakra de sobra para rehacer los huesos por completo, pero conocía su cuerpo, había estado muchas veces en aquella situación. Sabía que si seguía exprimiéndose, quedaría agotado. La cuestión era…
… ¿lo sabía Bakudan? ¿Estaba él también habituado a luchar con el chakra de Kurama? Pronto se sabría.
Pero, ¿qué sucedía mientras tanto a metros de allí? El clon no permanecía ocioso. Si Bakudan era un embustero, él era el rey de los tramposos. Había engañado a la mismísima Izanami en una ocasión, y aquel cabronazo no sería menos. Cuando aterrizó tras el fallido ataque, su cuerpo era menos salvaje. Menos feroz. Menos… Shukaku.
Tomó un shuriken de su portaobjetos y una pieza de shōgi que su original le había entregado —mucho antes, cuando le ayudó a levantarse del suelo—. En dicha pieza de shōgi podía leerse el kanji de Luna, en color carmesí. Clavó una punta del shuriken en el lado opuesto al kanji y lo lanzó a ras de suelo. La estrella metálica atravesó el aire, veloz como un halcón pero tan perceptible como un pequeño jilguero. Se clavó en la arena, a espaldas de Bakudan, a pocos metros de éste.
Las piezas estaban jugadas.
Uchiha Datsue, el real, tomó algo de un bolsillo y lo dejó caer al suelo. Algo insignificante, no más grande que un guijarro. Una pieza de shōgi con el kanji del Caramelo inscrito en él, también de color carmesí.
Y, entonces…
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado