14/12/2019, 12:26
Las fichas hicieron su movimiento final sobre aquel curioso tablero de ajedrez que había conseguido girar las tornas hacia un cuatro contra uno.
La Luna cantó. Cantó con todas sus ganas y la fuerza de sus pulmones asfixiados. Durante un instante sintió miedo, pánico, de que su técnica no funcionara. De que no lograra penetrar la Voluntad de su víctima y hubiese gastado sus energías en vano. Pero entonces ocurrió el milagro. La figura del hombre se detuvo momentáneamente en el aire, para entonces caer al suelo después de verse abrazado por la voz de la Sirena y desprovisto de su facultad para flotar en el aire.
El Caramelo no dejó pasar la oportunidad. Avanzó en el tablero y tras enlazar las manos en dos sellos expelió desde sus labios una masa de agua viscosa que se esparció por el suelo, creando una perfecta telaraña en la que aquel moscardón no tardó en quedarse completamente atrapado. El shinobi desapareció de repente para aparecer junto a su jadeante compañera.
—¿E... estás bien...? —le preguntó, llevándose algo a la boca poco después.
Ella quiso responder, pero era el turno de El Rey para tomar su parte de acción. Una nube oscura como la noche envolvió el cuerpo del General. Y esa nube estalló en una violenta explosión de fuego y cenizas que reverberó en los tímpanos de todos los presentes, cegándolos y ensordeciéndolos en el proceso; y dejando en el suelo el cuerpo moribundo y malherido de un General que ya apenas podía respirar.
Fue entonces cuando lo escucharon: La Tormenta dictando su sentencia con ojos llorando sangre y un enorme mazo de pura energía formándose en las manos de su colosal titán. Suyo sería el golpe de gracia.
—Mataste a Uzumaki Goro. Mataste a un Hermano del Desierto. ¿Me oyes, Bakudan? ¿Me oyes, Kurama? Mataste a un Hermano del Desierto...
«Akame...» Ayame tembló de los pies a la cabeza al ser consciente de la situación. Sus ojos se detuvieron momentáneamente en el enorme mazo del Gigante que envolvía al Uchiha y al que ella había tratado de enfrentarse una vez, en una forma mucho más incompleta y primitiva de lo que estaba presenciando justo en aquellos momentos. Y entonces supo con completa certeza lo que estaba por venir.
—Y ahora...
Y AHORA PAGA........... EL PRECIO
El mazo se alzó en el cielo y, antes de que Ayame pudiera siquiera abrir la boca, cayó con la fuerza de un rascacielos de Amegakure. La muchacha apenas tuvo tiempo de taparse la cara con ambas manos, rechazando ver la resolución de la sentencia. Su cuerpo tembló de los pies a la cabeza y sintió que el corazón deseaba escapar de su pecho cuando el terremoto la sacudió hasta los huesos. El viento arrastró partículas de arena que arañaron su piel, muchas de ellas cristalizadas por el infierno de fuego.
—Larga vida a Uzushiogakure no Sato.
Y luego, un silencio que heló la sangre de Ayame. Con la respiración entrecortada, la muchacha aún tardó algunos segundos en apartarse las manos de la cara. El gigante de chakra había desaparecido, y con él el enorme mazo. Pero luchó con todas sus fuerzas para no posar sus ojos en donde debían estar los restos irreconocibles del General.
De hecho, no tardó en encontrar una excusa para no hacerlo.
—¡Hanabi-dono! ¿¡Está usted bien!? —Daruu había salido corriendo hacia el cuerpo inconsciente del Uzukage, que yacía más allá en la arena.
—¡Hanabi-dono...! —Ayame luchó contra el agotamiento para reincorporarse. Sus pies resbalaron en la arena, pero consiguió arrancar a correr hasta él. Hanabi estaba herido e inconsciente, pero más allá de eso parecía encontrarse bien. O todo lo bien que se podía encontrar después de haber luchado con tal formidable enemigo. Ayame se dejó caer de rodillas y alzó una mano hacia el líder de Uzushiogakure.
Pero sus dedos se detuvieron a escasos milímetros de su cuerpo.
De repente sus cabellos se habían vuelto albos, con tonalidades de crema en sus puntas. La muchacha abandonó el cuerpo de Hanabi. Se había dado la vuelta de repente, levantándose de nuevo, y avanzó entre largas zancas hacia Uchiha Datsue. Sus ojos, turquesas se clavaron sin pudor en los suyos.
—¡¡Shukaku!! ¡¿Qué ha sido todo esto?! —bramó la voz de Kokuō.
La Luna cantó. Cantó con todas sus ganas y la fuerza de sus pulmones asfixiados. Durante un instante sintió miedo, pánico, de que su técnica no funcionara. De que no lograra penetrar la Voluntad de su víctima y hubiese gastado sus energías en vano. Pero entonces ocurrió el milagro. La figura del hombre se detuvo momentáneamente en el aire, para entonces caer al suelo después de verse abrazado por la voz de la Sirena y desprovisto de su facultad para flotar en el aire.
El Caramelo no dejó pasar la oportunidad. Avanzó en el tablero y tras enlazar las manos en dos sellos expelió desde sus labios una masa de agua viscosa que se esparció por el suelo, creando una perfecta telaraña en la que aquel moscardón no tardó en quedarse completamente atrapado. El shinobi desapareció de repente para aparecer junto a su jadeante compañera.
—¿E... estás bien...? —le preguntó, llevándose algo a la boca poco después.
Ella quiso responder, pero era el turno de El Rey para tomar su parte de acción. Una nube oscura como la noche envolvió el cuerpo del General. Y esa nube estalló en una violenta explosión de fuego y cenizas que reverberó en los tímpanos de todos los presentes, cegándolos y ensordeciéndolos en el proceso; y dejando en el suelo el cuerpo moribundo y malherido de un General que ya apenas podía respirar.
Fue entonces cuando lo escucharon: La Tormenta dictando su sentencia con ojos llorando sangre y un enorme mazo de pura energía formándose en las manos de su colosal titán. Suyo sería el golpe de gracia.
—Mataste a Uzumaki Goro. Mataste a un Hermano del Desierto. ¿Me oyes, Bakudan? ¿Me oyes, Kurama? Mataste a un Hermano del Desierto...
«Akame...» Ayame tembló de los pies a la cabeza al ser consciente de la situación. Sus ojos se detuvieron momentáneamente en el enorme mazo del Gigante que envolvía al Uchiha y al que ella había tratado de enfrentarse una vez, en una forma mucho más incompleta y primitiva de lo que estaba presenciando justo en aquellos momentos. Y entonces supo con completa certeza lo que estaba por venir.
—Y ahora...
Y AHORA PAGA........... EL PRECIO
El mazo se alzó en el cielo y, antes de que Ayame pudiera siquiera abrir la boca, cayó con la fuerza de un rascacielos de Amegakure. La muchacha apenas tuvo tiempo de taparse la cara con ambas manos, rechazando ver la resolución de la sentencia. Su cuerpo tembló de los pies a la cabeza y sintió que el corazón deseaba escapar de su pecho cuando el terremoto la sacudió hasta los huesos. El viento arrastró partículas de arena que arañaron su piel, muchas de ellas cristalizadas por el infierno de fuego.
¡¡¡BAAAAAAAMMMMMMMMMMMMMM!!!
—Larga vida a Uzushiogakure no Sato.
Y luego, un silencio que heló la sangre de Ayame. Con la respiración entrecortada, la muchacha aún tardó algunos segundos en apartarse las manos de la cara. El gigante de chakra había desaparecido, y con él el enorme mazo. Pero luchó con todas sus fuerzas para no posar sus ojos en donde debían estar los restos irreconocibles del General.
De hecho, no tardó en encontrar una excusa para no hacerlo.
—¡Hanabi-dono! ¿¡Está usted bien!? —Daruu había salido corriendo hacia el cuerpo inconsciente del Uzukage, que yacía más allá en la arena.
—¡Hanabi-dono...! —Ayame luchó contra el agotamiento para reincorporarse. Sus pies resbalaron en la arena, pero consiguió arrancar a correr hasta él. Hanabi estaba herido e inconsciente, pero más allá de eso parecía encontrarse bien. O todo lo bien que se podía encontrar después de haber luchado con tal formidable enemigo. Ayame se dejó caer de rodillas y alzó una mano hacia el líder de Uzushiogakure.
Pero sus dedos se detuvieron a escasos milímetros de su cuerpo.
De repente sus cabellos se habían vuelto albos, con tonalidades de crema en sus puntas. La muchacha abandonó el cuerpo de Hanabi. Se había dado la vuelta de repente, levantándose de nuevo, y avanzó entre largas zancas hacia Uchiha Datsue. Sus ojos, turquesas se clavaron sin pudor en los suyos.
—¡¡Shukaku!! ¡¿Qué ha sido todo esto?! —bramó la voz de Kokuō.