29/01/2020, 04:30
(Última modificación: 29/01/2020, 04:31 por Uchiha Datsue.)
Pero, ¿por quién le tomaba? ¿Cómo iba a tener a Juro escondido en Uzu? Quizá sus palabras podían dar pie al error y al malentendido, sí. Pero, ¡aún así! No obstante, no le dio tiempo ni a abrir la boca. La Morikage venía cargada de información. Información que procedió a presentar ante los dos Kages con la velocidad de un kunai silbando en el aire.
Hanabi memorizó toda aquella información, la registró en su cerebro, y trató de procesarla y desgranarla. Un General había ido al encuentro de Juro y le había secuestrado. ¿Habría tratado de convencer a su bijū de unirse a Kurama, como habían hecho con el de Datsue? ¿La diferencia era que el Siete Colas sí había aceptado? Pero, si lo había hecho, ¿por qué no revertir el sello? ¿O es que acaso Juro se había visto tentado por una misteriosa oferta? ¿Una cuyo pago era la muerte de Moyashi Kenzou?
—No sé a qué viene tanta extrañeza. ¿No fue tu jinchūriki la que casi reventó medio estadio en Uzushiogakure durante los exámenes?
«Pero, ¿qué coño…? ¡¿Esta tipa no sabe con quién se está…?!»
Ahí llegó. No tardó ni dos segundos, y la Arashikage ya le estaba espetando cosas en la cara. Quizá con demasiado ímpetu. Quizá sin ningún tipo de decoro. Pero nadie podía negar que lo que soltaba eran verdades como puños.
Tuvo que obligarse a intervenir para intentar rebajar la tensión en el ambiente.
—Si hay que re-firmar el Pacto, se re-firma —coincidió con Yui. De haber estado en una situación más distendida, a Hanabi le hubiese hecho gracia eso: lo de estar de acuerdo con Yui. La situación era la que era, no obstante—. Y, Kintsugi-dono, por supuesto…
»Por supuesto que no tengo a Juro escondido en mi aldea —dijo, por aclarar y por distraer al mismo tiempo. La última frase que había vomitado Yui, por muy cierta que fuese, era dura y sangrante como la afilada punta de una katana en el fondo de un corazón—. Pero hace un tiempo, un shinobi mío, llamado Uchiha Datsue, creyó conveniente tras descubrirse la amenaza de Kurama que los tres Jinchūrikis debían tener una línea de comunicación permanente. Y por tanto, con el acuerdo de ambos, colocó en ellos una especie de sello-comunicador. Algo que les permite hablar como por un teléfono, a cualquier distancia, en cualquier momento.
»Por eso decía que podría hablar con él. A través de ese sello.
Y si aquella repentina revelación no conseguía distraer y calmar las aguas por unos momentos, entonces Hanabi no debía echarse la culpa: porque nada en este mundo lo hubiese hecho.
Hanabi memorizó toda aquella información, la registró en su cerebro, y trató de procesarla y desgranarla. Un General había ido al encuentro de Juro y le había secuestrado. ¿Habría tratado de convencer a su bijū de unirse a Kurama, como habían hecho con el de Datsue? ¿La diferencia era que el Siete Colas sí había aceptado? Pero, si lo había hecho, ¿por qué no revertir el sello? ¿O es que acaso Juro se había visto tentado por una misteriosa oferta? ¿Una cuyo pago era la muerte de Moyashi Kenzou?
—No sé a qué viene tanta extrañeza. ¿No fue tu jinchūriki la que casi reventó medio estadio en Uzushiogakure durante los exámenes?
«Pero, ¿qué coño…? ¡¿Esta tipa no sabe con quién se está…?!»
¡BAM!
Ahí llegó. No tardó ni dos segundos, y la Arashikage ya le estaba espetando cosas en la cara. Quizá con demasiado ímpetu. Quizá sin ningún tipo de decoro. Pero nadie podía negar que lo que soltaba eran verdades como puños.
Tuvo que obligarse a intervenir para intentar rebajar la tensión en el ambiente.
—Si hay que re-firmar el Pacto, se re-firma —coincidió con Yui. De haber estado en una situación más distendida, a Hanabi le hubiese hecho gracia eso: lo de estar de acuerdo con Yui. La situación era la que era, no obstante—. Y, Kintsugi-dono, por supuesto…
»Por supuesto que no tengo a Juro escondido en mi aldea —dijo, por aclarar y por distraer al mismo tiempo. La última frase que había vomitado Yui, por muy cierta que fuese, era dura y sangrante como la afilada punta de una katana en el fondo de un corazón—. Pero hace un tiempo, un shinobi mío, llamado Uchiha Datsue, creyó conveniente tras descubrirse la amenaza de Kurama que los tres Jinchūrikis debían tener una línea de comunicación permanente. Y por tanto, con el acuerdo de ambos, colocó en ellos una especie de sello-comunicador. Algo que les permite hablar como por un teléfono, a cualquier distancia, en cualquier momento.
»Por eso decía que podría hablar con él. A través de ese sello.
Y si aquella repentina revelación no conseguía distraer y calmar las aguas por unos momentos, entonces Hanabi no debía echarse la culpa: porque nada en este mundo lo hubiese hecho.