29/01/2020, 23:20
(Última modificación: 29/01/2020, 23:29 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Sí, exactamente por lo que decía Kintsugi de Juro le extrañaba tanto que, de la noche a la mañana, Juro hubiese decidido poner en jaque a toda la Villa. Tenía que haber una maldita razón de por medio. ¿La razón podía ser la traición? Era lo más probable. Él mismo había tenido que asesinar a la que por entonces había sido su novia. Y no lo había visto venir. No hasta que le pusieron las pruebas delante de las narices. Y él mismo había encerrado en un calabozo a Uchiha Akame, y tampoco había querido vérselo venir, hasta que las pruebas eran tan irrefutables que negarlo sería no solo engañarse a sí mismo, sino poner en peligro a la Villa.
Pero no podían precipitarse. No en aquello. No cuando Reiji le había dado el mensaje de Gyūki, en el que aseguraba que la única esperanza de Oonindo era luchar todos juntos contra Kurama. Todos. Eso incluía al resto de bijūs también.
Suspiró. Había llegado el momento.
—He de contaros algo —dijo, muy serio, viendo que no podía demorarlo más—. Para empezar… estoy con Yui. —Y en aquello estaba genuinamente sorprendido. ¿Yui, defendiendo a los bijūs? No se lo hubiese esperado ni en mil vidas. Visto lo visto, no entendía por qué Ayame tenía tanto miedo en contarle la verdad—. Encerrar a los bijūs en una vasija no es la solución, es el problema. Hemos vivido dando por hecho muchas cosas. Yo el primero. Nacimos y crecimos con la idea de que los bijūs eran monstruos terribles, seres sin escrúpulos ni sentimientos. Nos dieron motivos para ello, claro que sí. Pero, ¿acaso no fueron las Cinco Antiguas Villas las que los usaron en primer lugar? Como herramientas. Como meras armas. ¡Obligándoles a enfrentarse entre ellos mismos! Hasta que en un momento dijeron basta y se revelaron.
»Sí, sé que esto sonará a locura. ¡Yo también lo hubiese creído! Pero solo os pido una cosa: poneos por un momento en su pellejo. ¿Qué hubieseis hecho vosotros? Qué narices, hace nada, ¡yo ni sabía que los bijūs podían hablar! Dimos tantas cosas por sentado…
»Y, hace no mucho, llega a mí uno de mis shinobis, Sasaki Reiji, junto a la hija del antiguo líder de los samurái, Hagane-dono. Y digo antiguo, sí, porque murió. ¿Y sabéis qué más? Era jinchūriki del Ocho Colas. Se llama Gyūki, y cuando Kurama le pidió unirse a él, este se negó. Y Hagane y él lucharon, juntos. Y murieron, juntos, bajo las garras de Kurama.
»Pero Gyūki resucitó, y se encontró con Reiji, con Katsudon y con Yuuna. Y les habló. Y quiso mandar un mensaje al resto de sus hermanos a través de Reiji. Quiso decirles que su Padre, el mismísimo Rikudō-senin, les advirtió que esto que está ocurriendo sucedería. Que Kurama era el gran mal que un día tendrían que enfrentarse. Y que solo lograríamos vencer si todos juntos, kusajines, amejines, uzujines y bijūs, sí, también bijūs, luchábamos juntos.
»Y sí, lo sé, esto es una maldita locura. Pero, ¿saben qué más? Que yo también escuché al Ichibi. Su nombre es Shukaku, y tiene tanto odio por Kurama que nos ayudó a luchar contra su General. Y, el Gobi… ¿Qué hizo el Gobi? ¡Díganme! Porque cuando le revertieron el sello, yo no escuché de ninguna ciudad arrasada. Ni muertes. Ni sangre. No hubo una segunda Ciudad Fantasma. Lo único que hizo fue esconderse y huir. —Hubiese querido decir más que eso, pero no quería comprometer a Ayame. Yui debía enterarse por ella, y por nadie más.
»Esto nos demuestra que cada bijū tiene sus propias motivaciones. Que no podemos juzgarlos a todos por uno. Y que, definitivamente, no podemos seguir cometiendo los mismos errores que nuestros ancestros. Debemos ser mejores. Es el deber de cada nueva generación.
»Y, honestamente, tampoco es como que tengamos más opciones. Porque Kurama no se va a conformar con sus Generales, ¡ahora también se ha creado su propio ejército! ¡Ninjas con el símbolo de un copo de nieve en sus placas! ¡Haciéndose cada vez más fuerte! ¡Extendiendo sus garras cada vez más lejos! ¿Creéis que no necesitamos la ayuda de los bijū? Porque os digo una cosa, a mí uno solo de esos Generales barrió conmigo. No tengo vergüenza en reconocerlo, me vapuleó como a un novato. Y quizá yo parezca un tipo más bien frágil, un tipo que no levanta la voz ni que tiene pinta de pegar muy fuerte, pero os aseguro una cosa... —Fue un chispazo. Apenas un suspiro. El aire que todos inspiraban se volvió irrespirable, tan sofocante y cálido como la lava de un volcán. El frío dio paso a un calor asfixiante. El suelo vibró. La mesa sobre la que reposaban esas delicadas mariposas tembló. Los mismísimos árboles de los alrededores crujieron bajo una presión insoportable. A Hanabi no le gustaba usar su Poder para impresionar a los demás, pero había momentos, muy contados, en los que necesitaba tirar de él para que su mensaje llegase con más fuerza—, yo soy la viva representación de que las apariencias engañan. Y os digo otra: o luchamos todos juntos y a una, o Kenzou será el primero de muchos.
Exhausto como si acabase de librar una batalla a muerte, se recostó sobre la silla de piedra. Se había vaciado por completo. Lo había dado todo en aquel discurso. ¿Conseguiría resultados? Sinceramente, tenía muchas dudas. Demasiadas. Pero ahora solo podía esperar. Y confiar.
Pero no podían precipitarse. No en aquello. No cuando Reiji le había dado el mensaje de Gyūki, en el que aseguraba que la única esperanza de Oonindo era luchar todos juntos contra Kurama. Todos. Eso incluía al resto de bijūs también.
Suspiró. Había llegado el momento.
—He de contaros algo —dijo, muy serio, viendo que no podía demorarlo más—. Para empezar… estoy con Yui. —Y en aquello estaba genuinamente sorprendido. ¿Yui, defendiendo a los bijūs? No se lo hubiese esperado ni en mil vidas. Visto lo visto, no entendía por qué Ayame tenía tanto miedo en contarle la verdad—. Encerrar a los bijūs en una vasija no es la solución, es el problema. Hemos vivido dando por hecho muchas cosas. Yo el primero. Nacimos y crecimos con la idea de que los bijūs eran monstruos terribles, seres sin escrúpulos ni sentimientos. Nos dieron motivos para ello, claro que sí. Pero, ¿acaso no fueron las Cinco Antiguas Villas las que los usaron en primer lugar? Como herramientas. Como meras armas. ¡Obligándoles a enfrentarse entre ellos mismos! Hasta que en un momento dijeron basta y se revelaron.
»Sí, sé que esto sonará a locura. ¡Yo también lo hubiese creído! Pero solo os pido una cosa: poneos por un momento en su pellejo. ¿Qué hubieseis hecho vosotros? Qué narices, hace nada, ¡yo ni sabía que los bijūs podían hablar! Dimos tantas cosas por sentado…
»Y, hace no mucho, llega a mí uno de mis shinobis, Sasaki Reiji, junto a la hija del antiguo líder de los samurái, Hagane-dono. Y digo antiguo, sí, porque murió. ¿Y sabéis qué más? Era jinchūriki del Ocho Colas. Se llama Gyūki, y cuando Kurama le pidió unirse a él, este se negó. Y Hagane y él lucharon, juntos. Y murieron, juntos, bajo las garras de Kurama.
»Pero Gyūki resucitó, y se encontró con Reiji, con Katsudon y con Yuuna. Y les habló. Y quiso mandar un mensaje al resto de sus hermanos a través de Reiji. Quiso decirles que su Padre, el mismísimo Rikudō-senin, les advirtió que esto que está ocurriendo sucedería. Que Kurama era el gran mal que un día tendrían que enfrentarse. Y que solo lograríamos vencer si todos juntos, kusajines, amejines, uzujines y bijūs, sí, también bijūs, luchábamos juntos.
»Y sí, lo sé, esto es una maldita locura. Pero, ¿saben qué más? Que yo también escuché al Ichibi. Su nombre es Shukaku, y tiene tanto odio por Kurama que nos ayudó a luchar contra su General. Y, el Gobi… ¿Qué hizo el Gobi? ¡Díganme! Porque cuando le revertieron el sello, yo no escuché de ninguna ciudad arrasada. Ni muertes. Ni sangre. No hubo una segunda Ciudad Fantasma. Lo único que hizo fue esconderse y huir. —Hubiese querido decir más que eso, pero no quería comprometer a Ayame. Yui debía enterarse por ella, y por nadie más.
»Esto nos demuestra que cada bijū tiene sus propias motivaciones. Que no podemos juzgarlos a todos por uno. Y que, definitivamente, no podemos seguir cometiendo los mismos errores que nuestros ancestros. Debemos ser mejores. Es el deber de cada nueva generación.
»Y, honestamente, tampoco es como que tengamos más opciones. Porque Kurama no se va a conformar con sus Generales, ¡ahora también se ha creado su propio ejército! ¡Ninjas con el símbolo de un copo de nieve en sus placas! ¡Haciéndose cada vez más fuerte! ¡Extendiendo sus garras cada vez más lejos! ¿Creéis que no necesitamos la ayuda de los bijū? Porque os digo una cosa, a mí uno solo de esos Generales barrió conmigo. No tengo vergüenza en reconocerlo, me vapuleó como a un novato. Y quizá yo parezca un tipo más bien frágil, un tipo que no levanta la voz ni que tiene pinta de pegar muy fuerte, pero os aseguro una cosa... —Fue un chispazo. Apenas un suspiro. El aire que todos inspiraban se volvió irrespirable, tan sofocante y cálido como la lava de un volcán. El frío dio paso a un calor asfixiante. El suelo vibró. La mesa sobre la que reposaban esas delicadas mariposas tembló. Los mismísimos árboles de los alrededores crujieron bajo una presión insoportable. A Hanabi no le gustaba usar su Poder para impresionar a los demás, pero había momentos, muy contados, en los que necesitaba tirar de él para que su mensaje llegase con más fuerza—, yo soy la viva representación de que las apariencias engañan. Y os digo otra: o luchamos todos juntos y a una, o Kenzou será el primero de muchos.
Exhausto como si acabase de librar una batalla a muerte, se recostó sobre la silla de piedra. Se había vaciado por completo. Lo había dado todo en aquel discurso. ¿Conseguiría resultados? Sinceramente, tenía muchas dudas. Demasiadas. Pero ahora solo podía esperar. Y confiar.