4/02/2020, 17:11
Desde que habían abandonado el bosque discurrían por una calle ancha y empedrada, con farolas a ambos lados encendidas a plena luz del día. Pronto descubrieron, sin embargo, que eran tan necesarias como en la noche más oscura del año. La culpa la tenía la niebla. Al principio, eran jirones blanquecinos que se enrollaban alrededor de los farolas, las ramas de los árboles, los arbustos en la lejanía. Luego pasó a ser una capa traslúcida que otorgaba un tinte fantasmagórico al paisaje. A las colinas. A los prados verdes. A las ocasionales madrigueras. Finalmente, se convirtió en una niebla tan espesa que hasta un ninja avezado podría estar a cien pasos de la ciudad y no encontrarla.
—Ey, toltolitos —les llamó Money, al que apenas veían por la cada vez más densa niebla en la que se estaban sumergiendo—. Apúlenme el paso. No se me pieldan, papis.
Los cuatro Ryūtōs avanzaban a paso lento pero seguro. Era mediodía, y antes que ver, lo oyeron: unas voces no muy lejos.
—Identificación.
—Yaoya Jagaimo, señor. Vengo a vender unas patatas y a enseñar a mi hija la ciu…
—¡Identificación!
—Sí, sí. Aquí tiene.
Los Ryūtōs pusieron imagen a lo que escuchaban al fin. Para poder seguir avanzando por la calle, la gente tenía que atravesar un cordón de seguridad. Dos guardias, vestidos con chalecos grises de largas hombreras y jerséis interiores de un tono más oscuro, pasaban revista a todo aquel que desease llegar a la ciudad. A un lado, una caseta pequeña daba cobijo a un tercer guardia, que vigilaba todo desde una ventana de cristal.
En aquel momento, un hombre altísimo con su hija pequeña en los hombros acaba de recibir el visto bueno para continuar su viaje. El fortachón tomó las riendas de su burro —que tenía dos enormes cestas cargadas a cada costado, sujetadas por cuerdas— y avanzó, despejando el camino para la llegada de los Ryūtōs.
—Ey, toltolitos —les llamó Money, al que apenas veían por la cada vez más densa niebla en la que se estaban sumergiendo—. Apúlenme el paso. No se me pieldan, papis.
Los cuatro Ryūtōs avanzaban a paso lento pero seguro. Era mediodía, y antes que ver, lo oyeron: unas voces no muy lejos.
—Identificación.
—Yaoya Jagaimo, señor. Vengo a vender unas patatas y a enseñar a mi hija la ciu…
—¡Identificación!
—Sí, sí. Aquí tiene.
Los Ryūtōs pusieron imagen a lo que escuchaban al fin. Para poder seguir avanzando por la calle, la gente tenía que atravesar un cordón de seguridad. Dos guardias, vestidos con chalecos grises de largas hombreras y jerséis interiores de un tono más oscuro, pasaban revista a todo aquel que desease llegar a la ciudad. A un lado, una caseta pequeña daba cobijo a un tercer guardia, que vigilaba todo desde una ventana de cristal.
En aquel momento, un hombre altísimo con su hija pequeña en los hombros acaba de recibir el visto bueno para continuar su viaje. El fortachón tomó las riendas de su burro —que tenía dos enormes cestas cargadas a cada costado, sujetadas por cuerdas— y avanzó, despejando el camino para la llegada de los Ryūtōs.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es