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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Uchiha Akame sonrió de forma involuntaria. Fue una sonrisa ácida, amarga, repleta de rencor.

Es esa persona en la que estás pensando ahora mismo —respondió, casi escupiendo las palabras—. El jodido Uchiha Datsue.

Volvió a fumar, como si necesitara ganar algo de tiempo para asimilar lo que acababa de decir. Desde el inicio de su nueva vida, era la primera vez que pronunciaba el nombre de su antiguo Hermano en voz alta, aunque no la primera que le mencionaba indirectamente. Fue un trago difícil.

Te aseguro que no le envidio. El Ichibi es un auténtico demonio, nos despreciaba por ser sus captores y se dedicaba a atormentarnos noche sí, noche también, con pesadillas bastante grotescas. Es un cabrón muy imaginativo cuando se trata de torturar a las personas —añadió, escupiendo a un lado del camino—. Así que todavía me queda el consuelo de que ese cabrón de Datsue debe estar todavía comiéndose cuatro pastillones cada noche para pegar ojo.
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#32
Uchiha Datsue. ¡Ese cabrón, por supuesto!

Kaido no lució para nada sorprendido. Es que tenía todo el sentido del mundo. No por nada esos dos actuaban como si hubieran salido del mismo vientre cuando irónicamente ninguno tenía demasiado presente quiénes eran su verdadera familia. No por nada corría por sus venas la sangre del mismo clan ancestral maldito. No por nada ambos acudían a su ayuda y se cuidaban mutuamente, como cuando Datsue fue emboscado por tres amejines cabreados por sus jugarretas. El escualo sonrió amargamente y se martirizó por no haber podido llegar a esa conclusión sin que Akame tuviera que desvelarle todo.

—¿Con que así se llamaba esa bestia, Ichibi? —repitió—. pues parece que a vosotros os ha tocado el peor bijū de todos, porque Ayame no lucía demasiado perturbada por ese bicho que lleva dentro. De hecho, parecía incluso que se llevaban... ¿bien?

» Su nombre es Kokūo, y no sé cómo, pero Ayame le permitió hablar a través de un muy curioso kage bunshin que no lucía para nada como la real.
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#33
¿Un Kage Bunshin para bijūs? Akame no pudo evitar soltar un "¿eh?" confundido; era la primera vez que oía hablar de algo así, y más todavía le sorprendía el hecho de que Kaido dejase caer que la jinchūriki de Amegakure tenía buena relación con su monstruo interior.

¿Que se llevaban bien? ¿Es eso, acaso, posible? —replicó el Uchiha. El sólo recuerdo de las pesadillas de Shukaku le ponía los vellos de punta—. Primero me dices que quizá no fue Uzu quienes ordenaron y ejecutaron mi asesinato, y ahora que una jinchūriki se lleva bien con su bijū. Eres una fuente de sorpresas, Kaido.

Mientras caminaban, Akame se iba fumando su cigarrillo y meditando todo aquello. Sí, definitivamente y como había apuntado Kaido, necesitaban estar más adentro de lo que sucedía en el continente. Parecía que las cosas estaban cambiando a un ritmo exageradamente rápido.

Eso es demencial... Pero a estas alturas, me lo creo todo. ¿Será que los bijū son inconsistentes en su comportamiento? El Ichibi era sádico y sibilino, siempre intentaba engañarnos para que le liberásemos y nos castigaba si le irritábamos. ¿Tal vez ese Kokuō es diferente? —fumó una calada—. ¿Estoy diciendo una sarta de tonterías?

Akame soltó una carcajada perruna.
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#34
Kaido negó con la cabeza. Quizás, dos años atrás, le hubiese parecido una barbaridad debatir si un bijū podía ser distinto del otro, y de cómo estos podían afectar a sus guardianes.

—No sé, Akame. "Bien" es una manera de decirte que la hija de puta me lo sacó en cara cuando trataba de hacerle entender que ella no es más que una puta vasija para Yui. Un arma. Una herramienta. Que sin ese bicharraco, no era nadie. Pues vale, de pronto ese mismo bicharraco tenía voz, y un cuerpo. Ya te lo dije antes, desconocemos muchas cosas, incluso tú que fuiste un jinchuriki.

Y aunque Akame reía, Kaido sabía que su compañero podía empezar a palpar junto a él la necesidad de conocer más acerca de todo. De los bijū. De la Alianza. Del País del Agua. De las mafias. Tenían que dejar de vivir en las sombras, y la única manera de poder hacerlo abiertamente sin tener a los soldados de esa jodida Alianza esperándoles en las puertas de la niebla era logrando que la negociación a la que se encaminaban tuviera un desenlace positivo y satisfactorio.

—¿Crees que Datsue tuvo que ver con tu muerte? ¿que ayudó a hacerlo posible? ¿tu hermano también sostuvo entonces el puñal que te clavó uzushiogakure por la espalda?
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#35
El aludido se encogió de hombros. Nunca había pensado en ello, pues era un recuerdo demasiado doloroso que le provocaba incluso malestar físico.

No sé si participó de ello, pero sé que no hizo nada por evitarlo. Durante días resistí en una celda sucia y oscura con la esperanza de que viniera a sacarme de allí... Nunca lo hizo —su mirada se endureció—. Aprendí una valiosa lección, no obstante.

Akame apuró el cigarrillo y lo tiró a un lado del camino.

Ya no importa, sea como sea. Cuando tomemos el control de este País, será el principio del fin de las Tres Grandes Villas Ocultas.
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#36
Desde que habían abandonado el bosque discurrían por una calle ancha y empedrada, con farolas a ambos lados encendidas a plena luz del día. Pronto descubrieron, sin embargo, que eran tan necesarias como en la noche más oscura del año. La culpa la tenía la niebla. Al principio, eran jirones blanquecinos que se enrollaban alrededor de los farolas, las ramas de los árboles, los arbustos en la lejanía. Luego pasó a ser una capa traslúcida que otorgaba un tinte fantasmagórico al paisaje. A las colinas. A los prados verdes. A las ocasionales madrigueras. Finalmente, se convirtió en una niebla tan espesa que hasta un ninja avezado podría estar a cien pasos de la ciudad y no encontrarla.

Ey, toltolitos —les llamó Money, al que apenas veían por la cada vez más densa niebla en la que se estaban sumergiendo—. Apúlenme el paso. No se me pieldan, papis.

Los cuatro Ryūtōs avanzaban a paso lento pero seguro. Era mediodía, y antes que ver, lo oyeron: unas voces no muy lejos.

Identificación.

Yaoya Jagaimo, señor. Vengo a vender unas patatas y a enseñar a mi hija la ciu…

¡Identificación!

Sí, sí. Aquí tiene.

Los Ryūtōs pusieron imagen a lo que escuchaban al fin. Para poder seguir avanzando por la calle, la gente tenía que atravesar un cordón de seguridad. Dos guardias, vestidos con chalecos grises de largas hombreras y jerséis interiores de un tono más oscuro, pasaban revista a todo aquel que desease llegar a la ciudad. A un lado, una caseta pequeña daba cobijo a un tercer guardia, que vigilaba todo desde una ventana de cristal.

En aquel momento, un hombre altísimo con su hija pequeña en los hombros acaba de recibir el visto bueno para continuar su viaje. El fortachón tomó las riendas de su burro —que tenía dos enormes cestas cargadas a cada costado, sujetadas por cuerdas— y avanzó, despejando el camino para la llegada de los Ryūtōs.


Si algún momento a lo largo de esta trama queréis cortarme un post por querer tomar otra vía o lo que sea, no tengáis reparo. Libertad, caballeros
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#37
Cuando les tocó el turno, Akame —Kakita Bendō— se limitó a avanzar a paso tranquilo y diligente hacia el control de seguridad mientras sus ojos, bajo el kasa, examinaban los alrededores. Parecía claro que Umigarasu no era el típico señor feudal que simplemente iba a quedarse tranquilo mandando a unos cuantos soldados a patrullar; todo aquello rezumaba un autoritarismo militar que Akame no había visto en ningún otro lado de Ōnindo. Claro, también había ingenio en ello: ¿qué Daimyō se había propuesto censar y controlar con identificaciones a la población? Lo más parecido que el Uchiha había visto era el censo de las Aldeas Ocultas.

«Dos en el camino... Uno en la caseta...»

Kakita Bendō se limitó a sacar su identificación y, con gesto sumiso, enseñarla al guardia que se la requiriese. Estaban por ver si todo lo que Kyūtsuki había planeado tenía sentido o no, pero desde luego ser pillados a la primera supondría un auténtico fracaso.

«Veamos ahora si todos esos aires que te das son fundados o no, Kyūtsuki...»
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#38
La niebla. No por nada todo un país entero recibía el beneplácito de aquel nombre. Así como allá en Amegakure llovía sin cesar, allí, en el extremo más al este de Oonindo, una portentosa bruma fantasmagórica cubría las calles como si fuese humo. Pronto se dieron cuenta, el y los ryūto; que incluso necesitaban de la Luz de las fulgurantes farolas para poder ver a un palmo de sus posiciones. Y aunque muchos pudiesen ver semejante fenómeno natural como una molestia, lo cierto es que resultaba, para Kaido, una protección perfecta para ocultar las criminalidades de todo Mizu no Kuni.

Y hablando de criminales, el grupo que tenía previsto sumergirse en lo más profundo de Kasukami para descubrir realmente aquello que se esconde tras la niebla; se encontró de pronto con el primer obstáculo de su travesía: un cordón de seguridad donde se verificaba el salvoconducto de cada persona para tener acceso a la ciudad. Kaido entendió que esta quizás no era una medida convencional, y que no resultaba demasiado habitual que el feudo de la niebla tuviese guaruras dando vueltas todo el tiempo. Probablemente se tratase de una estrategia a medida para Dragón Rojo. O tal vez, si que Umigarasu era tan autárquico como su reino como para controlar el tránsito de gente tan recelosamente.

Kincho bufó y espero a una distancia segura que Akame —o mejor dicho, Kakita bēndo—. tuviera el visto bueno de los guardias.
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#39
El guardia, un tipo de unos cuarenta años, barba de tres días y mirada azul, se quedó mirando el rostro de Akame con el ceño fruncido. Como si aquella quemadura no correspondiese con un vendedor de objetos empeñados y de segunda mano. Miró de nuevo la identificación, y la casilla donde se marcaba el oficio actual del susodicho. Luego levantó la tarjeta y la enfocó hacia la farola, para poder distinguir mejor las sutilezas del carnet. Esos característicos rasgos que diferenciaba la imitación del original.

¿Qué coño…?

¿Ocurre algo, Gaio?

Mira esto —replicó, entregándole la tarjetita.

Qué me… ¡Jajajaja! ¡¡¡JAJAJAJAJAJA!!!

Fue un estallido sincero. En carcajadas tan puras que la pobre guardia tuve que sujetarse el estómago mientras se balanceaba de un lado a otro intentando no perder el equilibrio. Gaio no se le quedaba atrás.

Joder, por un momento iba a preguntarte dónde coño guardas esos objetos que vendes —le reconoció a Akame, entre risas—, ¡pero es imposible que esto sea una falsificación con este nombre! —Y nuevas carcajadas.

¡Eh! ¿¡Qué ocurre!? —preguntó el guardia de la caseta.

¡Este chaval! ¡Adivina su nombre! ¡Kakita Bendō!

¿Cómo? ¿Qué se llama…? —Tardó dos segundos en procesarlo. Otro en comprender las implicaciones de semejante nombre. Y un último en descojonarse de la risa—. ¿Y qué tal te va el negocio? ¿Cagaste mucho hoy?

Joder, Kakita. ¿Tuviste que tener una infancia dura, eh? ¿Tanto te odiaba tu madre?

Nuevas risas. Kaido notó que un nuevo grupo llegaba a sus espaldas. Una familia de cuatro integrantes. Parecían aldeanos normales que venían a visitar la capital.

Bueno, basta de cháchara. Adelante, Kakita. Te deseo una buena diarrea —le soltó, antes de comprobar las identificaciones de Kaido, Otohime y Money.

Akame vio que el guardia de la caseta se llevaba una mano al oído, como si algo le hubiese alertado. Se mantuvo así, asintiendo durante unos segundos, y cuando los cuatro Ryūtōs ya habían pasado el control, intervino:

¡Un momento! ¡Gura! ¡Código Blanco!

Hubo un breve momento de tensión. Gura y la guardia se miraron.

¡Eh, vosotros! —exclamó a los Ryūtōs—. Esperaos ahí. Sumire, ve a por los que se adelantaron antes. No deben de estar lejos. —Miró de nuevo a los Ryūtōs, y luego a los cuatro que acababan de llegar, mientras su compañera se iba a toda prisa—. Vais a tener que esperar un poco. Ha habido un problema en la capital y no se permite el acceso hasta que se solucione.

Apenas un minuto después, Sumire volvía con Yaoya Jagaimo, su hija y el burro. A Kaido y Akame no les pasó desapercibido que los guardias ahora tenían la mano firmemente apoyadas en la empuñadura de sus katanas cortas.
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#40
Como era de esperarse, el nombre que le fue dado a Akame generó, en los guardias, una histeria colectiva que les hizo reír a carcajada por el malsonante que producía la palabra Kakita. Kincho y el resto del grupo contemplaba incrédulos la escena, y el mismo se obligó a sonreír con complacencia ante los chistes que soltaban los guaruras. Mientras tanto, kaido oteaba sus alrededores desde el interior de su disfraz, alerta a su entorno.

Mas gente llegaba a su retaguardia. Se les acumulaba el ganado, así que dejaron de perder tiempo con Kakita y le dieron paso a el y al resto de Dragones camuflados en sendas identificaciones falsas que habían funcionado muy bien.

O no?

Una alerta. Código blanco, dijeron. Que significaba? A quien correspondía la alerta? Kaido miró a Akame de soslayo y le inquirió con una mirada esquirla a mantener la calma. Claro que, siendo un profesional, no se podía esperar otra cosa sino un temple absoluto por parte del Uchiha.

El escualo, aunque se sentía nervioso, era de los que sabía aprovechar esa fulgurante sensación en el estómago y aprovecharla como energía. Convertía sus miedos en la más pura adrenalina. Respiró hondo y echó un vistazo a los guardias nuevamente. O mejor dicho, a las Armas que estos empuñaban ahora con el recelo de quien se sabe en un mortal peligro.

La cuestión era: quién? Quién era la amenaza?
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#41
Kakita Bendō aguantó, estoico, las burlas de los tres guardias. A decir verdad le importaba un rábano lo que pudieran decir de él, pues durante la caminata había tenido tiempo para asumir del todo que tal eventualidad podía ocurrir. Durante los chistes y burlas se mantuvo estático, diligente, servil. Sabía que era el tipo de actitud que le gustaba ver en sus inferiores a aquellos que ostentaban algún poder, por pequeño que fuese.

Al final resultó que las falsificaciones de Kyūtsuki sí que eran buenas, y el tal Gaio le dejó pasar. Akame recogió su identificación y se limitó a tocarse el kasa en gesto de reverencia antes de continuar con su camino. Sin embargo, nada podía ser tan fácil, y en un momento dado saltó la alarma. Akame, preocupado en un principio, no tardó en suponer que algo más había ocurrido tal y como aseguraba uno de los guardias; y tomó la decisión de esperar sin armar revuelo alguno...

Por el momento.
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#42
Money y Otohime se acercaron a Akame y Kaido. Lo suficiente como para echarse una mano los unos a los otros en caso de necesidad, pero no lo bastante como para que se sospechase que estaban tramando algo.

Yaoya Jagaimo preguntaba cuál era el problema, y la familia que se había agregado a la cola —una pareja con dos hijos que rondaban los catorce años—, lucían tan confusos como preocupados. Pero los guardias, herméticos, no soltaron prenda.

Pasaron al menos diez minutos hasta que dos figuras surgieron de entre la niebla. Provenían del lado de la ciudad, y eran un hombre y una mujer. El primero de ellos vestía no con uno de esos característicos sombreros de paja —kasa—, sino con un sombrero de tela azul con aleros tan largos que, inclinando el rostro ligeramente hacia abajo, apenas se le veía la boca. Luego, un abrigo sencillo, abierto por el pecho y que dejaba a la vista el tatuaje de un fugu en uno de sus pectorales. Bajo la cintura, un hakama corto, que le llegaba a mitad de tibia, dejando al descubierto unas getas. La mujer vestía exactamente igual, pero se le veía un cabello oscuro tras el sombrero y también se adivinaba idéntico tatuaje por el pequeño escote que llevaba.

Ambos tenían una placa anudada al brazo derecho, del color del bronce, en el que se podía leer, en kanji: Protector del Muelle.

Sus ojos se desviaron hacia el guardia de la caseta, quien levantó tres dedos de una mano. Ellos asintieron. Ambos tenían un comunicador en la oreja izquierda.

Hola, damas y caballeros. Perdonad las molestias. Con la autoridad que nos confiere Umigarasu-sama, vamos a proceder a un cacheo más a fondo —anunció el hombre, con voz bajita y muy poco… atrayente. Era una de esas voces que te dormían. Que apenas te atrapaban. Con un tono uniforme y aburrido—. Por favor, no tienen de qué preocuparse. Si no tienen nada que ocultar, en seguida podréis continuar con vuestro viaje.

La familia ya se había puesto a farfullar en mitad del discurso.

Eh. ¡EH! –Oh, pero la mujer nada tenía que ver con su acompañante. La suya era una voz que demandaba ser escuchada, al menos por el ciudadano medio. Se subió el sombrero con la punta de un dedo, lo suficiente como para que viesen sus ojos eléctricos, y les miró a todos como si fuesen esa mierda que acabas de ver en la suela de tu sandalia—. ¡A formar en fila, cojones! ¡Que no tenemos todo el puto día!

»Ese de ahí el primero —indicó a su acompañante, señalando al padre fortachón.

El Protector del Muelle se acercó a él y sacó unas esposas de su portaobjetos.

Las manos, por favor.

¿Cómo? Pero, ¿qué significa esto?

Es por su seguridad.

¿¡Cómo va a ser por mi seguridad!?

Oye tú, ¡bocazas! Si te piden las putas manos, tú vas y las muestras. Si eres quien dices ser no tendrás nada que temer. ¿O es que tienes algo que ocultar?

El hombre tragó saliva. Su niña, aupada en sus hombros, no dejaba de preguntar qué estaba ocurriendo.

No pasa nada, cariño. Solo están comprobando que somos buena gente. Y tú y yo lo somos, ¿verdad? —tras darle un apretón amistoso en la rodilla, la tomó en brazos para dejarla en el suelo, y, ahí sí, estiró los brazos. El Protector procedió a esposarle.

Ahora... —Dudó. Sus ojos pasaron por el rostro de Kaido, mas no era el Tiburón, sino a Kincho, a quien vio. Luego en la cara de Akame. En su rostro quemado—, a este.

El Protector se acercó a él y sacó otro juego de esposas.

Si se me permite, dudo que Kakita Bendō tenga nada que ocultar.

¿Cómo dices?

Kakita. Ese es su nombre.

Qué coño... —Y rio. Claro que rio. Porque no había humano en el mundo que no se descojonase ante aquel chiste andante—. Tienes razón, nadie sería tan parguela de inventarse un nombre así. ¡A ese entonces! —exclamó, señalando a Money.

¿A mí? Pelo, ¿y pol qué yo? Si vengo aquí, con mi esposa, a pasal unas buenas vacaciones. A dejalnos nuestlo buen dinelo.

¿Quién es tu esposa?

Esta pleciosidad de aquí.

Pues esposada se va contigo. ¡Vamos, Higari! Que no quiero pasarme aquí todo el puto día.

Y Higari obedeció. Money y Otohime fueron esposados, y se les obligó a formar una fila paralela junto a Jagaimo.
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#43
La tensa espera se tradujo finalmente en la llega de dos nuevos invitados. Eran un hombre y una mujer con aspecto austero y vestimenta típica de la localidad. Ambos tenían un tatuaje similar —un pez globo—. y además llevaban en sus brazos una especie de bandana que les identificaba como protectores del muelle. «Esbirros de Umigarasu. Con estos hay que tener cuidado» se recordó el escualo, mientras lanzaba miradas fugaces a sus compañeros. Realmente esperaba que estuvieran compaginados, porque el más mínimo error...

Los ojos pardos de Kincho se cruzaron con la mujer con los de la protectora. Fue una batalla solemne de miradas que acabó con el descarte del propio tiburón, ahora siendo Kakita el próximo objetivo de esas esposas supresoras. «Mierda, mierda!» estaba claro que resultaba más factible que esposasen a cualquiera de los Ryūto menos al Uchiha. Sin poder usar chakra, la táctica del caballo de otogakure se iba al trasto.

Pero tuvieron suerte. Suerte de que Kyūtsuki hubiera elegido ese jodido nombre. Kaido suspiró aliviado, aunque pronto se dio cuenta de que los problemas no se habían acabado.

«Bien, esto nos jode un poco el plan. Qué hacemos?... si nos aventuramos a eliminar a estos hijos de puta, levantaríamos la alarma muy pronto. Por otro lado, si le seguimos la corriente y vemos a donde llevan a Money y compañía, también podría llevarnos a derroteros que no nos convendría en lo absoluto. »

Tan meditabundo como estaba el escualo, había algo que tenia muy claro: en el momento en que les descubrieran, el trato con Umigarasu se iba a la mierda. Tan solo esperaba que Akame entendiera esta premisa tan bien cómo él, y actuase en consecuencia. Que en esta circunstancia, era lo mismo que no actuar en lo absoluto.
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#44
Akame —Bendō— ni se inmutó cuando a sus compañeros les esposaron y condujeron a una fila distinta. Cualquier intento de impedirlo habría levantado la liebre y dado al traste con la operación: el objetivo era entrar sin ser vistos, y si la cagaban ya tan lejos del propio Umigarasu... No estarían dando una buena imagen en absoluto.

Percibió, no obstante, la duda de Kaido a su lado. Ni le miró a la cara, sino que se dedicó a quedarse allí, donde estaba. Kakita Bendō ni se había inmutado cuando los guardias se burlaron de él con cierta saña; no iba a hacerlo por dos supuestos desconocidos.

Como un cazador paciente, observó y esperó.
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#45
Los dos guardias que se habían burlado al principio de Kakita Bendō se llevaron a la fila de Money, Otohime y Jagaimo. Y a la hija de este último, quien obviamente se había negado a caminar sin su hija. Así pues, los seis se alejaron de allí —un guardia encabezaba la marcha, y la otra la terminaba—, en dirección contraria a la capital.

Pasados cinco minutos, el guardia que estaba bajo la caseta pareció alarmarse, y, con una mano, levantó un dedo. Luego lo cerró en un puño, y levantó dos. Dos.

La Protectora del Muelle dio una palmada, esbozando una sonrisa afilada.

Higari, esposa a ese de ahí —dijo, señalando a Kaido.

Las manos, por favor —solicitó frente a él, ya con un nuevo juego de esposas listo para apresarle.
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