16/03/2020, 16:23
Hana estaba algo nerviosa. No tanto por el torneo ni el viaje sino por la cantidad de seguridad que rodeaba a ambas cosas. Además, los ANBU iban más callados que un gato de escayola, apenas se dirigían la palabra para nada más que decir si la zona estaba asegurada o no. La genin se sentía altamente fuera de lugar con toda esa protección, todos con toda su profesionalidad y ella con un peluche de panda enganchado a su bolsa donde llevaba sus cosas. Prefirió dejar pasar los días de viaje en silencio, concentrada en seguir el ritmo y estar atenta a los alrededores.
Hasta que la última noche, pararon en Tanzaku Gai, en una posada. Era totalmente incapaz de dormir, el día siguiente llegarían a los dojos y no quedaría casi nada para que empezase el torneo. Llevaba semanas entrenando sin descanso bajo el exigente e insaciable criterio de su sensei para estar minimamente preparada para el evento, sin embargo, aún no se sentía del todo preparada. Y si ahora, con un buen entrenamiento a sus espaldas, no se sentía preparada, no quería ni imaginar como se hubiese sentido si hubiese ido como estaba antes.
La posada en sí no era nada del otro mundo, tenía todas las habitaciones en un piso y debajo tenía todas las instalaciones como los baños, el salón con chimenea, el comedor o la cocina. Tenían toda la posada solo para ellos, así que no tendría que haber problema en que bajase a dar una vuelta nocturna a ver si cogía el sueño o un resfriado, lo que viniese primero.
Tras bajar las escaleras vio luz en el salón y se acercó a ver quien estaba ahí. Y ahí estaba Eri, sentada en uno de los sillones que encaraban a la chimenea que la dueña del lugar había decidido encender. Hana retrocedió instantáneamente, escondiéndose tras el marco de la puerta. Vestía un pijama de manga larga y pantalones largos, de tela fina pero opaca, con dibujitos de pandas felices, saltando, bailando y, en fin, una cosa muy infantil. Además de llevar en los brazos su peluche de panda y una camiseta interior negra que no era suya. Definitivamente, no quería que su sensei la encontrase con esas pintas.
Hasta que la última noche, pararon en Tanzaku Gai, en una posada. Era totalmente incapaz de dormir, el día siguiente llegarían a los dojos y no quedaría casi nada para que empezase el torneo. Llevaba semanas entrenando sin descanso bajo el exigente e insaciable criterio de su sensei para estar minimamente preparada para el evento, sin embargo, aún no se sentía del todo preparada. Y si ahora, con un buen entrenamiento a sus espaldas, no se sentía preparada, no quería ni imaginar como se hubiese sentido si hubiese ido como estaba antes.
La posada en sí no era nada del otro mundo, tenía todas las habitaciones en un piso y debajo tenía todas las instalaciones como los baños, el salón con chimenea, el comedor o la cocina. Tenían toda la posada solo para ellos, así que no tendría que haber problema en que bajase a dar una vuelta nocturna a ver si cogía el sueño o un resfriado, lo que viniese primero.
Tras bajar las escaleras vio luz en el salón y se acercó a ver quien estaba ahí. Y ahí estaba Eri, sentada en uno de los sillones que encaraban a la chimenea que la dueña del lugar había decidido encender. Hana retrocedió instantáneamente, escondiéndose tras el marco de la puerta. Vestía un pijama de manga larga y pantalones largos, de tela fina pero opaca, con dibujitos de pandas felices, saltando, bailando y, en fin, una cosa muy infantil. Además de llevar en los brazos su peluche de panda y una camiseta interior negra que no era suya. Definitivamente, no quería que su sensei la encontrase con esas pintas.