16/03/2020, 20:19
(Última modificación: 16/03/2020, 20:31 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—Odio... ese... maldito... ¡ferrocarril! —Ayame volvió a protestar por décima vez desde que se habían bajado de aquel armatoste de hierro. Estiró la espalda, intentando deshacer la contractura que la atenazaba. Sin éxito.
Habían pasado un día entero metidos en el tren. Horas y horas con aquel incansable traqueteo que te acababa dejando el culo con un constante hormigueo. Ni siquiera la comida había sido buena: filetes tiesos como la suela de un zapato, verduras que crujían entre los dientes, patatas fritas tan frías como si las hubiesen servido directamente del congelador, fruta que debía haber pasado una buena semana fuera del árbol de donde procedía... Y eso sin hablar de las camas. Ayame no había esperado un descanso precisamente cómodo, pero incluso ella, que prácticamente se dormía en cuanto se tumbaba, había encontrado serios problemas a la hora de conciliar el sueño. Y cuando lo conseguía un nuevo bache la despegaba de su duermevela. Salir de aquel vehículo había sido lo mejor que le podía haber pasado, y poco le había faltado para postrarse y besar el suelo, aunque aún tuvieron que recorrer una buena distancia antes de llegar a los Valles de los Dojos.
Aunque las razones de Ayame para odiar el ferrocarril iban más allá de la experiencia de aquel viaje. Ella ya había tenido más experiencias traumáticas que justificaban aquella aversión. Concretamente, experiencias que incluían una pérdida de control de velocidad, un buen amigo saliendo fatalmente malherido y un pequeño pueblo que había estado a punto de desaparecer, aplastado entre hierros y ruedas.
—Mira que podríamos habernos movido directamente a tu cabaña con la Invocación Sanguínea... —volvió a recriminarle a su acompañante, entrecerrando los ojos con rencor contenido.
Ayame y Daruu ya habían pasado los controles del Valle y ya habían dejado sus pertenencias en Nishinoya, el complejo de dojos donde pasarían las siguientes semanas, por lo que habían decidido dar una buena vuelta por Sendōshi para estirar las piernas. Amegakure los había enviado a ambos como representantes de Alto Rango de la aldea para combatir en el afamado Torneo de los Dojos. Aún quedaban dos semanas para el comienzo del evento, pero todos los participantes debían estar allí a tiempo para poder llevar a cabo todos los preparativos y evitar cualquier imprevisto.
—Oye, ¿contra quién crees que nos tocará luchar? —preguntó, llena de curiosidad—. He oído que esta vez han dividido los combates en dos subcategorías o algo así...
Habían pasado un día entero metidos en el tren. Horas y horas con aquel incansable traqueteo que te acababa dejando el culo con un constante hormigueo. Ni siquiera la comida había sido buena: filetes tiesos como la suela de un zapato, verduras que crujían entre los dientes, patatas fritas tan frías como si las hubiesen servido directamente del congelador, fruta que debía haber pasado una buena semana fuera del árbol de donde procedía... Y eso sin hablar de las camas. Ayame no había esperado un descanso precisamente cómodo, pero incluso ella, que prácticamente se dormía en cuanto se tumbaba, había encontrado serios problemas a la hora de conciliar el sueño. Y cuando lo conseguía un nuevo bache la despegaba de su duermevela. Salir de aquel vehículo había sido lo mejor que le podía haber pasado, y poco le había faltado para postrarse y besar el suelo, aunque aún tuvieron que recorrer una buena distancia antes de llegar a los Valles de los Dojos.
Aunque las razones de Ayame para odiar el ferrocarril iban más allá de la experiencia de aquel viaje. Ella ya había tenido más experiencias traumáticas que justificaban aquella aversión. Concretamente, experiencias que incluían una pérdida de control de velocidad, un buen amigo saliendo fatalmente malherido y un pequeño pueblo que había estado a punto de desaparecer, aplastado entre hierros y ruedas.
—Mira que podríamos habernos movido directamente a tu cabaña con la Invocación Sanguínea... —volvió a recriminarle a su acompañante, entrecerrando los ojos con rencor contenido.
Ayame y Daruu ya habían pasado los controles del Valle y ya habían dejado sus pertenencias en Nishinoya, el complejo de dojos donde pasarían las siguientes semanas, por lo que habían decidido dar una buena vuelta por Sendōshi para estirar las piernas. Amegakure los había enviado a ambos como representantes de Alto Rango de la aldea para combatir en el afamado Torneo de los Dojos. Aún quedaban dos semanas para el comienzo del evento, pero todos los participantes debían estar allí a tiempo para poder llevar a cabo todos los preparativos y evitar cualquier imprevisto.
—Oye, ¿contra quién crees que nos tocará luchar? —preguntó, llena de curiosidad—. He oído que esta vez han dividido los combates en dos subcategorías o algo así...