22/03/2020, 20:59
(Última modificación: 22/03/2020, 21:16 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Zetsuo se hizo a un lado, y la saeta pasó silbando junto a él sin llegar a rozarle. Ayame había esperado una reacción así, pero al menos con la bomba de sonido había conseguido obligarle a taparse los oídos y detener sus curas. Unas curas que volvía a aplicarse, pero al menos le estaba haciendo pagar el coste con chakra por cada vez que se aplicaba las manos.
Pero el combate estaba en su punto más álgido, y eso era algo que ambos sabían. Como también sabía Ayame que, en aquellas circunstancias, sólo estaba retrasando lo inevitable. No le quedaba energía para seguir combatiendo con todas sus facultades, pero se resistía a darse por vencida de aquella manera. Intentaba recuperar chakra, se revolvía y volvía a la carga.
«Cuidado...»
Así, cuando se dio cuenta de que su padre se abalanzaba de golpe sobre ella, la kunoichi frenó en seco, se llevó la mano derecha al portaobjetos de su pierna y arrojó contra él los cuatro shuriken que le quedaban. Uno dirigido hacia cada extremidad, todos ellos trazando una suave parábola para distraerle.
Y, mientras tanto, las manos de Ayame formularon el sello del Carnero.
«Vamos allá...»
Una densa niebla se alzó desde las aguas del lago, envolviéndolos a ambos en su seno y tiñendo todo el mundo de un blanco impenetrable en veinte metros a la redonda. Ayame, simplemente, desapareció entre la niebla.
Pero el combate estaba en su punto más álgido, y eso era algo que ambos sabían. Como también sabía Ayame que, en aquellas circunstancias, sólo estaba retrasando lo inevitable. No le quedaba energía para seguir combatiendo con todas sus facultades, pero se resistía a darse por vencida de aquella manera. Intentaba recuperar chakra, se revolvía y volvía a la carga.
«Cuidado...»
Así, cuando se dio cuenta de que su padre se abalanzaba de golpe sobre ella, la kunoichi frenó en seco, se llevó la mano derecha al portaobjetos de su pierna y arrojó contra él los cuatro shuriken que le quedaban. Uno dirigido hacia cada extremidad, todos ellos trazando una suave parábola para distraerle.
Y, mientras tanto, las manos de Ayame formularon el sello del Carnero.
«Vamos allá...»
Una densa niebla se alzó desde las aguas del lago, envolviéndolos a ambos en su seno y tiñendo todo el mundo de un blanco impenetrable en veinte metros a la redonda. Ayame, simplemente, desapareció entre la niebla.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)