1/04/2020, 15:38
(Última modificación: 8/04/2020, 16:17 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
El día había llegado. El primer día de celebración de combates en el Torneo de los Dojos del año 220. Los participantes, en silencio, fueron agrupados fuera del estadio en las dos categorías previstas, y diseminados en el interior del edificio en pequeños camerinos. Allí se les hizo saber que tendrían que esperar, aislados por completo de los demás participantes, y del gentío del exterior, hasta que fueran llamados. Se les abriría la puerta, y un guardia samurai les conduciría hasta el terreno de combate. Sólo allí descubrirían contra quién tenían que pelear.
En las gradas, la gente gritaba. Por muchos motivos, y con decenas de significados. La edición había prometido ser algo revuelta desde el principio. Por eso, habían divisiones entre las gradas para separar a los residentes de los países de la Espiral y la Tormenta de los del Bosque. Se habían habilitado también cuatro gradas distintas: para los tres mencionados países, y otra para el Jūchin de los Dojos y los Señores Feudales menores invitados.
Y abajo... estaba el ring de combate. Era una plataforma circular, de madera, de treinta metros de diámetro. Lo suficientemente espaciosa como para que los participantes luchasen a gusto sin herir al público, que estaba separado del ring por siete metros de césped y una baranda metálica.
Una vez tras otra, las dos puertas inferiores, frente a frente, se abrieron. Y una vez tras otra, de una de ellas salió un ganador... y de la contraria un perdedor.
En las gradas, la gente gritaba. Por muchos motivos, y con decenas de significados. La edición había prometido ser algo revuelta desde el principio. Por eso, habían divisiones entre las gradas para separar a los residentes de los países de la Espiral y la Tormenta de los del Bosque. Se habían habilitado también cuatro gradas distintas: para los tres mencionados países, y otra para el Jūchin de los Dojos y los Señores Feudales menores invitados.
Y abajo... estaba el ring de combate. Era una plataforma circular, de madera, de treinta metros de diámetro. Lo suficientemente espaciosa como para que los participantes luchasen a gusto sin herir al público, que estaba separado del ring por siete metros de césped y una baranda metálica.
Una vez tras otra, las dos puertas inferiores, frente a frente, se abrieron. Y una vez tras otra, de una de ellas salió un ganador... y de la contraria un perdedor.
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