1/04/2020, 16:24
Había llegado el día.
No podía casi ni con su alma. Primero los separaron por divisiones e intentó, por todos los medios, no buscar a Ren con la mirada, no quería pensar en ella y menos antes del combate. No era el momento ni el lugar, ni para peleas, ni para conversaciones ni para nada. Solo tenía una cosa en mente, el combate. Ni ganar ni perder, venía a demostrar que era una kunoichi en pleno derecho, fuerte e independiente.
Un samurai le indicó que le siguiese hasta un pequeño camerino. Durante la espera, Hana la recorrió cinco o seis veces antes de sentarse, nerviosa. Se empezó a morder las uñas, cuando acabó con las uñas, pasó a los padrastros, los trocitos de carne de alrededor de las uñas, y una vez se hizo sangre, decidió parar.
Para cuando el samurai volvió a buscarla para anunciarle que era su hora, se encontró a Hana en un exquisito kimono con flores de cerezo por todas partes y un enorme simbolo del remolino en la espalda. El pelo lo llevaba recogido en dos apretados moños traseros. Llevaba un ligero maquillaje blanco en el rostro, las pestañas parecían más largas y negras y los labios más rosados y brillantes. Las mangas se juntaban ante ella, con un gesto de serenidad.
Apareció con ese aspecto y una sonrisa de oreja a oreja, buscando con la mirada, no a su rival, sino a la grada de Uzushiogakure, a la que dedicó una reverencia antes de dirigirse a su lugar en el ring. En cuanto pusiese un pie en la piedra, su kimono se empezaría a deshacer como por arte de magia, desvelando la verdadera indumentaria de la kunoichi con un brillo color crema mientras caminaba.
Entró con paso firme, esta vez plantando su mirada en su contrincante. Llevaba los leggings ajustados con su falda habitual, la camiseta interior blanca y la holgada, de color carmesí, con el sujetador deportivo por debajo y las sandalias shinobis en los pies. Lo único que cambió fue su peinado, que eran dos coletas bajas por detrás, y su bandana, atada firmemente en su frente, como el protector que era.
Apoyó una mano en el mango de su Kodachi, en el lado izquierdo de su cintura, mientras que en el muslo derecho lucía su portaobjetos. Se plantó a la espera de reconocer a su contrincante.
No podía casi ni con su alma. Primero los separaron por divisiones e intentó, por todos los medios, no buscar a Ren con la mirada, no quería pensar en ella y menos antes del combate. No era el momento ni el lugar, ni para peleas, ni para conversaciones ni para nada. Solo tenía una cosa en mente, el combate. Ni ganar ni perder, venía a demostrar que era una kunoichi en pleno derecho, fuerte e independiente.
Un samurai le indicó que le siguiese hasta un pequeño camerino. Durante la espera, Hana la recorrió cinco o seis veces antes de sentarse, nerviosa. Se empezó a morder las uñas, cuando acabó con las uñas, pasó a los padrastros, los trocitos de carne de alrededor de las uñas, y una vez se hizo sangre, decidió parar.
Para cuando el samurai volvió a buscarla para anunciarle que era su hora, se encontró a Hana en un exquisito kimono con flores de cerezo por todas partes y un enorme simbolo del remolino en la espalda. El pelo lo llevaba recogido en dos apretados moños traseros. Llevaba un ligero maquillaje blanco en el rostro, las pestañas parecían más largas y negras y los labios más rosados y brillantes. Las mangas se juntaban ante ella, con un gesto de serenidad.
Apareció con ese aspecto y una sonrisa de oreja a oreja, buscando con la mirada, no a su rival, sino a la grada de Uzushiogakure, a la que dedicó una reverencia antes de dirigirse a su lugar en el ring. En cuanto pusiese un pie en la piedra, su kimono se empezaría a deshacer como por arte de magia, desvelando la verdadera indumentaria de la kunoichi con un brillo color crema mientras caminaba.
Entró con paso firme, esta vez plantando su mirada en su contrincante. Llevaba los leggings ajustados con su falda habitual, la camiseta interior blanca y la holgada, de color carmesí, con el sujetador deportivo por debajo y las sandalias shinobis en los pies. Lo único que cambió fue su peinado, que eran dos coletas bajas por detrás, y su bandana, atada firmemente en su frente, como el protector que era.
Apoyó una mano en el mango de su Kodachi, en el lado izquierdo de su cintura, mientras que en el muslo derecho lucía su portaobjetos. Se plantó a la espera de reconocer a su contrincante.