1/04/2020, 17:54
El techo se veía extremadamente interesante aquella mañana.
Al igual que otros días desde hace poco, le costo levantarse de la cama, aunque esta vez no iba a entrenar. Tras su ropa interior deportiva, le siguieron los habituales pantalones y sandalias del sector, una camisa de manga larga negra y una chaqueta blanca con capucha y mangas cortas; levanto estas un momento, para poder atar unas correas de cuero negro que acabarían en su lateral izquierdo donde tendría el daisho con la Wakizashi y su Bokken. Observó sobre la cómoda el regalo que Hana le hizo cuando se reencontraron en los dojos; lo miraba durante varios minutos todos los días; pero decidió que se quedaría allí.
Poco después, un samurai irrumpió tocando antes la puerta de su habitación, ordenándola que la siguiera y esperara nuevas instrucciones después. Asintió sin más, tenía la cabeza en otra cosa para recordar lo impresionante que se veía aquella armadura. Fue dirigida para posteriormente ser separada de algunos de sus compañeros de villa; todavía con un gesto malhumorado, ni siquiera había acosado a preguntas al samurai que fue a su habitación a buscarla. Puede que alguno de ellos le deseara suerte o simplemente saludarla, y ella respondería levantando suavemente la mano con preocupación en su rostro y poco más.
La llevaron entonces a una pequeña habitación, donde debería esperar la señal. Se sentó y cruzó de brazos todavía molesta, moviendo una de sus piernas con nerviosismo y haciendo memoria. Pensó en lo acertado que era Oda, sabe más el diablo por viejo que por diablo añadió aunque se conservaba bastante bien. La mentira de aquel pastor casi le costó la vida y se intentó convencer de que solo fue casualidad, pero aquella última por parte de la persona a la que más confianza estaba empezando a procesarle, terminó de quebrar su inocencia. ¿Y si simplemente se aprovechaban de ella? Tal vez era demasiado benévola.
Antes de darse cuenta, la puerta se abrió y otro samurai pidió que la acompañara. Dio un largo suspiro antes de incorporarse. Anteriormente le daba igual ganar o perder con hacer un buen combate, darlo todo y pasar un buen rato era suficiente; pero ahora quería marcharse de allí, volver a su habitación. Intentó entablar conversación con aquel samurai mientras recorrían los pasillos, para sorpresa de nadie, sin respuesta alguna. Finalmente estaba casi y ya casi en el ring; dirigió la mirada a sus alrededores, convirtiendo ahora su frustración en preocupación.
«Wow, cuanta gente a la que decepcionar» pensó en sus últimos pasos antes de tocar la madera. Sus ojos entonces se encontraron con los de su rival y maldijo su fortuna mil veces; deteniéndose un momento, para después seguir avanzando. «¿¡DE VERDAD!? ESTO TIENE QUE SER UNA PUTA BROMA. Ha estado viniendo día si y día también; con suerte me sacarían del torneo en el primer combate y ya no tendría que volver a preocuparme de verla.»
Mordió su labio inferior, y después desvió la mirada lentamente, deseando no volver a mirarla a los ojos; una condena para ella cuando en lo que se estaba especializando, no debía perder de vista a su rival.
Al igual que otros días desde hace poco, le costo levantarse de la cama, aunque esta vez no iba a entrenar. Tras su ropa interior deportiva, le siguieron los habituales pantalones y sandalias del sector, una camisa de manga larga negra y una chaqueta blanca con capucha y mangas cortas; levanto estas un momento, para poder atar unas correas de cuero negro que acabarían en su lateral izquierdo donde tendría el daisho con la Wakizashi y su Bokken. Observó sobre la cómoda el regalo que Hana le hizo cuando se reencontraron en los dojos; lo miraba durante varios minutos todos los días; pero decidió que se quedaría allí.
Poco después, un samurai irrumpió tocando antes la puerta de su habitación, ordenándola que la siguiera y esperara nuevas instrucciones después. Asintió sin más, tenía la cabeza en otra cosa para recordar lo impresionante que se veía aquella armadura. Fue dirigida para posteriormente ser separada de algunos de sus compañeros de villa; todavía con un gesto malhumorado, ni siquiera había acosado a preguntas al samurai que fue a su habitación a buscarla. Puede que alguno de ellos le deseara suerte o simplemente saludarla, y ella respondería levantando suavemente la mano con preocupación en su rostro y poco más.
La llevaron entonces a una pequeña habitación, donde debería esperar la señal. Se sentó y cruzó de brazos todavía molesta, moviendo una de sus piernas con nerviosismo y haciendo memoria. Pensó en lo acertado que era Oda, sabe más el diablo por viejo que por diablo añadió aunque se conservaba bastante bien. La mentira de aquel pastor casi le costó la vida y se intentó convencer de que solo fue casualidad, pero aquella última por parte de la persona a la que más confianza estaba empezando a procesarle, terminó de quebrar su inocencia. ¿Y si simplemente se aprovechaban de ella? Tal vez era demasiado benévola.
Antes de darse cuenta, la puerta se abrió y otro samurai pidió que la acompañara. Dio un largo suspiro antes de incorporarse. Anteriormente le daba igual ganar o perder con hacer un buen combate, darlo todo y pasar un buen rato era suficiente; pero ahora quería marcharse de allí, volver a su habitación. Intentó entablar conversación con aquel samurai mientras recorrían los pasillos, para sorpresa de nadie, sin respuesta alguna. Finalmente estaba casi y ya casi en el ring; dirigió la mirada a sus alrededores, convirtiendo ahora su frustración en preocupación.
«Wow, cuanta gente a la que decepcionar» pensó en sus últimos pasos antes de tocar la madera. Sus ojos entonces se encontraron con los de su rival y maldijo su fortuna mil veces; deteniéndose un momento, para después seguir avanzando. «¿¡DE VERDAD!? ESTO TIENE QUE SER UNA PUTA BROMA. Ha estado viniendo día si y día también; con suerte me sacarían del torneo en el primer combate y ya no tendría que volver a preocuparme de verla.»
Mordió su labio inferior, y después desvió la mirada lentamente, deseando no volver a mirarla a los ojos; una condena para ella cuando en lo que se estaba especializando, no debía perder de vista a su rival.