1/04/2020, 23:56
—¿Cómo? —preguntó, incrédula.
Datsue bajó la vista y vio lo que Eri veía. No se extrañó de su incredulidad, pues le habría pasado a cualquiera.
—Pues con mucho entrenamiento y dieta estricta. —Y es que, donde ambos acostumbraban a ver un abdomen plano y unos pechos ligeramente pronunciados, ahora tenían ante ellos esa tableta de portada de revista y unos pectorales bien marcados. No había sido fácil, y la estética era lo de menos, pero, oh, bien que disfrutaba viéndolos. Y parecía que Eri también, o ya hubiese bajado la camiseta—. Bueno, bueno. Ya sé que la vista os resulta agradable, pero… suficiente por hoy —cortó por lo sano, retrocediendo un paso y bajando la camiseta.
Luego, no pudo evitar reírse. Porque en el fondo sabía que la kunoichi no se refería a su físico, sino a esa cicatriz que no estaba. Pero Datsue ya había hablado de más y no quería revelar la que posiblemente era su mejor técnica. Ni siquiera a ellas, compatriotas y amigas.
—Oh, Eri. ¿Sabes qué deberíamos hacer con Hana? —preguntó, dándose un golpe con la base del puño en la palma de la mano—. ¡Enseñarle el as bajo la manga de todo uzujin! ¡Darle la carta ganadora que le permitirá arrasar en el torneo! Sí, eso deberíamos hacer. —Conocía a Eri, y sabía que iba a insistir sobre su muerte. Pero esperaba que, cual mago desviando la atención hacia otro lado, el truco de cambiar de tema surgiese efecto—. Deberíamos…
Sus ojos, vibrantes, se desviaron hacia Hana y se posaron en aquellos orbes anaranjados con tal magnetismo que la kunoichi lo sintió en su piel. Lo sintió, sí, porque Datsue dejó que la fuerza de su chakra saliese a relucir en su máximo esplendor. Un viejo truco que había aprendido de Hanabi, aunque ni de lejos le salía tan bien como a él.
Entonces soltó la bomba.
—… enseñarle el Rasengan.
Datsue bajó la vista y vio lo que Eri veía. No se extrañó de su incredulidad, pues le habría pasado a cualquiera.
—Pues con mucho entrenamiento y dieta estricta. —Y es que, donde ambos acostumbraban a ver un abdomen plano y unos pechos ligeramente pronunciados, ahora tenían ante ellos esa tableta de portada de revista y unos pectorales bien marcados. No había sido fácil, y la estética era lo de menos, pero, oh, bien que disfrutaba viéndolos. Y parecía que Eri también, o ya hubiese bajado la camiseta—. Bueno, bueno. Ya sé que la vista os resulta agradable, pero… suficiente por hoy —cortó por lo sano, retrocediendo un paso y bajando la camiseta.
Luego, no pudo evitar reírse. Porque en el fondo sabía que la kunoichi no se refería a su físico, sino a esa cicatriz que no estaba. Pero Datsue ya había hablado de más y no quería revelar la que posiblemente era su mejor técnica. Ni siquiera a ellas, compatriotas y amigas.
—Oh, Eri. ¿Sabes qué deberíamos hacer con Hana? —preguntó, dándose un golpe con la base del puño en la palma de la mano—. ¡Enseñarle el as bajo la manga de todo uzujin! ¡Darle la carta ganadora que le permitirá arrasar en el torneo! Sí, eso deberíamos hacer. —Conocía a Eri, y sabía que iba a insistir sobre su muerte. Pero esperaba que, cual mago desviando la atención hacia otro lado, el truco de cambiar de tema surgiese efecto—. Deberíamos…
Sus ojos, vibrantes, se desviaron hacia Hana y se posaron en aquellos orbes anaranjados con tal magnetismo que la kunoichi lo sintió en su piel. Lo sintió, sí, porque Datsue dejó que la fuerza de su chakra saliese a relucir en su máximo esplendor. Un viejo truco que había aprendido de Hanabi, aunque ni de lejos le salía tan bien como a él.
Entonces soltó la bomba.
—… enseñarle el Rasengan.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado