2/04/2020, 04:22
Kazuma esperaba en relativa tranquilidad. Algo sentía, pero no era miedo o nervios, era más como un deseo de simplemente estar de espectador, disfrutando de los combates y aprendiendo desde la distancia. Su estado quizás se debiese a que no sentía mucha presión sobre él: la única persona a la que le hubiese gustado impresionar era ahora un criminal buscado y no estaba allí. Además, dar un gran desempeño no era garantía de mejorar su posición ante la aldea…, aunque si le haría sentirse mejor.
Estuvo sentado, mirando a la nada con una calma arbórea hasta que un samurái le indico que era el momento de salir.
Llevaba puesto un kimono y un hakama que le llegaba hasta los tobillos, ambos negros. El obi era de un color rojo intenso, mientras que el haori que cargaba encima era de un verde hierba. Para aquella ocasión, pese a que le incomodaba, se había recogido el cabello en una coleta; de esa manera podía verse con claridad la bandana de su villa.
Quizá fuese su caminar lento y calmado, casi de anciano; pero para cuando llego a la plataforma su oponente ya estaba allí. El público le recibió con reacciones diversas, aunque parecía ser que la mayoría de los gritos que provenían de la grada de Kusagakure decían “El aprendiz de traidor”. Kazuma suspiro. A aquellas alturas era casi imposible que no asociasen su cabello blanco y piel morena con la imagen de Juro.
Subió a la plataforma y lo primero que hizo fue girarse hacia donde estaba la Morikage y brindarle una mirada serena, sin odio, sin ira, sin miedo. Acto seguido realizo una marcada y prolongada reverencia, como si se estuviera disculpando. Durante unos instantes, mientras estaba inclinado, se preguntó si Kintsugi sentiría alguna satisfacción si por accidente moría allí. Juro había matado a un ser querido para ella; por lo que, de alguna manera, había cierta justicia poética en que alguien preciado para Juro muriese ante ella.
Kazuma se enderezo y se giró hacia su oponente, pero viendo hacia las gradas. No podía enfrentarle con el debido respeto hasta que expulsase el último de los fantasmas que le atormentaban aquel día.
«Voy a tener que dormir con un ojo abierto durante un tiempo, pero esto es necesario… Quizá sea la única forma de que mi mensaje llegue hasta usted, sensei», pensó con convicción y con cierto humor ante lo que dirían los chismes que estaban a punto de esparcirse por Oonindo.
—¡SOY HANAMURA KAZUMA, APRENDIZ DE EIKYUU JURO! —grito con todo el aire y determinación que poseía.
«Listo, no fue tan difícil y no estuvo tan mal», se dijo, tratando de ignorar la oleada de insultos y abucheos que vinieron desde las gradas de Kusagakure.
Había tenido valor para decirlo; pero, por supuesto, no tenía el suficiente como para girarse y ver hacia la Morikage. Estaba seguro de que habría de estar tan molesta que mirar a los ojos tras aquel antifaz le mataría en el acto. Ya estando en eso, y viendo a su oponente, se sintió afortunado de que no fuese un compañero de villa, o probablemente ya estaría tratando de rajarle la garganta.
«Puede que no viva mucho más, así que abre de dejar todo de mí en la batalla», pensó mientras dejaba a un lado todo pensamiento inútil, pues hasta que terminase el encuentro solo serían él y su oponente, y nada más.
Kazuma le vio por unos instantes y pensó en la cortesía de decirle algo; pero a pesar de ser un ninja, tenía aquel aire de los samuráis de las grandes historias, emitía aquella sensación de que en momentos así las palabras sobraban. Se limitó a cruzar miradas y a colocarse en posición de combate, sujetando su ninjato, luciendo relajado, pero estando alerta; y haciendo con su mano libre el sello tradicional de batalla.
Estuvo sentado, mirando a la nada con una calma arbórea hasta que un samurái le indico que era el momento de salir.
Llevaba puesto un kimono y un hakama que le llegaba hasta los tobillos, ambos negros. El obi era de un color rojo intenso, mientras que el haori que cargaba encima era de un verde hierba. Para aquella ocasión, pese a que le incomodaba, se había recogido el cabello en una coleta; de esa manera podía verse con claridad la bandana de su villa.
Quizá fuese su caminar lento y calmado, casi de anciano; pero para cuando llego a la plataforma su oponente ya estaba allí. El público le recibió con reacciones diversas, aunque parecía ser que la mayoría de los gritos que provenían de la grada de Kusagakure decían “El aprendiz de traidor”. Kazuma suspiro. A aquellas alturas era casi imposible que no asociasen su cabello blanco y piel morena con la imagen de Juro.
Subió a la plataforma y lo primero que hizo fue girarse hacia donde estaba la Morikage y brindarle una mirada serena, sin odio, sin ira, sin miedo. Acto seguido realizo una marcada y prolongada reverencia, como si se estuviera disculpando. Durante unos instantes, mientras estaba inclinado, se preguntó si Kintsugi sentiría alguna satisfacción si por accidente moría allí. Juro había matado a un ser querido para ella; por lo que, de alguna manera, había cierta justicia poética en que alguien preciado para Juro muriese ante ella.
Kazuma se enderezo y se giró hacia su oponente, pero viendo hacia las gradas. No podía enfrentarle con el debido respeto hasta que expulsase el último de los fantasmas que le atormentaban aquel día.
«Voy a tener que dormir con un ojo abierto durante un tiempo, pero esto es necesario… Quizá sea la única forma de que mi mensaje llegue hasta usted, sensei», pensó con convicción y con cierto humor ante lo que dirían los chismes que estaban a punto de esparcirse por Oonindo.
—¡SOY HANAMURA KAZUMA, APRENDIZ DE EIKYUU JURO! —grito con todo el aire y determinación que poseía.
«Listo, no fue tan difícil y no estuvo tan mal», se dijo, tratando de ignorar la oleada de insultos y abucheos que vinieron desde las gradas de Kusagakure.
Había tenido valor para decirlo; pero, por supuesto, no tenía el suficiente como para girarse y ver hacia la Morikage. Estaba seguro de que habría de estar tan molesta que mirar a los ojos tras aquel antifaz le mataría en el acto. Ya estando en eso, y viendo a su oponente, se sintió afortunado de que no fuese un compañero de villa, o probablemente ya estaría tratando de rajarle la garganta.
«Puede que no viva mucho más, así que abre de dejar todo de mí en la batalla», pensó mientras dejaba a un lado todo pensamiento inútil, pues hasta que terminase el encuentro solo serían él y su oponente, y nada más.
Kazuma le vio por unos instantes y pensó en la cortesía de decirle algo; pero a pesar de ser un ninja, tenía aquel aire de los samuráis de las grandes historias, emitía aquella sensación de que en momentos así las palabras sobraban. Se limitó a cruzar miradas y a colocarse en posición de combate, sujetando su ninjato, luciendo relajado, pero estando alerta; y haciendo con su mano libre el sello tradicional de batalla.