9/04/2020, 14:08
¿Un buffet de pizzas? ¿Dónde podías pagar una vez y comer todo lo que quisieses? Joder, ¡aquel negocio sí que era oro puro! Datsue nunca había sido de comer demasiado, pero desde que se había puesto a tono físicamente, era como si su estómago también se hubiese agrandado. Necesitaba comer más, y necesitaba comer más veces. En un restaurante solía cortarse, claro. Pero en un buffet…
Oh, sí. Uchiha Datsue pensaba ponerse las botas.
Dejó la chaqueta sobre el respaldo de la silla mientras miraba, distraídamente, un grupo de amigas que hablaban a chillidos a un par de mesas de al lado. Luego se sentó, y antes de ojear la carta algo llamó su atención. Un detalle insignificante, que hubiese pasado desapercibido para casi cualquiera salvo para alguien que conocía el secreto. Daruu tenía los ojos clavados en su carta, pero dichos ojos estaban rodeados de venas hinchadas. El Byakugan. Y el secreto del Byakugan era que podía ver en cualquier dirección, y a una distancia de la hostia.
Datsue vio la cara de puro regocijo de Daruu y volvió a escuchar una risotada del grupo de chicas de al lado. Entonces, recordó. Recordó y casi se le cae la mandíbula al suelo. Porque Daruu, hacía mucho, mucho tiempo, en una isla perdida, le había dicho: Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, y yo ya me he visto treinta pares de tetas. O algo parecido. Algo muy parecido.
«No, no, no. Tiene que ser un error. No… ¿Y delante de Ayame? ¡No puede ser tan indecente e hijoputa, el tío! Vamos, vamos, tú le conoces. Sabes que es buen chaval…» La cara de Daruu seguía igual de emocionada, igual de intensa. Las venas del contorno de sus ojos igual de hinchados. «Pero, ¡¿qué cojones, Daruu?! ¡¡¿QUÉ COJONES?!!»
A Datsue se le cayó la carta al suelo y se agachó para recogerla. Fue en ese momento que aprovechó para activar el sello de la Hermandad Intrépida —número nueve—, y haciendo uso de la maestría que tenía con aquel fūinjutsu, susurrarle a Daruu, y solo a Daruu:
—Mamón, ¿qué coño andas mirando? Es un puto canteo.
Datsue se incorporó con la carta en la mano y como si nada hubiese pasado. Y entonces llegó lo que tanto se había temido:
—Esto... ¿Daruu? ¿Ocurre algo?
Una gota gorda de sudor resbaló por la frente de Datsue. Con el corazón en un puño, aguantó la respiración. Podría intervenir, echarle un cable a Daruu, pero… «¡Esta te la arreglas tú solito, Daruu! Ni una mano te pienso echar. ¡Vamos no me jodas!», pensó, lleno de indignación. Había límites que no se podían cruzar.
Oh, sí. Uchiha Datsue pensaba ponerse las botas.
Dejó la chaqueta sobre el respaldo de la silla mientras miraba, distraídamente, un grupo de amigas que hablaban a chillidos a un par de mesas de al lado. Luego se sentó, y antes de ojear la carta algo llamó su atención. Un detalle insignificante, que hubiese pasado desapercibido para casi cualquiera salvo para alguien que conocía el secreto. Daruu tenía los ojos clavados en su carta, pero dichos ojos estaban rodeados de venas hinchadas. El Byakugan. Y el secreto del Byakugan era que podía ver en cualquier dirección, y a una distancia de la hostia.
Datsue vio la cara de puro regocijo de Daruu y volvió a escuchar una risotada del grupo de chicas de al lado. Entonces, recordó. Recordó y casi se le cae la mandíbula al suelo. Porque Daruu, hacía mucho, mucho tiempo, en una isla perdida, le había dicho: Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, y yo ya me he visto treinta pares de tetas. O algo parecido. Algo muy parecido.
«No, no, no. Tiene que ser un error. No… ¿Y delante de Ayame? ¡No puede ser tan indecente e hijoputa, el tío! Vamos, vamos, tú le conoces. Sabes que es buen chaval…» La cara de Daruu seguía igual de emocionada, igual de intensa. Las venas del contorno de sus ojos igual de hinchados. «Pero, ¡¿qué cojones, Daruu?! ¡¡¿QUÉ COJONES?!!»
A Datsue se le cayó la carta al suelo y se agachó para recogerla. Fue en ese momento que aprovechó para activar el sello de la Hermandad Intrépida —número nueve—, y haciendo uso de la maestría que tenía con aquel fūinjutsu, susurrarle a Daruu, y solo a Daruu:
—Mamón, ¿qué coño andas mirando? Es un puto canteo.
Datsue se incorporó con la carta en la mano y como si nada hubiese pasado. Y entonces llegó lo que tanto se había temido:
—Esto... ¿Daruu? ¿Ocurre algo?
Una gota gorda de sudor resbaló por la frente de Datsue. Con el corazón en un puño, aguantó la respiración. Podría intervenir, echarle un cable a Daruu, pero… «¡Esta te la arreglas tú solito, Daruu! Ni una mano te pienso echar. ¡Vamos no me jodas!», pensó, lleno de indignación. Había límites que no se podían cruzar.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado