9/04/2020, 22:55
(Última modificación: 9/04/2020, 22:56 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Hasta que… ¿Hasta que pase? Pe-pero Ayame. ¡Pero Ayame! —protestó Datsue.
Pero Ayame no dio su brazo a torcer ni le dirigió la mirada siquiera. De hacerlo, sería aún más difícil resistirse a mantenerse firme.
—Me vas a hacer esperar… Coño, un momento. ¡Si te puedo quitar el fūinjutsu! Ven para aquí que te lo quito en menos de lo que un kusareño tarda en decir: ¡me rindo!
«¡Al fin!» Celebró Ayame para sus adentros. Pero ni siquiera tuvo que acercarse a Datsue como le había pedido, tal era el ansia que tenía encima que fue él quien gateó hacia ella.
—A ver, a ver. No te muevas —indicó, posando la mano de nuevo en su hombro. Ayame supo que lo hizo porque lo estaba viendo, porque seguía sin sentirlo. Afortunadamente, eso estaba a punto de cambiar. Datsue cerró los ojos y formó un sello con la otra mano—. Bueno, quizá ahora notes todo el malestar de golpe. Mejor dicho, sin el quizá.
—¿Eh? ¿Qué quier...? —preguntó Ayame, alarmada, pero tuvo que interrumpirse cuando volvió a sentir. Y lo hizo con tanta intensidad como si se hubiese comido tres pizzas más de golpe ella sola—. ¡AGH!
Temblando, y entre sudores fríos, Ayame no pudo sino tirarse al suelo encogida sobre sí misma, pálida como la cera.
—¿He cumplido o no?
Sí, había cumplido. Ya sentía el brazo, pero a cambio era como si le hubiesen dado un cañonazo en el estómago.
—Te... te... voy... a matar... —lloraba de dolor.
Aún necesitó varios largos segundos para comenzar a reponerse. Los escalofríos fueron reduciéndose paulatinamente y, poco a poco, Ayame volvió a serenarse. Dentro de lo soportable, al menos. Aún jadeante, la muchacha apoyó sendas manos sobre el suelo y volvió a sentarse (aunque aún seguía algo encogida sobre sí misma). Se restregó la mano por la cara para limpiarse el sudor y después miró al Uchiha, que debía estar esperándola. Suspiró.
—Daruu, la razón por la que le voy a enseñar una técnica a Datsue y no a ti es porque... —dijo, cruzando los dedos índice y corazón de una mano sobre la otra. Ambos reconocerían aquel simple sello, era el del Kage Bunshin que ambos conocían—. Porque tú no eres jinchūriki.
Una nube de humo estalló junto a ella, pero lo que surgió tras ella no era una réplica de Ayame. Al menos, no una réplica exacta. Porque, aunque sí tenía su misma silueta y sus mismas ropas, aquella Ayame tenía los cabellos blancos como la nieve con las puntas de color crema y los iris de color aguamarina, con una sombra roja como la sangre adornando su párpado inferior. Tanto Datsue como Daruu la reconocerían sin ningún tipo de problemas: el primero, porque era la viva imagen de lo que había visto en el País de los Bosques.
—Bijū Bunshin no Jutsu —recitó la kunoichi, con una sonrisa henchida de orgullo.
—Menudo espectáculo... —replicó Kokuō, tras pasear la mirada por los alrededores.
Pero Ayame no dio su brazo a torcer ni le dirigió la mirada siquiera. De hacerlo, sería aún más difícil resistirse a mantenerse firme.
—Me vas a hacer esperar… Coño, un momento. ¡Si te puedo quitar el fūinjutsu! Ven para aquí que te lo quito en menos de lo que un kusareño tarda en decir: ¡me rindo!
«¡Al fin!» Celebró Ayame para sus adentros. Pero ni siquiera tuvo que acercarse a Datsue como le había pedido, tal era el ansia que tenía encima que fue él quien gateó hacia ella.
—A ver, a ver. No te muevas —indicó, posando la mano de nuevo en su hombro. Ayame supo que lo hizo porque lo estaba viendo, porque seguía sin sentirlo. Afortunadamente, eso estaba a punto de cambiar. Datsue cerró los ojos y formó un sello con la otra mano—. Bueno, quizá ahora notes todo el malestar de golpe. Mejor dicho, sin el quizá.
—¿Eh? ¿Qué quier...? —preguntó Ayame, alarmada, pero tuvo que interrumpirse cuando volvió a sentir. Y lo hizo con tanta intensidad como si se hubiese comido tres pizzas más de golpe ella sola—. ¡AGH!
Temblando, y entre sudores fríos, Ayame no pudo sino tirarse al suelo encogida sobre sí misma, pálida como la cera.
—¿He cumplido o no?
Sí, había cumplido. Ya sentía el brazo, pero a cambio era como si le hubiesen dado un cañonazo en el estómago.
—Te... te... voy... a matar... —lloraba de dolor.
Aún necesitó varios largos segundos para comenzar a reponerse. Los escalofríos fueron reduciéndose paulatinamente y, poco a poco, Ayame volvió a serenarse. Dentro de lo soportable, al menos. Aún jadeante, la muchacha apoyó sendas manos sobre el suelo y volvió a sentarse (aunque aún seguía algo encogida sobre sí misma). Se restregó la mano por la cara para limpiarse el sudor y después miró al Uchiha, que debía estar esperándola. Suspiró.
—Daruu, la razón por la que le voy a enseñar una técnica a Datsue y no a ti es porque... —dijo, cruzando los dedos índice y corazón de una mano sobre la otra. Ambos reconocerían aquel simple sello, era el del Kage Bunshin que ambos conocían—. Porque tú no eres jinchūriki.
¡Puuuff!
Una nube de humo estalló junto a ella, pero lo que surgió tras ella no era una réplica de Ayame. Al menos, no una réplica exacta. Porque, aunque sí tenía su misma silueta y sus mismas ropas, aquella Ayame tenía los cabellos blancos como la nieve con las puntas de color crema y los iris de color aguamarina, con una sombra roja como la sangre adornando su párpado inferior. Tanto Datsue como Daruu la reconocerían sin ningún tipo de problemas: el primero, porque era la viva imagen de lo que había visto en el País de los Bosques.
—Bijū Bunshin no Jutsu —recitó la kunoichi, con una sonrisa henchida de orgullo.
—Menudo espectáculo... —replicó Kokuō, tras pasear la mirada por los alrededores.