13/04/2020, 19:11
(Última modificación: 13/04/2020, 19:12 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—¡No, si encima se va a indignar la señorita conmigo también! ¡Aquí el que me ha dejado como un pelele y casi se me cae encima vomitando es él! ¡No uses el plural!
Ayame seguía escuchándolos tras su espalda, ¿cómo no iba a hacerlo con esos berridos? Como también escuchó un fuerte estruendo y una colosal salpicadura que la sobresaltó, dejándola momentáneamente en el sitio.
«No... ¿no habrán...?» Se preguntó, a punto de girarse, pero en el último momento sacudió la cabeza con fuerza. «¡No! ¡No quiero saberlo!»
Tratándose de ellos dos, podía ser cualquier tipo de locura. Había ocasiones en las que no sabría decir cuál de los dos era peor, y esa era una de esas ocasiones.
Ayame había continuado caminando, bajando por una colina hasta la orilla empedrada de un río cuyas aguas corrían entre juncos. Fue allí donde se arrodilló, con un profundo suspiro, y se lavó a conciencia las manos y la cara, pasando la mano mojada también por detrás de la nuca, refrescándose. Después de lo que acababa de presenciar, se sentía sucia. Contaminada.
«Si me va a dejar salir para estos espectáculos, será mejor que se lo ahorre, Señorita.» La voz de Kokuō resonó en su interior.
Y Ayame torció el gesto.
—¡Oye! ¿Y yo qué sabía que iba a pasar todo esto? —respondió en voz alta.
Fue entonces cuando volvió a escucharlo:
—¡...Ayame! ¡Ehhhh, vuelve, vuelve! ¡Estamos limpios! ¡EEEEEH!
—¡¡Espero que vengáis como los chorros del oro!! —respondió Ayame, levantándose y girándose hacia ellos.
Y tanto que venían como los chorros del oro. Ambos, empapados de los pies a la cabeza, despeinados, Datsue con el pelo suelto (era la primera vez que le veía así) y la chaqueta colgada de un hombro. Con esos músculos y ese porte, Ayame no pudo evitar pensar que parecía sacado de un anuncio de perfumes.
Ayame seguía escuchándolos tras su espalda, ¿cómo no iba a hacerlo con esos berridos? Como también escuchó un fuerte estruendo y una colosal salpicadura que la sobresaltó, dejándola momentáneamente en el sitio.
«No... ¿no habrán...?» Se preguntó, a punto de girarse, pero en el último momento sacudió la cabeza con fuerza. «¡No! ¡No quiero saberlo!»
Tratándose de ellos dos, podía ser cualquier tipo de locura. Había ocasiones en las que no sabría decir cuál de los dos era peor, y esa era una de esas ocasiones.
Ayame había continuado caminando, bajando por una colina hasta la orilla empedrada de un río cuyas aguas corrían entre juncos. Fue allí donde se arrodilló, con un profundo suspiro, y se lavó a conciencia las manos y la cara, pasando la mano mojada también por detrás de la nuca, refrescándose. Después de lo que acababa de presenciar, se sentía sucia. Contaminada.
«Si me va a dejar salir para estos espectáculos, será mejor que se lo ahorre, Señorita.» La voz de Kokuō resonó en su interior.
Y Ayame torció el gesto.
—¡Oye! ¿Y yo qué sabía que iba a pasar todo esto? —respondió en voz alta.
Fue entonces cuando volvió a escucharlo:
—¡...Ayame! ¡Ehhhh, vuelve, vuelve! ¡Estamos limpios! ¡EEEEEH!
—¡¡Espero que vengáis como los chorros del oro!! —respondió Ayame, levantándose y girándose hacia ellos.
Y tanto que venían como los chorros del oro. Ambos, empapados de los pies a la cabeza, despeinados, Datsue con el pelo suelto (era la primera vez que le veía así) y la chaqueta colgada de un hombro. Con esos músculos y ese porte, Ayame no pudo evitar pensar que parecía sacado de un anuncio de perfumes.