17/04/2020, 17:41
Tras la broma —que ambos tomaron igual de mal—, Datsue asintió ante la clase de Ayame, como un alumno que no solo quiere sacar la mejor nota, sino que ama la asignatura. «Comprendo. Así que una forma está más enfocada para el combate y la otra para dar la oportunidad a Kokuō de sentirse pleno y completo… aunque a escala reducida».
Por supuesto, como clase que era, no faltaba el alumno que la interrumpía por motivos distintos a la materia.
—Ah, lo mío. Ya. —Ahora que pensaba en qué era lo suyo, le daba hasta vergüenza sacarlo. ¿Qué era su regalo, en comparación al de Ayame? «Una caca pinchada en un palo. Una insignificancia. Un… Un kusareño en combate. Joder, qué mal. Qué mal»—. No, ehm… La verdad que es una tontería. —Le hubiese encantado responder a la altura de tantas expectativas, sorprenderles con algo maravilloso. Pero no iba a ser el caso. Ojalá no haber dicho nada en su momento y simplemente sorprender a Ayame con aquel regalo—. ¿Una técnica de jinchūriki? Uff, ojalá, Daruu. Shukaku y yo tenemos en mente hacer algo. Algo grande. Pero todavía no hemos conseguido llevarlo a cabo —dijo con pesar.
Kurama había revertido el sello de jinchūrikis. Ellos querían hacer lo contrario. En vez de separar, unir. En vez de revertir, romperlo en una nueva forma. La idea, en verdad, era parecida a la de Ayame. Buscaban algo para cooperar, pero en lugar de que eso les separase, los volviesen uno.
O esa era la idea, al menos.
—No, veréis, en Uzu tenemos por costumbre regalar algo a nuestros compañeros cuando obtienen un ascenso. A mí me regalaron un perro, por ejemplo. Ya veis, ¿eh? A quién se le ocurre cargar con dicha responsabilidad precisamente a mí. —Pues a dos locos demasiado optimistas como lo eran Nabi y Eri—. Así que cuando Ayame me dijo que había ascendido, pensé en tener un pequeño detalle también.
En realidad lo tenía preparado de antes, tras cierto viaje que había realizado. Pero el ascenso de Ayame le había venido como una excusa perfecta. Así pues, dejó que la chaqueta colgase por completo de uno de sus hombros y se pasó una mano por el dorso de la otra, extrayendo un pergamino mediano. Estiró el pergamino en el suelo y de él salió, tras una nube de humo blanca, una cajita envuelta en papel de regalo.
—Felicidades de nuevo por el ascenso, Ayame. —Y le entregó la cajita, sonriente pero algo nervioso—. Ya te digo que no es gran cosa, ¿eh? —repitió de nuevo, por si acaso.
Si Ayame la abría, encontraría tras el papel de regalo un estuche de cuero, que tenía grabado en su superficie una luna llena. Pero dicha luna no tenía curvas limpias y perfectas, sino que estaba como distorsionada. Como si aquel dibujo no representase exactamente a la luna… sino a su reflejo en la superficie del agua.
En el interior, había una pluma, varias plumillas de distintas puntas —más redondeadas o puntiagudas, más finas o gordas…—, un reposaplumas y cinco tinteros de distintos colores. Datsue, que entendía menos de aquello que un ribereño del sur sobre el honor, no tenía ni idea de qué tan buena calidad era. Lo único que sabía era que le había costado un ojo de la cara —de cara de Uchiha, concretamente—. Y eso, previo regateo con un vendedor ambulante del Oasis de la Luna.
—Como vi que te gusta dibujar y hacer retratos… —Como aquel dibujo que se había hecho de la General de Hielo—. Pensé que igual te molaría. —Se encogió de hombros—. Ya avisé que era una tontería.
Por supuesto, como clase que era, no faltaba el alumno que la interrumpía por motivos distintos a la materia.
—Ah, lo mío. Ya. —Ahora que pensaba en qué era lo suyo, le daba hasta vergüenza sacarlo. ¿Qué era su regalo, en comparación al de Ayame? «Una caca pinchada en un palo. Una insignificancia. Un… Un kusareño en combate. Joder, qué mal. Qué mal»—. No, ehm… La verdad que es una tontería. —Le hubiese encantado responder a la altura de tantas expectativas, sorprenderles con algo maravilloso. Pero no iba a ser el caso. Ojalá no haber dicho nada en su momento y simplemente sorprender a Ayame con aquel regalo—. ¿Una técnica de jinchūriki? Uff, ojalá, Daruu. Shukaku y yo tenemos en mente hacer algo. Algo grande. Pero todavía no hemos conseguido llevarlo a cabo —dijo con pesar.
Kurama había revertido el sello de jinchūrikis. Ellos querían hacer lo contrario. En vez de separar, unir. En vez de revertir, romperlo en una nueva forma. La idea, en verdad, era parecida a la de Ayame. Buscaban algo para cooperar, pero en lugar de que eso les separase, los volviesen uno.
O esa era la idea, al menos.
—No, veréis, en Uzu tenemos por costumbre regalar algo a nuestros compañeros cuando obtienen un ascenso. A mí me regalaron un perro, por ejemplo. Ya veis, ¿eh? A quién se le ocurre cargar con dicha responsabilidad precisamente a mí. —Pues a dos locos demasiado optimistas como lo eran Nabi y Eri—. Así que cuando Ayame me dijo que había ascendido, pensé en tener un pequeño detalle también.
En realidad lo tenía preparado de antes, tras cierto viaje que había realizado. Pero el ascenso de Ayame le había venido como una excusa perfecta. Así pues, dejó que la chaqueta colgase por completo de uno de sus hombros y se pasó una mano por el dorso de la otra, extrayendo un pergamino mediano. Estiró el pergamino en el suelo y de él salió, tras una nube de humo blanca, una cajita envuelta en papel de regalo.
—Felicidades de nuevo por el ascenso, Ayame. —Y le entregó la cajita, sonriente pero algo nervioso—. Ya te digo que no es gran cosa, ¿eh? —repitió de nuevo, por si acaso.
Si Ayame la abría, encontraría tras el papel de regalo un estuche de cuero, que tenía grabado en su superficie una luna llena. Pero dicha luna no tenía curvas limpias y perfectas, sino que estaba como distorsionada. Como si aquel dibujo no representase exactamente a la luna… sino a su reflejo en la superficie del agua.
En el interior, había una pluma, varias plumillas de distintas puntas —más redondeadas o puntiagudas, más finas o gordas…—, un reposaplumas y cinco tinteros de distintos colores. Datsue, que entendía menos de aquello que un ribereño del sur sobre el honor, no tenía ni idea de qué tan buena calidad era. Lo único que sabía era que le había costado un ojo de la cara —de cara de Uchiha, concretamente—. Y eso, previo regateo con un vendedor ambulante del Oasis de la Luna.
—Como vi que te gusta dibujar y hacer retratos… —Como aquel dibujo que se había hecho de la General de Hielo—. Pensé que igual te molaría. —Se encogió de hombros—. Ya avisé que era una tontería.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado