25/04/2020, 17:20
Aquellos aires de grandeza por parte de Yamaguchi le resultaba de lo más molesto; la forma de hacer los gestos, aquellos aires y mirada de superioridad como si el resto de los presentes, solo estuvieran allí para dejarle lo más brillante posibles sus refinados zapatos. Por suerte no abrió la boca, y se marchó dejando al capataz con los shinobis, sintiendo que todo estaba en orden.
Ren se limitó a escuchar como discutían ambos; si tenía que volver el dia siguiente... Pues lo haría pensó, era un rango raso así que tampoco tenía mucho de lo que quejarse, pero Ebisu se negaba a mover un dedo más de la cuenta; seguramente no lo hacía por sus nuevos pupilos, pero era algo que a ellos les beneficiaba, por lo que no decidió abrir la boca. Tras dejarles un encargo que parecía más especial que el resto, el rechoncho hombre se marchó, por su parte no le prestó más atención a eso; ellos tenían que llevar los paquetes y no hacer preguntas.
— Bueno, si como dice Kisame no destaca en el ejercicio físico; puedo empezar yo y cuando necesite descansar que se ocupe él un rato. Asi vamos rotando y no nos fatigamos hasta el extremo — dijo levantando el indice, ya detrás de aquella carretilla.
Y sin más preámbulos, empezo a tirar de esta, seguramente seguido de Ebisu y Kisame; había varios paquetes así que con suerte tardaría podrían tachar varios nombres de las listas sin tener que hacer una visita de vuelta. No supuso un gran esfuerzo para la joven kunoichi tirar de aquel carro por las calles, era lo bueno de la aldea de la Lluvia, al haber sido edificada sobre un lago desde cero, el suelo en toda esta era artificial; asfaltado y muy liso.
Llegó hasta una pequeña zona residencial, con un parque en el centro de esta, mirando en los laterales los números de las casas hasta encontrar el deseado. Tocó en la puerta del número 27 y poco después salió una anciana; tanto esta como Ren se sorprendieron, ya la había ayudado en otra misión con un altercado de un gato callejero. Se ofreció hasta dejar el paquete en el recibidor de la señora y se despidieron con calidez una de la otra.
Un par de calles después, llegaron hasta la puerta de una pequeña tienda. El propietario, que era el encargado y obviamente su único trabajador; no dudo en preguntar si aquel era su pedido. Asintió y entre ambos llevaron la caja con botes de mermelada hasta la entrada de su negocio, así el agua no seguiría estropeando la caja.
La siguiente calle no era capaz de identificarla, pero el dependiente se ofreció encantado a darle unas indicaciones; resultaba que estaba en una calle lateral, casi al final de la misma en la que estaban. Ahora con el carro más aligerado, se apoyaba subiendose a una barra que sobresalía bajo a la que se aferraba para empujar el carro, dejándose llevar encima de este con una suave brisa en el rostro. Como el impulso no fue excesivo, no tuvo ningún problema en frenar, deteniéndose frente a un restaurante. Todavía faltaban varias horas para que la cocina empezara a funcionar y el personal estaba preparando las mesas y las sillas; un joven se percató desde el interior, dando una voz a su superior; un hombre bastante fornido que llevaba una sonrisa de oreja a oreja a juego con una gran barba. Él solo cargó con la caja, y agradeció a todos los shinobis presentes que hubieran sido tan raudos con el pedido; motivo por el que no pudo evitar dirigir una mirada avergonzada a Ebisu, recordando su torpe madrugada.
Todo parecía ir de ruedas, al igual que la shinobi que se volvió a apoyar en el carro de forma despreocupada, era primera hora y todavía el cansancio no hacia mella en ella.
Ren se limitó a escuchar como discutían ambos; si tenía que volver el dia siguiente... Pues lo haría pensó, era un rango raso así que tampoco tenía mucho de lo que quejarse, pero Ebisu se negaba a mover un dedo más de la cuenta; seguramente no lo hacía por sus nuevos pupilos, pero era algo que a ellos les beneficiaba, por lo que no decidió abrir la boca. Tras dejarles un encargo que parecía más especial que el resto, el rechoncho hombre se marchó, por su parte no le prestó más atención a eso; ellos tenían que llevar los paquetes y no hacer preguntas.
— Bueno, si como dice Kisame no destaca en el ejercicio físico; puedo empezar yo y cuando necesite descansar que se ocupe él un rato. Asi vamos rotando y no nos fatigamos hasta el extremo — dijo levantando el indice, ya detrás de aquella carretilla.
Y sin más preámbulos, empezo a tirar de esta, seguramente seguido de Ebisu y Kisame; había varios paquetes así que con suerte tardaría podrían tachar varios nombres de las listas sin tener que hacer una visita de vuelta. No supuso un gran esfuerzo para la joven kunoichi tirar de aquel carro por las calles, era lo bueno de la aldea de la Lluvia, al haber sido edificada sobre un lago desde cero, el suelo en toda esta era artificial; asfaltado y muy liso.
Llegó hasta una pequeña zona residencial, con un parque en el centro de esta, mirando en los laterales los números de las casas hasta encontrar el deseado. Tocó en la puerta del número 27 y poco después salió una anciana; tanto esta como Ren se sorprendieron, ya la había ayudado en otra misión con un altercado de un gato callejero. Se ofreció hasta dejar el paquete en el recibidor de la señora y se despidieron con calidez una de la otra.
Un par de calles después, llegaron hasta la puerta de una pequeña tienda. El propietario, que era el encargado y obviamente su único trabajador; no dudo en preguntar si aquel era su pedido. Asintió y entre ambos llevaron la caja con botes de mermelada hasta la entrada de su negocio, así el agua no seguiría estropeando la caja.
La siguiente calle no era capaz de identificarla, pero el dependiente se ofreció encantado a darle unas indicaciones; resultaba que estaba en una calle lateral, casi al final de la misma en la que estaban. Ahora con el carro más aligerado, se apoyaba subiendose a una barra que sobresalía bajo a la que se aferraba para empujar el carro, dejándose llevar encima de este con una suave brisa en el rostro. Como el impulso no fue excesivo, no tuvo ningún problema en frenar, deteniéndose frente a un restaurante. Todavía faltaban varias horas para que la cocina empezara a funcionar y el personal estaba preparando las mesas y las sillas; un joven se percató desde el interior, dando una voz a su superior; un hombre bastante fornido que llevaba una sonrisa de oreja a oreja a juego con una gran barba. Él solo cargó con la caja, y agradeció a todos los shinobis presentes que hubieran sido tan raudos con el pedido; motivo por el que no pudo evitar dirigir una mirada avergonzada a Ebisu, recordando su torpe madrugada.
Todo parecía ir de ruedas, al igual que la shinobi que se volvió a apoyar en el carro de forma despreocupada, era primera hora y todavía el cansancio no hacia mella en ella.