30/04/2020, 18:03
—¡JAAAJIAJIAJIAJIÁ! —la afilada carcajada de Shukaku le puso los pelos como escarpias, pero Ayame luchó por no retroceder y mantenerse lo más firme que fue capaz. «Confianza. Nunca dudar.» Esa era la clave. El bijū dio una sonora palmada—. Veo que eres tan educada como Kokuō.
—Eh... ¿Gracias...? —«¿Supongo?» Ayame no supo si debía tomarse aquellas palabras como un halago o como una burla hacia ella.
—Interesante luna —mencionó de golpe, y la kunoichi pegó un nuevo respingo como acto reflejo cuando el bijū alzó un dedo y su yema, áspera como las arenas del desierto, rozó su frente. Los labios de Shukaku volvieron a torcerse en una enigmática sonrisa...
Y entonces desapareció. Sin más. En una nueva nube de humo. Ayame parpadeó varias veces, genuinamente confundida.
—Q... ¿Qué...?
—¿Qué... qué le ha hecho? ¿¡Qué le ha hecho!? —exclamó Daruu, tras ella.
Y Ayame se llevó las manos a la frente, alarmada.
—¿Me ha hecho algo? ¿¡Qué me ha hecho!? —gritó a la desesperada, buscando la mirada de Datsue. En un abrir y cerrar de ojos se había dado la vuelta y se había arrodillado junto a las aguas del lago, buscando su reflejo en ellas, buscando comprobar si su luna seguía allí o si mostraba algo raro, algo diferente.
«El Padre del Desierto... El dios del Fūinjutsu...» Recordó, palideciendo de golpe.
Volvió a ponerse de pie y prácticamente se abalanzó sobre Datsue y le cogió por los hombros.
—¿¡Qué me ha hecho!? —repitió, aterrorizada, con lágrimas en los ojos—. Me... ¡Me ha sellado algo, verdad!? ¿Qué me ha sellado? ¿Una técnica? ¡Datsue, no puedes convertirme en una bomba de relojería humana!
Bolas de fuego lanzadas a traición, inofensivas transformaciones que casi acababan con su vida al provocar a la persona inadecuada... Ayame ya había tenido demasiadas malas experiencias con las técnicas secretas de sellado como para una vida entera. ¡No podía vivir con una bomba en su interior sin saber cómo, ni cuando, ni contra quién iba a estallar!
—Eh... ¿Gracias...? —«¿Supongo?» Ayame no supo si debía tomarse aquellas palabras como un halago o como una burla hacia ella.
—Interesante luna —mencionó de golpe, y la kunoichi pegó un nuevo respingo como acto reflejo cuando el bijū alzó un dedo y su yema, áspera como las arenas del desierto, rozó su frente. Los labios de Shukaku volvieron a torcerse en una enigmática sonrisa...
Y entonces desapareció. Sin más. En una nueva nube de humo. Ayame parpadeó varias veces, genuinamente confundida.
—Q... ¿Qué...?
—¿Qué... qué le ha hecho? ¿¡Qué le ha hecho!? —exclamó Daruu, tras ella.
Y Ayame se llevó las manos a la frente, alarmada.
—¿Me ha hecho algo? ¿¡Qué me ha hecho!? —gritó a la desesperada, buscando la mirada de Datsue. En un abrir y cerrar de ojos se había dado la vuelta y se había arrodillado junto a las aguas del lago, buscando su reflejo en ellas, buscando comprobar si su luna seguía allí o si mostraba algo raro, algo diferente.
«El Padre del Desierto... El dios del Fūinjutsu...» Recordó, palideciendo de golpe.
Volvió a ponerse de pie y prácticamente se abalanzó sobre Datsue y le cogió por los hombros.
—¿¡Qué me ha hecho!? —repitió, aterrorizada, con lágrimas en los ojos—. Me... ¡Me ha sellado algo, verdad!? ¿Qué me ha sellado? ¿Una técnica? ¡Datsue, no puedes convertirme en una bomba de relojería humana!
Bolas de fuego lanzadas a traición, inofensivas transformaciones que casi acababan con su vida al provocar a la persona inadecuada... Ayame ya había tenido demasiadas malas experiencias con las técnicas secretas de sellado como para una vida entera. ¡No podía vivir con una bomba en su interior sin saber cómo, ni cuando, ni contra quién iba a estallar!