2/05/2020, 23:09
No. La verdad era que no tenían alternativa. Pero, al contrario que Daruu y Ayame, Kokuō sí conocía a su hermano. Sí conocía el especial gusto que tenía por la sangre, como también conocía su peculiar gusto sádico a la hora de lanzarse a un enfrentamiento y causar daño. El Gobi no podía saber qué le había hecho Shukaku a su jinchūriki, pero no podía evitar sentir cierto miedo al respecto. Y lo peor era que también sabía que su hermano podía llegar a ser tan críptico con sus misterios y secretos como las tumbas que estaban enterradas en las Pirámides de Sanbei.
—Escuchad, sé que no tenéis muy bueno recuerdo de mis fūinjutsus —intervino Datsue, intentando poner paz al asunto—. Pero, hemos dejado todo eso atrás, ¿no?
Ayame no pudo evitar dirigirle una mirada cargada de sarcasmo, con la ceja alzada, pero antes de que pudiera añadir nada al respecto, el Uchiha siguió empleando su lengua de plata.
—En el pasado me pedisteis que confiase en vosotros, en Kokuō, y que no dijese nada de que ahora estaba libre. Y yo lo hice, ¡incluso me callé ante Hanabi! —exclamó—. Ahora solo os pido que hagáis lo mismo. Shukaku y yo nos conocemos demasiado bien. No me va a decir qué hizo por mucho que insista, porque él es así, pero sé que no será nada malo.
La kunoichi no supo qué responder al respecto. Se quedó con la mirada clavada en el Uchiha, intentando ver a través de sus ojos cualquier mínimo atisbo de duda o de burla. No lo encontró. Y, nuevamente, tuvo que darse de bruces con la realidad: No tenía más remedio que confiar.
—Más... os vale... —Suspiró, cerrando los ojos y masajeándose el puente de la nariz.
Pero Ayame era una muchacha que no sabía vivir en la incógnita. Era algo que no sabía cómo llevar. Y sabía que aquella, precisamente aquella, le iba a costar más de un quebradero de cabeza y más de una pesadilla. Porque en cuanto su cabeza se pusiera a elucibrar con posibles opciones ante el tipo de técnica que podía tener sellada, y cómo y contra quién podría activarse...
—Kokuō parece confiar del todo en Ayame, pero conmigo todavía no se ha abierto —añadió Daruu, apretando los puños—. Temo que pase lo mismo con Shukaku y quiera divertirse un poco a nuestra costa. Nada más.
«En teoría no tendría razón alguna para estar en nuestra contra... ¿No...?» Al menos, eso era lo que Ayame quería creer.
«. . .»
—Escuchad, sé que no tenéis muy bueno recuerdo de mis fūinjutsus —intervino Datsue, intentando poner paz al asunto—. Pero, hemos dejado todo eso atrás, ¿no?
Ayame no pudo evitar dirigirle una mirada cargada de sarcasmo, con la ceja alzada, pero antes de que pudiera añadir nada al respecto, el Uchiha siguió empleando su lengua de plata.
—En el pasado me pedisteis que confiase en vosotros, en Kokuō, y que no dijese nada de que ahora estaba libre. Y yo lo hice, ¡incluso me callé ante Hanabi! —exclamó—. Ahora solo os pido que hagáis lo mismo. Shukaku y yo nos conocemos demasiado bien. No me va a decir qué hizo por mucho que insista, porque él es así, pero sé que no será nada malo.
La kunoichi no supo qué responder al respecto. Se quedó con la mirada clavada en el Uchiha, intentando ver a través de sus ojos cualquier mínimo atisbo de duda o de burla. No lo encontró. Y, nuevamente, tuvo que darse de bruces con la realidad: No tenía más remedio que confiar.
—Más... os vale... —Suspiró, cerrando los ojos y masajeándose el puente de la nariz.
Pero Ayame era una muchacha que no sabía vivir en la incógnita. Era algo que no sabía cómo llevar. Y sabía que aquella, precisamente aquella, le iba a costar más de un quebradero de cabeza y más de una pesadilla. Porque en cuanto su cabeza se pusiera a elucibrar con posibles opciones ante el tipo de técnica que podía tener sellada, y cómo y contra quién podría activarse...
—Kokuō parece confiar del todo en Ayame, pero conmigo todavía no se ha abierto —añadió Daruu, apretando los puños—. Temo que pase lo mismo con Shukaku y quiera divertirse un poco a nuestra costa. Nada más.
«En teoría no tendría razón alguna para estar en nuestra contra... ¿No...?» Al menos, eso era lo que Ayame quería creer.
«. . .»