25/05/2020, 19:25
Daruu se paró en seco, y cuando sus ojos se encontraron le dedicó una radiante sonrisa.
—Hola, Ayame —dijo, con una pequeña reverencia—. ¿Has cenado ya?
—No... pero estaba a punto —respondió ella, con una sonrisilla—. He estado entrenando toda la tarde, y eso da hambre.
Los ojos de Daruu viajaron a través de una ventana hacia los colores purpúreos y anaranjados del atardecer.
—Aquí, en el Valle de los Dojos, durante el primer torneo en el que participamos, tuvimos nuestra primera cita. ¿Repetimos?
Las mejillas de ella se encendieron.
—C... ¡Claro! ¡Dame un par de minutos! —exclamó, antes de meterse de nuevo en la habitación y cerrar la puerta tras de sí con un accidental portazo. Aún apoyada en ella, Ayame se llevó una mano al pecho y respiró hondo varias veces, tratando de calmar los alocados latidos de su corazón. ¿Pero por qué se seguía poniendo tan nerviosa cuando la invitaba a una cita? Ya llevaban tiempo saliendo juntos, ¿no debería haberse acostumbrado?
«Da igual, no es momento de acobardarse.» Sacudió la cabeza y se dirigió al armario.
Tardó algo más de los dos minutos prometidos. Ayame se había vestido para la ocasión, con un vestido azul con una cremallera en el costado y unas sandalias oscuras. No se había secado el pelo, pero sí lo había peinado como solía llevarlo. Las tiritas en sus manos le estropeaban un poco el conjunto; y, avergonzada, trató de esconderlas tras su cuerpo.
—¡Lista! ¿Tienes pensado donde vamos a ir?
—Hola, Ayame —dijo, con una pequeña reverencia—. ¿Has cenado ya?
—No... pero estaba a punto —respondió ella, con una sonrisilla—. He estado entrenando toda la tarde, y eso da hambre.
Los ojos de Daruu viajaron a través de una ventana hacia los colores purpúreos y anaranjados del atardecer.
—Aquí, en el Valle de los Dojos, durante el primer torneo en el que participamos, tuvimos nuestra primera cita. ¿Repetimos?
Las mejillas de ella se encendieron.
—C... ¡Claro! ¡Dame un par de minutos! —exclamó, antes de meterse de nuevo en la habitación y cerrar la puerta tras de sí con un accidental portazo. Aún apoyada en ella, Ayame se llevó una mano al pecho y respiró hondo varias veces, tratando de calmar los alocados latidos de su corazón. ¿Pero por qué se seguía poniendo tan nerviosa cuando la invitaba a una cita? Ya llevaban tiempo saliendo juntos, ¿no debería haberse acostumbrado?
«Da igual, no es momento de acobardarse.» Sacudió la cabeza y se dirigió al armario.
Tardó algo más de los dos minutos prometidos. Ayame se había vestido para la ocasión, con un vestido azul con una cremallera en el costado y unas sandalias oscuras. No se había secado el pelo, pero sí lo había peinado como solía llevarlo. Las tiritas en sus manos le estropeaban un poco el conjunto; y, avergonzada, trató de esconderlas tras su cuerpo.
—¡Lista! ¿Tienes pensado donde vamos a ir?