31/05/2020, 13:29
Daruu tragó saliva con esfuerzo. Se había puesto súbitamente nervioso.
—S... sí —balbuceó—. Verás, después de lo que pasó... el otro día...
Una amarga punzada de dolor hizo que el rostro de Ayame se ensombreciera ligeramente al recordar la desafortunada disputa que tuvieron sus padres después de la primera ronda. Cuando se suponía que debían estar disfrutando de la compañía. Todo había salido mal aquel día. Todo. Y ella había hecho un soberano esfuerzo para apartarlo a un lado y olvidarlo para poder disfrutar de su propia estancia en el Valle de los Dojos sin ellos.
— Quiero decir, ya lo tenía pensado de antes, pero ahora más... —Continuaba hablando Daruu, como si le costase trabajo sacar las palabras adecuadas. Entonces sacudió la cabeza, dispuesto a tirarse de cabeza a la piscina—. Ayame, cada vez que las cosas se tuercen, están ellos dos de por medio. Somos jōnin, tenemos una reputación. Unos ahorros —Daruu alzó la cabeza, y Ayame se vio atrapada por sus ojos perlados, incapaz de escapar de ellos—. Vayámonos a vivir juntos. Sólos. Nuestra vida. Nuestras alegrías, nuestras penas. Hagámoslo.
La petición cayó sobre ella como un jarro de agua fría.
Daruu y ella, viviendo juntos, solos. No iba a mentir, era algo con lo que había fantaseado muchas veces; pero, ahora que se planteaba la posibilidad real, el terror y la inseguridad la invadió de golpe. Pálida como la cera, Ayame se echó hacia atrás y apoyó la espalda en el respaldo del asiento como si se quisiera fusionar con él. Ella siempre había vivido muy unida a su familia, nunca se había imaginado la posibilidad real de estar sin su padre o su hermano. Daruu y Ayame ni siquiera habían cumplido la mayoría de edad, y ni siquiera su hermano, que le sacaba cuatro años, había abandonado la casa aún. Quizás él nunca había sentido la necesidad, quizás, simplemente, le gustaba estar allí y nunca se había planteado vivir por su cuenta. Pero ahora a ella se le planteaba cambiar su vida radicalmente: cambiar su casa, cambiar su compañía...
Ayame, de repente, se sintió muy pequeña. De repente, se sintió como si estuviese al borde de un acantilado, mirando hacia el insondable abismo. Y se mareó.
—V... ¿Vivir solos? ¿Los dos... solos? E... esto es muy súbito... —balbuceaba, llena de dudas.
—S... sí —balbuceó—. Verás, después de lo que pasó... el otro día...
Una amarga punzada de dolor hizo que el rostro de Ayame se ensombreciera ligeramente al recordar la desafortunada disputa que tuvieron sus padres después de la primera ronda. Cuando se suponía que debían estar disfrutando de la compañía. Todo había salido mal aquel día. Todo. Y ella había hecho un soberano esfuerzo para apartarlo a un lado y olvidarlo para poder disfrutar de su propia estancia en el Valle de los Dojos sin ellos.
— Quiero decir, ya lo tenía pensado de antes, pero ahora más... —Continuaba hablando Daruu, como si le costase trabajo sacar las palabras adecuadas. Entonces sacudió la cabeza, dispuesto a tirarse de cabeza a la piscina—. Ayame, cada vez que las cosas se tuercen, están ellos dos de por medio. Somos jōnin, tenemos una reputación. Unos ahorros —Daruu alzó la cabeza, y Ayame se vio atrapada por sus ojos perlados, incapaz de escapar de ellos—. Vayámonos a vivir juntos. Sólos. Nuestra vida. Nuestras alegrías, nuestras penas. Hagámoslo.
La petición cayó sobre ella como un jarro de agua fría.
Daruu y ella, viviendo juntos, solos. No iba a mentir, era algo con lo que había fantaseado muchas veces; pero, ahora que se planteaba la posibilidad real, el terror y la inseguridad la invadió de golpe. Pálida como la cera, Ayame se echó hacia atrás y apoyó la espalda en el respaldo del asiento como si se quisiera fusionar con él. Ella siempre había vivido muy unida a su familia, nunca se había imaginado la posibilidad real de estar sin su padre o su hermano. Daruu y Ayame ni siquiera habían cumplido la mayoría de edad, y ni siquiera su hermano, que le sacaba cuatro años, había abandonado la casa aún. Quizás él nunca había sentido la necesidad, quizás, simplemente, le gustaba estar allí y nunca se había planteado vivir por su cuenta. Pero ahora a ella se le planteaba cambiar su vida radicalmente: cambiar su casa, cambiar su compañía...
Ayame, de repente, se sintió muy pequeña. De repente, se sintió como si estuviese al borde de un acantilado, mirando hacia el insondable abismo. Y se mareó.
—V... ¿Vivir solos? ¿Los dos... solos? E... esto es muy súbito... —balbuceaba, llena de dudas.