31/05/2020, 23:17
—Piénsatelo —rogó Daruu—. No hace falta que nos demos prisa. Podemos planearlo durante meses. Buscar un buen sitio, esperar a encontrar algo que nos convenza. ¿Recuerdas cuando estuvimos en Notsuba, solos? —preguntó.
Y Ayame asintió, con lentitud. Sí, por supuesto que se acordaba de aquellos días. Nunca antes se había sentido tan cómoda, tan libre... Y todo había sido conviviendo con Daruu. Ayame tragó saliva, intentando aflojar el doloroso nudo que sentía en la garganta. Pero una cosa eran unas vacaciones de las que sabía que volvería a su casa y otra muy diferente era saltar del nido directamente...
—Escucha, nuestra familia sigue estando ahí. Seguirá estando ahí. Podemos ir a verlos todos los días. Cuando queramos. Y cuando no queramos... pues nada —añadió, derrumbándose en su asiento con una risilla nerviosa—. Oye, Ayame... escucha, necesitamos intimidad... —dijo en voz baja. Pero volvió a alzarla enseguida, con una súbita exclamación—. ¡Oye y no me jodas, que el cabrón del Uchiha tiene un jacuzzi! ¡Un jacuzzi Ayame, para él solo! ¡No, no, no!
—Bueno, tampoco conocemos las circunstancias de Datsue como para juzgarle... —respondió Ayame. De hecho, ¿acaso sabían si vivía solo o con sus padres? Quizás el jacuzzi no era tan suyo. Después de todo, el Uchiha era famoso por sus exageraciones sobre la realidad. Ayame resopló, abrumada, y se restregó la mano por los ojos—. N... no sé, Daruu. Déjame... Déjame pensarlo al menos... Por favor... —le suplicó, con lágrimas de terror en los ojos.
Porque eso era todo lo que sentía. Terror e inseguridad ante lo desconocido. Ayame era una muchacha que le gustaba andar siempre sobre terreno seguro.
Y Ayame asintió, con lentitud. Sí, por supuesto que se acordaba de aquellos días. Nunca antes se había sentido tan cómoda, tan libre... Y todo había sido conviviendo con Daruu. Ayame tragó saliva, intentando aflojar el doloroso nudo que sentía en la garganta. Pero una cosa eran unas vacaciones de las que sabía que volvería a su casa y otra muy diferente era saltar del nido directamente...
—Escucha, nuestra familia sigue estando ahí. Seguirá estando ahí. Podemos ir a verlos todos los días. Cuando queramos. Y cuando no queramos... pues nada —añadió, derrumbándose en su asiento con una risilla nerviosa—. Oye, Ayame... escucha, necesitamos intimidad... —dijo en voz baja. Pero volvió a alzarla enseguida, con una súbita exclamación—. ¡Oye y no me jodas, que el cabrón del Uchiha tiene un jacuzzi! ¡Un jacuzzi Ayame, para él solo! ¡No, no, no!
—Bueno, tampoco conocemos las circunstancias de Datsue como para juzgarle... —respondió Ayame. De hecho, ¿acaso sabían si vivía solo o con sus padres? Quizás el jacuzzi no era tan suyo. Después de todo, el Uchiha era famoso por sus exageraciones sobre la realidad. Ayame resopló, abrumada, y se restregó la mano por los ojos—. N... no sé, Daruu. Déjame... Déjame pensarlo al menos... Por favor... —le suplicó, con lágrimas de terror en los ojos.
Porque eso era todo lo que sentía. Terror e inseguridad ante lo desconocido. Ayame era una muchacha que le gustaba andar siempre sobre terreno seguro.