27/06/2020, 20:03
Abrió las puertas. Observó.
Una samurái enfundada en una armadura brillante, pulida para la ocasión pero que no disimulaba ciertas abolladuras en puntos concretos. Un chiquillo saliendo de un camerino. Vacío.
—¿Qué…? ¡Eh, tú! ¡Alto ahí!
Ryūnosuke la miró extrañado, como quien mira a un loco o a un iluso. ¿Quién pedía el alto a una avalancha? ¿Quién se ponía en frente de un oso esperando que este se detuviese por simplemente solicitárselo amablemente? ¿Quién entraba a un incendio y rogaba a las llamas que se apagasen? Pues eso mismo: un loco o un iluso.
Quiso responderle de otra manera, pero el espadón que empuñaba se le adelantó, prendiéndose en llamas. La samurái debió interpretarlo como una afrenta, porque desenvainó su katana y atacó. Fue cuestión de un latido. Los aceros se entrechocaron, el fuego no encontró sustento, y un filo lamió el cuello de Ryūnosuke.
Al contrario que los ninjas, un duelo de samuráis solía terminar así de rápido.
—Te dije: alto ahí.
—Hmm.
Soltó el mandoble…
… levantó las manos…
… y la envolvió con los brazos.
—¡Eh! ¡No me obligues a…!
El acero se apretó más contra el cuello, pero llegó a un punto en que se atascó con unas escamas, y de ahí no pasó. Ryūnosuke continuó apretando en aquel particular abrazo. Los troncos que eran sus brazos envolvían la caja torácica de la mujer y la empujaba hacia su pecho como una prensa hidráulica. Centímetro a centímetro, lento pero sin pausa.
Lo primero que se oyó fue una pieza metálica al partirse. Luego otro: ¡crack! Aquel sonó más a humano, más a hueso. Luego un gorjeo interminable. La samurái tenía la boca abierta y no dejaba de patalear, de arañarle. ¿Qué trataba de decirle? Intuía que quería gritarle, pero solo le salía sangre por la boca.
—Agh… gghh… gghh… ghtto…
¿Alto? ¿¡Alto de nuevo!?
Se quedó mirando el cuerpo inerte de aquella mujer, que colgaba de sus brazos con la cabeza y los pies apuntando al suelo en un arco exageradamente pronunciado. Algo le decía que se había partido la columna vertebral. Cosas que pasan. Ryūnosuke la tomó por una placa de la armadura que sobresalía y la lanzó al césped del ring. Luego cerró las puertas, y sus ojos dorados se fijaron en un chiquillo que no dejaba de mirarle.
—¿Qué miras? ¿Vas a darme el alto?
Una samurái enfundada en una armadura brillante, pulida para la ocasión pero que no disimulaba ciertas abolladuras en puntos concretos. Un chiquillo saliendo de un camerino. Vacío.
—¿Qué…? ¡Eh, tú! ¡Alto ahí!
Ryūnosuke la miró extrañado, como quien mira a un loco o a un iluso. ¿Quién pedía el alto a una avalancha? ¿Quién se ponía en frente de un oso esperando que este se detuviese por simplemente solicitárselo amablemente? ¿Quién entraba a un incendio y rogaba a las llamas que se apagasen? Pues eso mismo: un loco o un iluso.
Quiso responderle de otra manera, pero el espadón que empuñaba se le adelantó, prendiéndose en llamas. La samurái debió interpretarlo como una afrenta, porque desenvainó su katana y atacó. Fue cuestión de un latido. Los aceros se entrechocaron, el fuego no encontró sustento, y un filo lamió el cuello de Ryūnosuke.
Al contrario que los ninjas, un duelo de samuráis solía terminar así de rápido.
—Te dije: alto ahí.
—Hmm.
Soltó el mandoble…
… levantó las manos…
… y la envolvió con los brazos.
—¡Eh! ¡No me obligues a…!
El acero se apretó más contra el cuello, pero llegó a un punto en que se atascó con unas escamas, y de ahí no pasó. Ryūnosuke continuó apretando en aquel particular abrazo. Los troncos que eran sus brazos envolvían la caja torácica de la mujer y la empujaba hacia su pecho como una prensa hidráulica. Centímetro a centímetro, lento pero sin pausa.
Lo primero que se oyó fue una pieza metálica al partirse. Luego otro: ¡crack! Aquel sonó más a humano, más a hueso. Luego un gorjeo interminable. La samurái tenía la boca abierta y no dejaba de patalear, de arañarle. ¿Qué trataba de decirle? Intuía que quería gritarle, pero solo le salía sangre por la boca.
—Agh… gghh… gghh… ghtto…
¿Alto? ¿¡Alto de nuevo!?
¡¡¡CRRRRAAAAAACCCCCCKKKKKK!!!
Se quedó mirando el cuerpo inerte de aquella mujer, que colgaba de sus brazos con la cabeza y los pies apuntando al suelo en un arco exageradamente pronunciado. Algo le decía que se había partido la columna vertebral. Cosas que pasan. Ryūnosuke la tomó por una placa de la armadura que sobresalía y la lanzó al césped del ring. Luego cerró las puertas, y sus ojos dorados se fijaron en un chiquillo que no dejaba de mirarle.
—¿Qué miras? ¿Vas a darme el alto?